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Amor impostor

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Blurb

Rodeada de lujos y extravagancias, Patricia está cansada de fingir un matrimonio feliz al lado de su afixiante esposo. Tras varios intentos fallidos por dejarlo un terrible accidente parece haberle hecho el favor, hasta que su mala suerte le juega en contra y lo trae de regreso. Solo que ahora Patricia se pregunta si este hombre que ha regresado es realmente su esposo.

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Nuestro aniversario
Debió ser la ducha lo que me despertó. Entre abrí los ojos y lo primero que vi fue el vestido colgando en frente. Rojo intenso, lentejuelas, un solo hombro. Cerré de nuevo los ojos y traté de imaginarme otra mañana, otra vida, otro lugar. Abrí los ojos. No dio resultado, seguía ahí. Sobre mi cómoda cama, con sábanas perfumadas y pulcras. Una cama King que no me daba el suficiente espacio para alejarme de él. La habitación también era muy grande, tenía una mesita para el té, dos sillas, un sofá de cuero blanco con cojines de flores en azul y rosa. El techo era alto y colgaba una lámpara de lágrimas de cristal. –Ah, ya estas despierta. Parece que me atrapó con los ojos abiertos y no pude fingir que seguía dormida. –Buenos días. –lo saludé pero no salí de las sabanas. –¿Ya viste por la ventana como está el día? –me dijo buscando su ropa en el armario. Completamente desnudo, su cuerpo atlético, piel blanca, sin vellos en la zona íntima y tampoco en axilas ni piernas. –No. –llueve. –Lanzó unas medias a la cama y solo sacó el bóxer n***o y una franela blanca para ponérsela. –¿Llovía cuando nos casamos? –No lo recuerdo. –Lo seguí con la vista y ahora me miró con desdén. –No llovió. –Siguió tras un pantalón. –Tu entrada en la iglesia traía detrás un sol radiante. –Se metió el pantalón y este le marcó las buenas formas de sus piernas y nalgas. –Tu cabello…–Se volteó a verme. –tu hermoso cabello lo recuerdo bajo el sol. –Ummm –Así que no llovió porque salimos de luna de miel y el auto era descapotable. –Se sentó en la cama y se volteó para verme. –Así que no llovió. Pero hoy si llueve. –No todos los años pueden ser iguales, Guillermo. Desde hace 6 años las cosas han cambiado, igual los días, el clima, tu, yo. Iba a ponerse una media pero se detuvo y luego continuó. –Creo que el clima es más estable que las personas. –Afirmó y después de la segunda media se rascó la barba, esa perfectamente afeitada, que apenas si cubría sus labios y perfilaba muy bien su rostro., –Estoy seguro, aún así, que escampará y hoy de nuevo tú cabello brillará. –El festejo se hará en la noche, Guillermo. Na die verá mi cabello que por cierto lo cortaré o lo… –No cortaras tu cabello, Patricia. –Ordenó levantándose para buscar la camisa. –Sui acaso las puntas. Por favor, es perta de tu belleza, de lo que eres. –Lo que soy. –Escapé de las sabanas y me senté. –¿Qué soy Guillermo? ¿Un trofeo que se exhibe en reuniones y eventos? Abotonándose la camisa azul oscura de Dios se quedó mirándome. –Quiero desayunar contigo. Te espero abajo. –Calzó sus zapatos negros de cómoda piel y salió de la recámara dejando la puerta abierta. Lo odiaba, y por eso regresé de golpe a la almohada. Para volver a imaginar que ese día que lo conocí no me llevó a este 7 de septiembre hace 6 años. Era tan joven cuando lo vi por primera vez. Cuando él me vio como me vio la primera vez y me ofreció la luna, las estrellas, la pasión hecha carne y una cárcel despótica desde que le di el sí. Salí de la cama, si no baja, él vendría por mí o enviaría a alguien. Así que lo mejor era que bajara ya mismo y lo despidiera hasta la noche. Coloqué una segunda bata de seda blanca sobre la de dormir y en pantuflas bajé. Deslizando la mano por el pasamanos de madera pulida, vi mi reflejo en el mármol de las escaleras y recordé ese día en que me llevó a ver la casa pro primera vez. Yo estaba encantada con todo