Capítulo 3

1835 Words
Ya hacía un buen rato que se había cansado de los juegos de Evelyn. Ahora que el efecto del alcohol empezaba desvanecerse y su cerebro se ponía en marcha de nuevo, todo el deseo que lo había invadido minutos antes empezó a menguar, así como su estado de ánimo. -Me voy. –dijo secamente a la chica que no paraba de besarlo y ronroneaba encima de él como una gata en celo. -No. –contestó ella, sin detenerse.-No te vas. William dejó que la chica siguiera marcando una senda besos por todo su cuello, bajando por el pecho, y bajando todavía más. Entonces, sin ganas de perder el tiempo y tampoco el suyo, se la quitó de encima con la mayor delicadeza posible para no herir sus sentimientos, y se levantó aparatosamente. -¿Y mi chaqueta? –preguntó algo mareado. Se pasó las manos por el pelo, abriendo y cerrando los ojos seguidamente para recuperar la vista, que ahora le tambaleaba. –Necesito mi chaqueta. –repitió molesto. Evelyn siguió sin hacer caso a sus peticiones, se levantó al igual que él, lo abrazó desde la espalda y continuó pasando los labios por sus hombros. -Tenemos tiempo, cariño. –aseguró ella con una picarona sonrisa. William ni siquiera contestó, se apartó como pudo de aquellas manos y comenzó a buscar su chaqueta estrepitosamente. Se peleó con diversas plantas antes de saber que no la encontraría tan fácilmente. Necesitaba ir a casa y arreglarse un poco, no podía presentarse al baile de Lady Ruttland de esa manera, aunque, desde luego, no sería ninguna novedad. Ya tenía una reputación lo bastante dañada como para que lo viesen entrar desde la terraza con solo la camisa y la frente perlada de sudor. En ese maldito invernadero hacía un calor terrible. Al salir fuera, el aire fresco sacudió sus cabellos y le ofreció esa claridad que tanto necesitaba. Antes de que Evelyn tuviera tiempo para volver a agarrarse, comenzó a caminar hacia la salida más próxima. No podía salir por el salón principal, así que tenía que buscar alguna puerta de hierro o una valla lo suficientemente baja como para poder saltarla en su estado sin salir perjudicado. -¿No vas a despedirte de mi tía? –preguntó la chica recomponiéndose el vestido. -Por supuesto. –confirmó sin para de caminar. –Pienso regresar. -¿Te espero aquí? –dijo ella, deteniéndose en su preparación para, al igual que él, nadie sospechara lo que habían estado haciendo. -Lo de esta noche no volverá a repetirse. –atajó él frunciendo el ceño. -¿No te ha gustado? –inquirió haciéndose la ofendida, convencida de que no podía ser verdad. No había sido su mejor noche, pocas veces bebía, pero ésta la necesitaba. Después de escuchar la terrible noticia no había tenido otra alternativa, había sido la única manera de sobrevivir a estos días, alejándose como fuera posible de la realidad. Si no fuera porque Evelyn se le había lanzado cuando paseaban por los jardines –algo que debería haber intuido desde lejos- ahora ya estaría en casa con un vaso de whisky en la mano, sentado en su gran sofá o en el estudio. El dolor de cabeza comenzaba a aflorar. Necesitaba meter la cabeza en agua fría y despejarse las ideas. Después puede que estuviera dispuesto a hacer acto de presencia en la fiesta, para que nadie pudiera negar que había estado, y así no podrían inventarse nada escandaloso sobre el conde de Norfolk. Posiblemente, a éstas alturas, alguien ya debía haber difundido el rumor de que se había ido a un burdel en lugar de ir al baile de una amiga, o peor aún, que había llamado a alguna viuda sola y descocada para alegrarle la noche. En parte le enorgullecía, que todos supieran quién era lo convertía en un ser casi omnipresente, y a su lado arrogante le sentaba de maravilla tanta atención. -Deberías mirar si hay alguien. –advirtió ella saliendo también, con el pelo mejor peinado y el vestido bien puesto. -Antes se ha escuchado algo. –poco le importaba a ella que hubiera alguien, pero cualquier cosa era buena para que él no se marchara tan deprisa. -Tienes razón. –dijo. Su vista se había acostumbrado a la oscuridad, pero con el alcohol en la cabeza poco podía concentrarse para buscar a algún polizón entre el jardín. -Lo último que necesito es que tu tía sepa qué hemos estado haciendo. -A ti lo que te importa es que sepa lo que has estado haciendo tú. –le recriminó, cogiendo la chaqueta de Will, que había dejado tirada al lado de la pared del invernadero, y que había pisado él mientras la buscaba. La sacudió fuertemente y se la puso sobre los hombros. –Intenta que no te vea nadie cuando salgas. –cuando estuvo lo suficientemente cerca se quitó la prenda y se la puso al conde cuidadosamente, como si fuera un niño pequeño. Acercó sus labios a la mejilla de él, pero apenas la rozó, siguió la línea de la comisura y juntó la boca con la suya en un posesivo beso. –Buenos noches, cariño. Te veré luego. -No me busques. –dijo, y se dispuso a andar hasta su carruaje. Salir al amplio camino que daba a las escaleras de la terraza era demasiado arriesgado. Se internó entre el follaje de los árboles hasta llegar a una verja de hierro, pero era demasiado alta para ser saltada. Seguro que debía haber una puerta metálica en algún lugar, pero al buscarla se exponía a que lo encontrasen, puede que si