Capítulo 5

2289 Words
Grace permaneció en silencio mientras le quitaba el vestido a la señorita Hamilton. Se moría de ganas de acribillarla a preguntas, pero a altas horas de la noche y lo agotada que se la veía, supuso que no era un buen momento. Quizás, por la mañana, durante el desayuno, pudiera saber qué tal le había ido. Notó algo de tensión en sus músculos mientras le quitaba el corsé, y ella evitaba mirarla, como si guardara algún tipo de secreto o estuviera avergonzada. ¿Qué habría sucedido? Margaret sabía que su dama de confianza estaba resistiendo mucho para no interrogarla con esmero, y en lo más hondo de su alma se lo agradeció debidamente. No tenía el cuerpo para un montón de cuestiones que ni ella misma sabría contestar. Además, en el caso de que la increpara, ella debería mentir, y nunca lo hacía, ni siquiera podría, era demasiado correcta y Grace la conocía demasiado bien como para no darse cuenta. Cuando había conseguido separarse del marqués había ido enseguida a buscar a su padre para marcharse. Ya no le había importado lo ilusionada que había estado horas antes para asistir. Le había puesto la excusa de que tenía sueño y estaba cansada. John Hamilton no buscó otra razones, ya que, siendo la primera fiesta que asistía su hija, podía entender perfectamente que le costaría acostumbrarse a los horarios de éstas. Mientras se quitaba el maquillaje, una imagen fugaz del invernadero asomó en su mente. Aparecieron unos ojos azules, muy brillantes. Will. Todavía recordaba el nombre por el que lo había llamado esa mujer. Le favorecía ese nombre, sus ojos clamaban ese nombre con fuerza, unos ojos que se habían introducido en su cabeza con fiereza. Se miró en el espejo y vio que en sus pómulos había aparecido un rubor, rosado e intenso, algo que no pasó desapercibido por Grace, quien la miró por encima de su cabeza a través del cristal. -Espero que lo haya pasado bien. –se atrevió a decir después de aguantar esos largos minutos sin hablar. -Sí. La casa era preciosa. Lady Ruttland es una buena mujer ,con un gusto excelente. –su intención había sido contestar con un simple monosílabo, pero extenderse un poco para el agrado de Grace no le suponía mucho esfuerzo. -Han vuelto pronto, señorita. Normalmente estas fiestas se alargan hasta pasada la media noche. -dejó el vestido sobre un sillón y revisó que toda la habitación estuviera en orden. -Lo sé, pero papá creyó que era suficiente. –su mentira piadosa coló. Lo dijo en un tono de cansancio totalmente real, ya que notaba todo su cuerpo pesado. Necesitaba acostarse de inmediato o no despertaría a la mañana siguiente. Escuchó el “buenas noches” de Grace, al que correspondió amablemente, y el ligero sonido de la puerta al cerrarse. Fue entonces cuando suspiró abiertamente y pudo mirarse al espejo sin sentir que algo la reconcomía por dentro. Su primera fiesta y debía terminar así. Con un marqués que pretendía cortejarla y la imagen indecorosa de una pareja en los jardines. Pero aun así, debía admitir que le había parecido una noche la mar de curiosa, una aventura en la que no todo fue malo. Cuando había bailado con su padre, a pesar de que su cabeza había estado en otros asuntos, había pasado un rato especialmente agradable. Y cuando había bailado con George Berkley… No había sido la pero experiencia de su vida, al fin y al cabo. Algo pegajoso quizá, pero ese hombre bailaba con una ligereza digna de ser admirada y la había conducido con mucha delicadeza por toda la sala de baile, algo que no pasó desapercibido por los asistentes. Sin embargo, no quería que la cortejase. No le atraía en absoluto de esa manera y no le agradaba la idea de estar sola con ese señor aunque fuera tan solo para pasear. Debería hacer lo posible para encontrarse con él y dejarle las cosas claras, para que no hubiera ningún malentendido y nadie saliera dañado. Ante todo debía ser una señorita con educación, y evitarlo a toda costa no estaba dentro de sus planes. Margaret suspiró con vehemencia, nada propio de una dama. Estaba segura de que no conseguiría dormir en toda la noche, y era bastante ridículo que un hombre le quitara el sueño. No era ninguna jovencita de esas que escribían poemas contando su soñada historia de amor con algún hombre apuesto y de alta alcurnia. No la habían educado de esa forma y ella lo agradecía