lo que ya me había brindado durante esos tres meses de noviazgo en los que nunca tuvimos relaciones sexuales. Me decía que quería dejar lo mejor para el final, así que nuestras salidas siempre terminaban temprano y nos acompañaba un chofer o un socio suyo. La promesa de guardar lo mejor para el final la cumplió. me hizo estallar aceleradamente sobre la cama enorme vestida de rosas , en esa primera noche que pasamos en el Hilton de Aruba. Yo no tenía más experiencias amorosas que un beso de lengua y esos besos fueron de color rosa pálido si los comparaba con los suyos. Me parecía mentira como ahora volteaba la cara para no recibirlos o si no podía evitarlos me sabían amargos. Así que ahora el sexo era amargo desde el comienzo. Pasé directo de la escaleras a la cocina por el desvió del descanso y ahí estaba Tina, preparando mi jugo verde de las mañanas. Nada más  lo tomé y seguí mi marcha al comedor pequeño entre la cocina y un jardín íntimo de rosas en su mayoría, desde donde también podía ver el mar. Ahí él tomaba un sorbo de café fuerte como le gustaba y a un lado sus panes suaves con mermelada de fresa. –Siéntate conmigo, ven. –Señaló la silla blanca al frete y fui a sentarme. –¿Tienes todo arreglado para la noche? No sé, no veo gente andando de aquí para allá, ni globos, ni sillas. –Es temprano aún. Llegarán a eso de las 9 seguramente y la recepción es algo pequeño, Guillermo, no habrá globos como en una fiesta infantil. –¿No?¿Fuegos artificiales? –negué con la cabeza bebiendo de mi vaso. –A mí me gustan los fuegos artificiales, llamaré e a Anfer para que los traiga. –Anfer es tu abogado, no tu mensajero, déjalo en paz. Masticó seguido y me miró detenidamente. –Quiero fuegos artificiales ¿los pides tu? –Encogí los hombros para aceptar. –Espero estar aquí antes de las 7, debo hacer algunas cosas cerca de la refinería y no podré llegar antes, pero será temprano. ¿Tú que harás? –Dejaré todo listo e iré a ver a mamá, me contó ayer que Anton lleva días sin poder descansar bien, se despierta… –Espero que no te tardes y que no vayas conduciendo tu misma, últimamente han ocurrido muchos accidentes a la vuelta de la casa de tu madre. Terminé mi vaso de bebida nutritiva sin agregar nada más. Recuerdo como no paraba de hablar cuando nos conocimos. Yo acababa de cerrar un concierto muy pequeño con mi amigo Guido a la guitarra y él no solo envió rosas blancas justo al final del concierto si no que también me esperó en la salida cuando yo paraba un taxi para que me llevara a mí y a mi madre a casa. Evitó que lo utilizáramos y nos facilitó su coche. Para que no se viera sospechoso no viajó con nosotras. Se quedó ahí parado y lo vi todo el tiempo mientras nos alejábamos. Exquisitamente elegante y guapo. Su chofer no conversó durante todo el viaje pero si aprendió nuestra dirección y así él tuvo acceso a enviar detalles y luego invitarme a salir mostrando la admiración que sentía por mi estilo al piano y por mí, por toda yo. Casi no tomaba el teléfono cuando estábamos juntos y tampoco tenía temas familiares. Su padre y madre habían muerto y no tenía hermanos. El hombre perfecto, pensé. –¿Quiere algo más de comer señora? –No Tina, gracias. –Come, come algo más. Estas muy delgada. –A las dos nos sorprendió su voz. –¿Cuánto pesas? –No lo sé. Se levantó y lanzó la servilleta en la mesa. –Te llamo más tarde a la casa. –Se inclinó y besó mi frente, después salió de la casa hacia el auto, una vez su chofer recogiera su maletín. Su beso todavía hacia una marca en mi frente. Cambiar mi vida. Estar en otro lugar. Darme un baño y cambiarme para recibir a las personas del festejo. –Felicidades señora. –Buenos días señora, felicidades. –¿El vino donde señora? Felicidades. –Su perro se escapó cuando entró el camión, señora Beltrán, ¡ah, feliz aniversario! –Giovanni ve por Brandy, se ha escapado. –Lo siento señora Beltrán, el DJ pregunta si puede estacionar adentro, necesita sacar el equipo y… –Sí, que entre, claro. Las flores Jacqueline, ayuda a la florista. –Ah, por cierto, señora Beltrán, ¡feliz aniversario! Iban y venían pero cada uno que me veía me deseaba lo mejor. Yo, la señora Patricia de Beltrán, pianista que ya no brindaba conciertos, estaba de aniversario de bodas. 