Capítulo 7

1436 Words
Viviana y Betty pasaron toda la tarde buscando en el Google sobre la reencarnación. Había muchísima información. "La reencarnación es la creencia consistente en que la esencia individual de las personas empieza una nueva vida en un cuerpo o forma física diferente después de la muerte biológica", decía, por ejemplo, Wikipedia. -Entonces, ¿quién era yo en esa vida pasada?-, dijo dubitativa Vivi. -A lo mejor te mataron en los años treinta, cuando se bailaba el charlestón-, volvió a bromear Betty, lo que disgustó a su amiga. -Ya pues, tarada, eso es muy serio-, la reprimió Viviana con cólera. Betty sonrió. -Vaya qué humor- Una página web subrayaba que "un ser humano podría volver a vivir como un nuevo personaje. Esta creencia se llama 'metempsicosis', que enfatiza que los pecadores pueden reencarnarse en un animal o una planta". -Es tal como lo dice mi padre-, exclamó Vivi. -Ah, o eso de los apaches que me dijiste que si mueren en combate vuelven a la vida una y otra vez-, le siguió Betty. -¡Exacto!-, se entusiasmó Viviana. -¡Qué loco haber sido otra mujer en tu vida pasada!-, se contagió Betty. A Viviana, sin embargo, le preocupaba la posibilidad que en su otra vida fue asesinada. -Podría ser, entonces, una alma en pena, una muerta que no puede descansar en paz-, dijo y Betty se aterró. -¡Ay, no! ¡Eso me asusta!-, chilló petrificada. Viviana también se asustó. -Sí, pero debemos penar en todas las posibilidades-, apuntó. Las dos amigas, después de cansarse de navegar en el Internet, llegaron a la conclusión que las pesadillas de Viviana eran, indudablemente, de un alma en pena. -Pobrecita esa mujer, la mataron a balazos y no puede irse al cielo-, suspiró acongojada Betty. Viviana se puso de pie, caminó por su cuarto, estiró las piernas, se arregló su pelo y después arrugó su boca. -¿Y si era un hombre?-, preguntó Las dos se miraron boquiabiertas. ***** Bruno Terrazas había avanzado bastante con las investigaciones y por ende se había convertido en una piedra en el zapato de los inversionistas. Por eso debía ser eliminado. Terrazas fue seguido varios días por los esbirros de Ibarra. Descubrieron que le gustaba almorzar en un restaurante poco elegante en Jesús María, porque había una buena sazón y le encantaba. Su seguridad incluso lo acompañaba porque el lugar era seguro, escondido y no tenía mucha fama. El fiscal llegaba puntual, siempre, a las 12 y 20 del día. Hacían muchas piruetas para despistar a los periodistas y así poder almorzar a su gusto en el pequeño restaurante que tampoco era gran cosa porque se encontraba enclavado entre dos casonas antiguas, con una puerta de fierro. Terrazas solía pedir, siempre, el platillo que más le encantaba y que podía probar día y noche: arroz a la cubana. Lo acompañaba con una cazuela con fideos cabellos de ángel y papa a la huancaína. También su jugo de naranjas, infaltable, al final de la merienda "bien taipá" como le decía a su seguridad. Todo eso lo pudieron averiguar los secuaces de Ibarra. Informaron a Pérez su ubicación y la certeza que estaba descuidado, con la guardia baja, degustando del almuerzo. -Procedan-, envió Pérez un mensaje al w******p. Dos autos se aproximaron, entonces, al restaurante. Salieron cuatro tipos y entraron a la carrera al local. La callecita, como era habitual, estaba desierta y apenas unos cuantos muchachos hablaban en una esquina, donde solían reunirse a mediodía. De repente, las detonaciones los hicieron huir despavoridos, refugiándose en un callejón contiguo. Cuando ya no hubo más estallidos sacaron los mochitas y arrastrándose por la vereda solo vieron los autos sin placas, enrumbar a toda velocidad por una esquina. Chirriaron las llantas y todo, después fue silencio. Uno de los chicos llamó de inmediato a emergencia por su celular y otro se acercó a curiosear al restaurante donde reinaba bastante quietud, se empinó para ver y allí estaba el cadáver de Terrazas, con el rostro tumbado sobre su plato de comida y su seguridad regada en el piso, con las sillas dobladas. También habían matado a los mozos, al cajero y al personal de cocina. Fue una masacre. ***** -Esto es el colmo, reclamó entonces Nancy Gutiérrez, sus crímenes son a plena luz del día y quedan impunes- Techi trajo el informe de las cámaras de seguridad. -Dejaron de