sobremanera. ¿Que soñaba con una boda y una vida feliz al lado de un marido que amara? No podía negar eso, pero no iba a anteponer su propia integridad por ello. Caminó hasta la ventana y dejó que el aire del estío le brindara un suave bienestar, antes de meterse en la cama e intentar cerrar los ojos durante unas largas horas. A pesar de que fueran tan solo unas pocas, durante éstas, los sueños giraron en torno a invernaderos y miradas celestes. ************************** Al día siguiente, Margaret, levantada a primeras horas de la mañana, recibió una carta de Lord Ruttland, pidiéndole expresamente que acudiese a una reunión junto a él en casa de una de las amigas de su madre, Lady Berkshire, una de las damas que estaban junto a ella la noche anterior pero con la que no tuvo la ocasión de cruzar más de dos palabras. Le convenía aceptar, a pesar de que haciéndolo daba falsas esperanzas a la propuesta de Berkley, era la única forma de decirle que, aunque se sentía halagada por tales muestras de atención, ella no le correspondía. Otra opción era enviarle una carta, y con ella respondiendo también a la falta de asistencia en casa de aquella mujer, pero le parecía demasiado fría para temas como éste, y en cierta manera debía admitir para sus adentros que le hacía verdadera ilusión asistir a esa cita, que, a su parecer, parecía ser una reunión informal junto a gente de confianza para tomar el té. Lord Ruttland pasó a recogerla justo a la hora que él le había hecho saber en la misiva, las tres y media. Se había puesto uno de sus vestidos color crema junto al sombrerito del mismo color adornado con una cinta algo más pálida. Entraron en el carruaje con las debidas formalidades y hasta que él no habló en el carruaje reinó un silencio bastante incómodo. -Espero que haya pensado en mis palabras de ayer. –comenzó, con una seguridad que no consiguió amedentrarla. ¿Era un buen momento? ¿Antes ni siquiera de llegar? Claro, cuando iba a ser sino. -Lo he pensado, sí, pero creo que debería conocerle mejor antes de decidirlo, señor. –con estas palabras estaba haciendo insinuación de que volverían a verse, y su plan no iba por ahí. –Esta tarde podré darle la respuesta. –una respuesta que ya tenía. -Como desee. No volvieron a decir nada hasta que la duquesa de Berkshire los recibió a los dos con una cara de sorpresa, preguntando sin ningún reparo cómo se habían conocido. -En el baile de anoche, milady, me extraña que mi madre no se lo haya comentado, le dije que la avisara por si acudía en compañía de la señorita Hamilton. -Puede que sí. –contestó ella mirando al cielo- Encantada. -Igualmente, milady. –contestó Margaret educadamente. Avanzaron hasta la terraza, donde todos los invitados estaban reunidos. Se encontraban varias de las mujeres que estaban junto a la marquesa de Ruttland la noche pasada junto a sus esposos –las que lo tenían- y algunas más con el cabello gris cubriendo sus sienes y un bastón bajo sus frágiles palmas. Lady Stafford, ahora vestida con colores más claros, propios de la estación calurosa, no parecía ser aquella dama estirada y de poca simpatía que había conocido ayer. Sin embargo, esa barbilla alzada y la mirada altiva no habían desaparecido. La conversación giraba en torno a las actrices y el mundo del teatro, pues minutos antes había salido a la luz un escándalo relacionado con un hombre joven de una buena posición social, que había demostrado su amor a una actriz mediocre de un barrio pobre de Londres. -Tantas habladurías no son otra cosa que una muestra de la poca tolerancia que existe en esta sociedad. Si se aman, dejémosle vivir su amor. Tarde o temprano, se darán cuenta de que pertenecen a distintos mundos y se verán obligados a separarse. –alegó una mujer sentada al lado de Lady Northumber. -¿Y por qué no seguir viviendo su amor? –preguntó Margaret, interesada en el tema tratado- Si como decís, tanto se aman, podrán derribar las barreras sociales y escapar juntos para poder ser felices. Sólo si se quieren con locura, pues es la única forma de darle la espalda a toda una vida llena de principios y de leyes. -algunas de las damas presentes la miró como si acabara de blasfemar. -Una definición de amor verdadero, sin duda. –Lady Stafford abrió su boca de nuevo, usando esa lengua tan afilada sin compasión. –Algo, a la par que imposible, inútil. De