6 años. Después de dejar todo encaminado para la recepción de la noche, le pedí a Giovanni buscara el auto para llevarme a la casa de mi madre. Vestí algo deportivo y cómodo color azul y traté de no pagar con mi cabello, que ya casi llegaba a la cintura, toda la molestia que me producía celebrar un día como este. –Giovanni cuando me dejes por favor busca unos fuegos artificiales, el señor quiere lucirse esta noche. Giovanni me miró por el retrovisor y sonrió. –Lógico señora. El señor quiere que esta noche todo brille, como usted. –Sí…lógico. Giovanni no era mi chofer al principio de nuestro matrimonio. El vino después. Tres meses después cuando ya no quiso que yo condujera y me lo prohibió amablemente. Al principio no sonaba a prohibición, sino a que quería que viajara como una reina en un auto lujoso, pero luego ya nunca más conduje. Se estacionó frente a la cada donde mi madre y mi hermano vivían desde hacía ya 5 años y apagó el motor. –Voy y vengo con los fuegos artificiales, señora. –Anda con calma, Giovanni, que me relajo aquí hablando con mamá. –El señor me pidió que no tardáramos tanto en volver a la casa. –Dijo con algo de pena–Es que…ha habido ciertos accidentes por aquí cerca. Desde mi puesto en la parte trasera del auto todo me parecía muy extraño. La zona urbanística donde vivía mamá estaba más a la ciudad. No como la nuestra a la orilla de la playa. Nunca había escuchado que pasara nada, al contrario, casi nunca habían personas afuera de sus casas. –Accidentes cómo? Esta zona es de primera ¿crees que mi hermano y mi madre corren peligro? –No, no. Es que… –Es que ¿qué Giovanni? Dime ya estoy nerviosa. –No tiene por qué y lo mejor es que le pregunte exactamente al señor Guillermo lo que ha estado pasando por aquí. La zona es muy segura, lo sé señora. No insistí, él no diría nada más. La casa de mamá era una de tantas en serie en la zona. Era fácil ubicar la de ella porque sus flores entre lila y blancas la hacían especial. La casa se llama Libia, como ella. En cuanto bajé y el auto se alejó abrí la reja y entre por el pasillo de flores. –Patricia, cariño, si has podido venir. –Abrió la puerta mamá y me abrazó de inmediato. No era tan vieja pero la enfermedad de Anton la había alejado de sus propios cuidados y sus ojos verdes lucían tristes y cansados. –Hola mamá. –La abracé con fuerza y la besé. después entramos a su casa cómodamente decorada gracias a Guillermo, y las ricas fragancias de su cocina. –Si vine un rato a verlos mamá, sabes que me preocupa mucho cuando Anton se deprime. –Sí lo sé. Pero como hoy es tu aniversario de bodas. Al cual no voy para no descuidar a tu hermano, sabes que él no quiere que lo vean así. –La seguí hacia las habitaciones que quedaban en el primer piso–Para mí fue que vio a esa novia suya, Andrea, en internet con ese novio surfista que tiene, en una fiesta. –Es ingeniero mamá, pero su hobby es surfear. –Nos detuvimos. –Y debes comprenderlo mamá. Perdió una pierna, casi muere con la diabetes. –Lo entiendo todo, hija. Pero es su culpa no querer atender a la ayuda que le ofrece Guillermo para su operación y prótesis. Podría estar caminando desde que perdió la pierna ¿crees que ha sido fácil para mí? –Lo sé, lo sé mamá. Pero tenle paciencia. Además si no acepta la ayuda extra que Guillermo le brinda, por algo es. –Por orgulloso, tu marido solo quiere ayudarlo aunque lleve una vida normal. El amor que siente por ti es suficiente paga. Tomé el pomo de la puerta para entrar. No quería agregar nada más ahora que mamá alababa tanto a mi esposo. Ella no sabía lo frágil que era mi situación a su lado. Abrí y lo vi todavía en la cama. Su habitación olía a medicina de siempre y la penumbra reinaba porque