funcionar desde la noche anterior-, le leyó. -Todo premeditado-, se resignó suspirando la fiscal. -Es una organización criminal muy bien preparada, señora-, reconoció su secretaria detenida frente a su escritorio, esperando alguna directiva. El asesinato de Bruno Terrazas había dejado en muy mala situación a la fiscalía. Era quien se había acercado más a la corrupción en el poder, a la mafia enquistada en el palacio de gobierno, y ahora estaba muerto, asesinado a tiros, de la manera más grotesca y desenfadada. Eso frustraba a Gutiérrez. Sus enemigos se estaban riendo en su propia cara. Eso le pareció. Lo de Terrazas se sumaba al asesinato de Gonzales. También habían sido fulminados a balazos Zevallos y el periodista Morales. -Todos esos crímenes debemos hacérselos pagar a toda esa organización criminal-, dijo molesta, tratando de contener la rabia e impotencia que tenía y la calcinaba de rabia. -¿Ya tenemos a Macedo?- -Sí, señora. Le haremos la notificación de inmediato- Nancy Gutiérrez se propuso vengar a Terrazas y Gonzales. ***** Macedo fue quien llamó a la fiscal Gutiérrez. Tenía las pruebas que implicaban a Ibarra y era hora de poner punto final a la mafia enquistada en el poder, pensó. Los asesinatos sucesivos de los últimos días, lo tenían, también, apremiado y temeroso en extremo. Veían sombras, miradas tenebrosas que lo seguían y sentía que estaba siendo apuntado por donde iba. -Con la señora Gutiérrez, soy el abogado Macedo-, le dijo a su secretaria. Techi estiró su sonrisa. -Queríamos hablar con usted, señor Macedo. Un momentito por favor- Macedo, sin embargo, sintió aún más pavor. Pensó, en un instante, en eso de "queríamos hablar con usted" y pensó que estaba siendo chuponeado. Entró en pánico. Sintió un horrible nudo en la garganta, asfixiándolo. Asustado, decidió colgar. Cuando Gutiérrez contestó entusiasmada, no había nadie en la línea. -Colgó, Techi, ese maldito colgó-, reclamó furiosa. Su secretaria marcó el número registrado varias veces pero siempre obtuvo el mismo resultado: "el número que ha marcado posiblemente se encuentre fuera de servicio". -Trata de averiguar dónde lo podemos ubicar-, le ordenó la fiscal. Fue una tarea de titanes. El celular era robado, con un chip alterado, y la dirección que consignó en el registro de identificaciones era igualmente falso. Macedo siempre fue paranoico y prefería el anonimato o falsear sus datos. Eso le había traído muchas complicaciones pero jamás cambió su forma de ser, ni nadie aplacó sus miedos y pavores, menos ahora que, según él, estaba entre la vida y la muerte, asediado por la mafia enquistada en el poder. Por fin, tras casi una semana de intensa labor, de inteligencia llamaron a la fiscal. -Tenemos la dirección- La misma Nancy Gutiérrez fue a la oficina de Macedo, un casón viejo de dos pisos, empotrado entre casos antiguas, de paredes carcomidas por la humedad y ventanales de madera. Macedo estaba detrás de unas cortinas floreadas cuando vio llegar dos autos negros de lunas polarizadas. Tembló de miedo, rezó y se escabulló por un tragaluz, trepando por una pared antigua. Pensaba que Ibarra lo había mandado matar. -No está, señora-, dijo una de las integrantes de su seguridad. Gutiérrez arrugó la boca, se puso furiosa, pero no dijo nada. Apretó sus puños y decidió marcharse. En la noche Macedo volvió a llamar a la fiscal. -Está en una reunión, dijo su secretaria, ¿quién la llama?- -Mauro Macedo- Techi parpadeó muchas veces, y le rogó no colgar. Llamó a la fiscal. -¡Es Macedo!- Gutiérrez se disculpó con los fiscales provinciales con los que coordinaba unas acciones y se precipitó al teléfono. -¡No cuelgues!-, le ordenó a Macedo. -Tengo las pruebas, dijo él resoluto, voy a su oficina mañana, a primera hora- -Si deseas vamos ahora mismo...-, intentó decirle Nancy pero Macedo la cortó. -No, no, no, no me arriesgo. Yo voy allá-, insistió y colgó. Nancy Gutiérrez se alegró. Miró a los otros fiscales y sonrió. -Un caso, je- Ibarra había escuchado todo en los parlantes instalado en su oficina. Chasqueó su boca y murmuró. -Pobre imbécil, no sabe que lo chuponeamos-, dijo. Encendió un cigarrillo y echó mucho humo. -Mátenlo y destruyan los archivos- Luego giró su siguió su silla y siguió fumando, tranquilo, su tabaco.
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