amor no se vive, cielo, cuando él se haya dado cuenta de que amar a una actriz no le va a llevar más que desgracias, la abandonará, avergonzado por su falta tan grave. Y pensando que ha deshonrado a toda su familia, va a casarse con la primera rica heredera que pueda ofrecerle descendientes. Así es como los pobres siguen siendo pobres, y los ricos no se empobrecen. Antes de que Margaret pudiera volver a replicar, George Berkley le puso una mano en el brazo. Como si ese simple gesto consiguiera aplacar todos los reproches que tenía ella en su interior. -La pobreza no es una consecuencia de amores fallidos, milady, pero, en cualquier caso, habla usted como si nunca se hubiera enamorado y fuera el amor para usted una broma de mal gusto. –la desafió, dando un paso hacia delante. Las demás asistentes esperaron con impaciencia la respuesta de Lady Stafford, que no se hizo demorar, y se inclinó hacia delante en un gesto desafiante. -¿Para qué? -Lady Stafford se alzó ante la joven. De su pequeño bolso sacó el abanico y comenzó a sacudirlo. Todos pensaron que diría algo más, sin embargo, se quedó en silencio. Al cabo de unos segundos, descubrió la razón por la que la mujer había perdido todo el interés en la conversación. Lady Berkshire salió a la terraza acompañado por un hombre joven, un hombre que Margaret ya había visto y se le cayó el alma a los pies cuando sus ojos se cruzaron otra vez con su figura. No podía ser posible. Toda la discusión con Lady Stafford se desvaneció en cuestión del instante en que él hizo acto de presencia. ¿En qué momento creyó que era una buena idea aceptar la invitación? -Ya saben. –dijo la anfitriona- Que al conde de Norfolk le gusta hacerse esperar. –anunció entre risas, sin ninguna intención de ofender, más bien lo contrario, a su invitado. ¿Norfolk? Ya había oído ese nombre antes. Abrió mucho los ojos cuando recordó quién lo había pronunciado. “Dicen que es un mal hombre, y que se aprovecha de las mujeres” le había dicho Grace. Observó el resto de los congregados, sobre todo a las damas. En algunas de ella ni siquiera se notaba que ese hombre había llegado, mas en algunas, incluida Lady Stafford, reinaba algo parecido al nerviosismo, o a la impaciencia, quien sabe. Era cuanto menos curioso la variedad de reacciones que incitaba ese sujeto. Puede que todo lo que le había contado Grace no fuera otra cosa que calumnias y rumores infundados, pero no podía negar que había algo en él tremendamente sospechoso, y mucho más después de haberle visto en esa situación tan comprometida. Margaret se sentó en la silla que Berkley le ofrecía, algo de lo que no se dio ni cuenta hasta que oyó el metal arrastrándose por las baldosas. Incluso se había olvidado de la existencia de Lord Ruttland. -Está temblando. –murmuró él, mirando sus manos. -No me encuentro bien. –anunció con total sinceridad.- Pero no es nada, será el calor. No es la primera vez que me ocurre.- mintió. –Se me pasa enseguida. –agradeció de corazón la ayuda y la distracción de Lord Ruttland, si hubiera estado sola no hubiera sabido qué hacer. -Beba un poco de té, le sentará bien. –le tendió una taza junto a su plato y su cuchara. -Gracias. –la cogió y la depositó enseguida sobre la mesa cuando notó que sus manos no podían soportar el peso. Inspiró profundamente y dio unos cuantos sorbos, dejando que el sabor de melocotón inundara su boca. Se sobresaltó cuando oyó a alguien pronunciar su nombre. -Contadnos. –sugirió Lady Northumber, la amiga de la marquesa con la que más a gusto se había sentido hablando. -¿Cómo fue vuestra experiencia en su primer baile? Margaret se sintió acorralada, con todos los ojos posados en ella, incluidos los de ese Norfolk que tanto mal estar le estaba causando. No estaba con fuerzas para explicar lo que pasó, o más bien lo que no pasó, necesitaba algo que la salvara de pasar un momento como ese. Sentía las manos sudorosas debajo de sus guantes y el corazón que estaba a punto de romperle las costillas. Deseaba con todas sus fuerzas que Grace apareciera, o su padre, y se la llevara de allí lo antes posible. De repente se sentía tan pequeña como un ratón en la inmensa cocina de un lujoso restaurante, o peor aún, como lo que era, una inocente muchacha nada acostumbrada a la vida en sociedad.
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