las cortinas no estaban corridas. Sin contar con que el clima afuera estaba un poco nublado todavía. –Mira quien vino vernos y tu sigues durmiendo. –Le habló mamá. –Iré a traerte un pedazo de torta de chocolate que hice para mi sola. –Mamá me sonrió y salió. –¿Mamá te dijo que no podía dormir? Fue el saludo que recibí de él desde la cama, tratando de incorporarse. Antes de que le diagnosticaran la diabetes estudiaba arquitectura y andaba en moto por todos lados, ahora sus ojos verdes siempre estaban tristes, su voz amargada. Triste. Otra vida, otro lugar. –Sí, me dijo. –Abrí un poco las cortinas y el entrecerró los ojos. –Dice que estas así porque viste una fotografía de Andrea y eso…bueno. –¡No es verdad! –Ahora si le escuché muy claro–estoy así porque le encierro me enloquece. Porque las medicinas me inhiben, porque soy un parásito en esta casa que tu esposo siempre viene a sacarme que se la debemos a él. –¿Siempre? –Lo ayudé a sentarse y rodé la silla de ruedas lejos de la cama para ser yo quien se sentara a su lado. –Sí, bueno no siempre pero si viene y hace feliz a mamá con sus charlas y con su dinero y… –¿Pasó algo más un día que vino?= Una discusión afuera o algo. –N-no. –Buscó en su memoria. –Pero un día…bueno dos días tu abogado vino por aquí y le preguntó a mamá si Guillermo había venido. –¿Anfer? –Sí, fue extraño porque nunca había pasado. No lo veía desde que me operaron de…desde que perdí la pierna. Perdió la pierna izquierda hacia 4 años. Iba en su moto con su novia, Andrea, y la herida nunca sanó. –Le preguntaré a Anfer cuando lo vea esta noche. –No quiero problemas. Sabes que lo que gano desde la computadora no me basta para la medicina y si él llega a… –Tranquilo, sabré como hacerlo. Anfer no era exactamente mi amigo pero podía confiar en él. Él y yo habíamos hecho algunas cosas para huir y perder de vista a Guillermo, opero todo había fracasado. Claro Guillermo nunca se enteró que Anfer me ayudaba, no trabajaría para él.         Huir sin nada no era una buena idea. Y resulta que si me iba o si pedía el divorcio no me quedaría nada de su dinero. Su sucio pero necesario dinero para mantener a mi madre y a Anton en esa casa y con sus medicinas. Antes no estaba preparada, pero de un tiempo para acá si y quería solo una oportunidad para los tres irnos lejos. Yo no tenía dinero, solo un talento opacado por él. Tal y como él pronosticara dejó de llover y salió el sol. Me asomé a la ventana de mi habitación y las olas golpeaban tranquilas el borde de nuestro puente. –El señor llegó, señora. –Me avisó Jacqueline entrando y saliendo de mi cuarto. Todavía no llegaban invitados pero yo ya estaba lista. Cuando ella se asomó y dijo lo que dijo yo ni me inmuté, solo seguí mirándome al espejo. El vestido de un rojo sangre de lentejuelas era digno de una alfombra roja sobre mi cuerpo. Hacía poco ejercicio pero me hacía efecto de inmediato. Comía sano como mamá nos enseñara y trataba de dormir. Eso último como una adicta al sueño, tomando pastillas. –¡Dios, estas preciosa! Eres una aparición. –dijo al entrar al cuarto con un tono de voz subyugante y atrevido. cerró la puerta. –El vestido…¡woao! No podía quejarme de sus gustos, de cómo me cobijaba de lujos y como ponía horarios a mis rutinas. –Tenemos los fuegos artificiales. Se paró detrás de mí como si no me hubiera escuchado decirle lo de los fuegos y me miró a través del espejo. –¿No me escuchaste? Acabo de hacerte un cumplido. –Me tomó por la cintura y me habló cerca del oído. –Gracias. –Intenté sonreír y sentí como su mano atrapaba la mía y pasaba algo. Un estuche pequeño de terciopelo rojo. Lo tomé. –Feliz aniversario. –Me besó el cuello. Era más alto que yo así que tenía fácil acceso a todo mi cuerpo. –No hacía falta que te,,, –¿Por qué? –me obligó a girar para que lo viera. –¿Por qué tu no compraste nada para mí? –sonrió. Sus dientes, su aliento perfecto. –No importa si no lo hiciste, el mejor regalo es mirarte. –Pasó la mano por mi cabello y después por mi rostro–Verte, tocarte, que todos vean que eres mía. Venía a besarme pero lo detuve fingiendo que me diera un chance. –Sí te compre algo. –Me zafé de sus manos y vi como se mordió los labios cuando me alejé. El vestido si se ajustaba a mis curvas y entonces mi cabello rubio y ondulado caía en cascada y eso, más mis zapatillas altas lo excitaban. –¿En serio? Ah, mucho mejor. ¿Cuándo lo compraste?