aparentara normalidad nadie le pediría explicaciones de por qué estaba por aquella zona a esas horas y solo. Se quitó el polvo de la chaqueta y se peinó con los dedos, recompuso la camisa y los pantalones como pudo. Si tuviera un espejo quizá no le resultaría tan complicado. ¿Qué diablos lo había llevado a hacer algo tan imprudente? Sabía que la discreción no era uno de sus fuertes, pero tampoco se dejaba exhibir de esta manera y poniéndose en tan desesperante situación. No podía arreglarlo todo con la bebida cada vez que algo lo superaba, o acabaría tirado en medio de la calle medio muerto. ¿Pero qué debía hacer cuando le habían contado aquello? Solo había visto la salida en el fondo de una botella de licor, y todavía seguía viéndola. No había otra. Bufó fuertemente mientras se apoyaba en los barrotes de hierro. ¡Qué mil demonios se llevaran a su padre! ¡Él no era quién para decidir lo que William tenía que hacer con su vida! ¿Cómo podía hacerle algo semejante a su hijo? ¡Quitárselo todo! Por suerte, la noticia no se había difundido todavía por las altas esferas y tenía una oportunidad de enmendar el error que supuestamente estaba cometiendo. Su reputación y su estilo de vida no deberían haber sido un condicionante para la decisión de su familia. Solo necesitaba algo que le aportara estabilidad, un pilar permanente para poder apaciguar las habladurías y alejar los escándalos que lo rodeaban. Para ello, su hermana ya le había insistido mil veces en los mismo. Que se buscara una esposa. Pero le resultaba inviable. ¿El libertino conde de Norfolk casado? A todo el mundo le costaría creérselo. Se le había pasado por la cabeza la opción de buscarse a una mujer caza fortunas, de esta manera podrían hacer un pacto, ella tendría dinero y una buena posición social, y él tendría total libertad para seguir con su vida como soltero, ni siquiera importaría que se vieran a no ser que hubiera algún evento importante, y de vez en cuando para que los vieran juntos y nadie tuviera dudas de que eran un buen matrimonio. El plan era perfecto, algo cínico, pero la decisión de su padre le había caído como un cubo de agua helada y no había sabido reaccionar. Si no se daba prisa, lo perdería todo, y eso era impensable. A duras penas, consiguió encontrar la abertura entre dos grandes barreras. Gracias a Dios que su cochero había dejado el carruaje cerca por si partía pronto de allí. Llegar hasta su casa y volver le supondría como mínimo una hora, u hora y media, durante ese tiempo Evelyn haría acto de presencia en la fiesta, inventando cualquier argucia mientras él se lavaba y se cambiaba la ropa. El único inconveniente estaba en que mucha gente había visto llegar su carruaje, y posiblemente alguien también lo vería marchar. Maldición. ¿Y qué si lo veían así? Todo el mundo conocía sus andanzas y prácticamente su vida completa. Eso nunca le había supuesto ningún problema a parte de la cantidad de cuchicheos que se formaban a su alrededor cada vez que asistía a un lugar. Pero eso suponía ser el centro de atención, y le encantaba que la gente notara su presencia. Bufó. Pero no de esa forma. A pesar de que su nombre estaba manchado por el escándalo, nadie podía negar la elegancia que caracterizaba a la figura del conde de Norfolk, y entrar al salón principal con esas pintas sorprendería desagradablemente a todo el mundo, incluidas las mujeres que normalmente se alegraban de verlo en cualquier sitio, sobre todo las que se ofrecían a acompañarlo después de las fiestas. Tenía la sensación de que le estaban golpeando las sienes con un martillo gigantesco. La cabeza le daba vueltas como una noria de feria y no podía dar un paso sin marearse. Ésta vez te has pasado, pensó, furioso consigo mismo. Desde luego, había bebido demasiado como para que todavía le duraran los efectos. Y encima Evelyn ofreciéndose en bandeja… ¡Maldita mujer! Le había hecho perder el juicio mostrándole todos sus encantos de esa forma tan pecaminosa. Quizás ella podría ser una buena esposa, incluso lo tendría contento en la cama, pero enseguida se amonestó a sí mismo por pensar en ello. Él no quería casarse con Evelyn, la sobrina mimada de Lady Ruttland, esa chica era cuanto menos caprichosa e insoportable la mayor parte del tiempo, pero esta noche William estaba demasiado absorto en el alcohol como para darse cuenta. Pasaba buenos ratos con ella, eso no lo podía negar, no era como la mayoría de damas de alta alcurnia, no le pedía flores, no le pedía sutilezas ni florituras de ningún tipo. Aún así, no podría aguantarla como su mujer, de eso estaba completamente seguro. Se sentó exhausto, apoyándose en la verja y miró al cielo. Nadie querría casarse con él, ninguna mujer con dos dedos de frente estaría dispuesta a aceptarlo como esposo, y menos sus padres, que con tal de que no se acercara a sus hijas, estarían dispuestos a enfrentarse a un duelo. Su hermana era la única que le veía un lado tierno a su corazón pecador, y siempre le decía que la mujer que supiera sacarlo a relucir, esa sería una buena esposa para él. Confiaba demasiado en Will. Pero algún día se daría cuenta, incluso ella, de que su hermano no estaba hecho para amar.
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