¿Hoy? –No. –Busqué la caja en mi mesita y se la entregué. –Lo compré hace mucho tiempo Me miraba y comenzaba a abrir la caja cuadrada. y volvía a mirarme y jugaba con su lengua en los dientes. –No recuerdo que hayas salido en estos días o no sé…quizás saliste y no me dijiste. –La terminó de abrir y vio el reloj de oro con diamantes en cada punto de los números. –Si sabes que tengo una gaveta llena de relojes ¿verdad? –Pero no como este. –Me acerqué y tomé yo el reloj y lo giré para que lo viera y leyera la inscripción. –Un año más juntos. Siempre tuya, Patricia. –Terminó de leer y aunque no era cierto que yo era suya, sus ojos oscuros lo creyeron. –Es verdad, no es igual al resto. –Se acercó y me besó. Recordé su primer beso. Me tomó por la quijada y la levantó. Sus labios se unieron a los míos con ternura al principio, pero luego se tornaron apasionados. Me temblaban las piernas y me latía fueret el corazón. Me sentía tan viva, él me hizo feliz. –Llévalo siempre. –Le pedí. –Bien, si. Abre el tuyo. –Solo tenía que abrir la cajita y ahí, juntos, unos aretes con pequeños brillantes, con piedras de amatista y oro puro. –¿Te gustan? –Me gustan, si, ¡son preciosos! –Nos miramos. –Déjame ponértelos–Sus dedos tocaron por mucho tiempo mis orejas–¿Cuándo compraste eso para mí? El reloj. Tuviste que salir varias veces, ¿Quién fue el joyero?¿Tony? –No voy a decirte porque eres capaz de investigar hasta el precio y no, no fue Tony. Y sí, salí un par de veces. –Me alejé de él y fingí que veía mis aretes en el espejo. –¡Me encantan! Cámbiate para bajar. –Pude sonreír y también pude salir y dejarlo en el cuarto. Irme lejos de él, de su asfixiante mano en mi cuello. La música comenzó a sonar, la gente comenzó a bailar. El anfitrión y yo los recibimos a todos con nuestras mejores galas y la mejor cara. Guillermo vistió un impecable traje diseñado para ese día color azul marino con camisa blanca y corbatín azul rey. Su mano siempre sostuvo la mía hasta cuando nos mezclamos entre las personas. Sus socios, hombres importantes en los negocios petroleros de la zona eran parte de los 40 o 50 invitados que asistieron. Yo los conocía todos y a ninguno al mismo tiempo. Corrió el champaña, el whisky, los aperitivos, los dulces y las oportunidades de hacer amistades importantes. Pues no había nadie en nuestro salón que no perteneciera a un estatus muy alto en Lecherías. –6 años ya han pasado de que te sacaste esta lotería, Guillermo. –Le golpeó el hombro Dylan, su socio más antiguo. –6 años ya, si. –Guillermo sonrió muy orgulloso y tomó mi mano para besarla. –El tiempo pasa volando. –Y hablando de volar ¿viajas mañana? –Comentó Carlos Muñiz, soltando el humo de su cigarrillo. –Sí. –Me extrañó no saberlo. –Mañana temprano, pero en la noche ya estaré de regreso. –No sabía que viajabas. –le dije mirándolo extrañada. –Es que surgió algo hoy y no puedo evadirlo. –Es algo, que según él dice, solo puede resolverlo él. Todos rieron de lo que Carlos comentó. –No te pongas celosa, Patricia. –Rió Beatriz la esposa de Dylan. –Guillermo solo tiene ojos para ti. Me consta. –Mientras tanto…¡feliz aniversario! –Levantó su vaso Dylan y los demás lo imitamos. Guillermo me besó en los labios, breve pero lleno de promesas. El número de personas y todavía sobraba espacio en el salón y en el puente hacia el mar. La casa todavía podía recibir a más personas. Guillermo se imaginaba la fiesta de sus hijos. Aunque lo intentábamos porque él no paraba de desearme, no había ocurrido el milagro. Me temo que en eso era yo muy afortunada. –¿Feliz aniversario! –Me sorprendió Anfer llegando al puente frente al mar. –¿Dónde estabas? Debiste llegar hace horas. –Le exigí una explicación de manera que nadie me escuchara. –Arreglando todo para su viaje inesperado de mañana. –Se excusó siendo precavido también–¿Le diste el reloj? –Sí, lo lleva puesto. –Bien, puede ser que mañana sea la oportunidad de que puedas irte sin el terror de que él pueda llegar. –No tengo mucho que llevarme. –¿Y tu madre y Anton? –¿Te ocuparas de pasar por ellos no? –Lo miré a los ojos para conocer la verdad –Por supuesto que sí. No tenía planeado que quisiera viajar mañana, pero se dio así. –Anfer era delgado y buenmozo. Se había casado y divorciado el mismo año hacia 3 años. Después de eso, no le conocí otra mujer. –¿Tienes miedo? –¿A qué? No. Con tal y mi madre y Anton estén bien nada más me importa. Por cierto, que me dijo mi hermano que habías estado por allá, ¿A que fuiste? ¿Te envió Guillermo? –N-no. Bueno si. Bueno lo tomé como excusa para irme ganando su confianza cuando llegase el momento. Sabes que te ayudaré en todo. El desvío que he ido sacando de su cuenta a la tuya es suficiente para vivir holgadamente 5 años. –No estaré como parásito tanto tiempo. –Le sonreí a varios que cruzaban a la playa. –En el momento que me digas que está del otro lado me iré. –Ahí viene, háblame de las medicinas de Anton, –¿Sabes de un lugar donde puedan dializarlo discretamente en caso de que toque revisar sus riñones? Me preocupa mucho lo deprimido que pueda ponerse. –¿Hablan de Anton? –llegó imponente hasta nosotros y tomó mi mano. –Sí, le pedía a Anfer que… –¡Bailemos! –Me alejó de su abogado. –No acapares a mi esposa, Anfer, ocúpate de buscarte una. Sentí pena pero si fui con él a la pista para bailar esa canción de Luis Fonsi, imagíname sin ti. –Me haces muy feliz. –Susurró en mi oído oliéndome el cuello. –Me alegra que así sea. –Respondí ignorado todas las miradas de los espectadores. –Uy, pensé que me dirías que yo también te hacía muy feliz a ti. –Apretó un poco mi mano. –Han sido 6 años muy diferentes a lo que yo esperaba. –lo sé bien, pero son estos momentos en los que me doy cuenta que debo ser un poco más flexible. –Me pegó más a su cuerpo. –essolo que lo delicado de mi trabajo te expone demasiado y temo que pueda sucederte algo. No me lo perdonaría. No dije nada. Bien sabía que no se trataba de eso. Beatriz y Magda vivían como querían. –Sé que tu vida cambió enormemente, Patricia. Por esa razón te he traído un segundo regalo esta noche. ¿De qué se trataba? La música se detuvo con un gesto de su mano y comenzaron a aplaudir a lo que venía a mis espaldas. Lo miré. Sonriente pero calculador y me volteé. Lo traían rodando, Blanco como el mármol del piso de nuestra casa, hermoso y dador de un gran placer para mí, un piano de cola. Lo miré encantada. Casi llorando. Eso no lo podía fingir. Amaba tocar. Llevaba 5 años sin hacerlo en público. Fue otra de las cosas que me prohibió por el tema de los agasajos, los elogios, los abrazos extraños y una vida que él no podía seguir debido a su trabajo. –¿Dirás que me amas ahora, que sí te hago feliz? Fui donde lo ubicaron sin responderle y lo acaricié aun escuchando aplausos y ovaciones para Guillermo. Tocando sus teclas pulidas pude recordar los mejores años de mi niñez. –Siéntese señora. –Giovanni colocó el banco justo donde debía y tomé asiento bajo las miradas de todos aquellos que comenzaron a guardar silencio Para mi asombro. Mis nervios no provocaron torpezas una vez los dedos tocaron las teclas y comenzaron la pieza alegre que elegí, Bennie and the jet de Elton John. Era lo que mejor me iba esperando el día de mañana en el que nuevamente intentaría mi libertad. Frente a mí, Anfer levantó su copa y entonces escuchamos golpeantes los fuegos artificiales estallar cambiando de colores el rostro de mi esposo y su mirada intentando leer mis pensamientos.

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