El accidente

1792 Words
Me parecía vivir un bucle. Esta vez no fue la ducha lo que me despertó si no su mirada.         –Pensé que te irías temprano. –Le dije enderezándome y cubriéndome como si no conociera bien mi cuerpo.         –Quise esperar para despedirme de ti. –Me dijo tranquilo sentado en la cama a mi lado.         –¿Ya comiste?¿desayunaste? –Todo, todo. –Alargó la mano y tomó la mía. Yo no lo escuché hacer nada. La verdad había bebido suficiente champaña y eso, más las pastillas nocturnas me ayudaron mucho a la hora que me tocó quedarnos a solas. –No quería irme sin que supieras lo mucho que te quiero. –Se acercó un poco más y yo no me moví. Él miraba todo mi rostro, se detenía en mis ojos unos segundos más y después bajaba a mi boca. –Anoche…anoche estabas tan feliz. Se refería al piano. Y era verdad, toqué tres piezas y después la pasé riendo y bebiendo champaña con él y sus amigos, sus socios y su círculo social. El piano funcionó como una droga para mí. Tenía tanto tiempo sin tocar de esa manera que todo lo vi color de rosa. Saber que al día siguiente, hoy, podría ser el día en que podría partir y que no me encontrara. Cambiaría mi nombre, cortaría mi cabello, lo pintaría inclusive y viviría otra vida. Una vida tratando de ayudar a Anton y a mamá. Una vida siendo yo misma, la Patricia Meyer que creí sería casada con él. –Creo que bebí demasiado, Guillermo, yo…tenía tanto tiempo sin roncar así. Creí que podía volver a… –Lo hablamos a mi regreso. –Me detuvo con sus dedos en mi boca. Después se acercó para besarme, suave y lento. –Anoche te portaste como hacía tiempo no lo hacías. –metió el cabello detrás de mi oreja izquierda. –Quiero pensar…quiero pensar Patricia, que a mi regreso te encontraré así, como anoche. –Me miró fijamente y no dejó de intimidarme y hacer que me arrepintiera de esa noche. Anoche. Anoche entramos besándonos a la habitación. me levantó besándome y me lanzó en la cama para desvestirme. Yo cerré los ojos y puse mi mente en blanco, esta sería nuestra última vez juntos. A donde iba, él no tendría acceso, así que esta noche podía dejarme llevar como esas primeras noches a su lado. Cuando volví a abrir los ojos se quitaba la camisa, así que me apresuré a deshacerme de las pantaletas y subí el vestido torpemente con mis manos para esperarlo. Me miraba  con deseo, con hambre, como siempre, como si yo fuese su propiedad, así que fingí que eso me gustaba, me mentí a mí misma cuando me tomó por las piernas y me acercó a la orilla de la cama. Ya estaba desnudo y paseó sus manos por mis piernas, pies descalzos y de nuevo hasta arriba acariciando mis nalgas. –Eres hermosa, eres suave, eres mía. Repetía besándome las piernas y después subió a mí cintura para ayudarme a sentar y sacar el vestido por la cabeza para dejarme desnuda. Nuestros cuerpos se enrollaron para girar en la cama. Lo tomé con fuerza de las manos y lo tendí boca arriba. Le gustaba lo que yo hacía y él a mí me llegó a gustar tanto. Al principio, durante semanas y meses él fue el hombre de mi vida y ahora yo quería recordar eso, yo quería despedirme de él de la mejor forma. Posicionada sobre él permití que entrara rápidamente dentro de mí y al mismo tiempo busqué su boca para besarlo, besarlo con el sabor a champaña en nuestras bocas y la combinación de la pastilla que tomé en mitad de los eventos de la celebración. –¡Oh Patricia, me vuelves loco–Dijo gimiendo en mi rostro cuando me acerqué un poco a él para comenzar a moverme. –Tú también, tú también me vuelves loca. –Lo incité moviéndome muy a prisa sobre él, sentía sus manos en mis nalgas, en mi cintura, en mis pechos, en mi cara. Entraba y salía sin problemas, humedecida como hacía tiempo no lo estaba a causa de tanto resentimiento. Ahora acababa gritando, gritando fuerte mientras él se vaciaba dentro de mí gritando mi nombre. Sorprendido por mi comportamiento que de paso lo hizo quedarse en la mañana para sellar lo ocurrido en la noche. –Era mi segundo regalo de aniversario para ti. –Le respondí tratando de sonreírle. –Dijiste que tenías que irte temprano. ¿Qué es eso que tienes que resolver por ti mismo? –No hablemos de eso ahora. –Volvió a besarme. –Dime ¿me perdonas? –¿Qué es lo que quieres que te perdone. Guillermo? Es mejor que te marches ya, esta conversación terminará mal. –Intenté levantarme pero me detuvo por el brazo. –No, no Patricia. –Sí, sí Guillermo. Ya esto ha sucedido antes y no termina bien. –Logré levantarme de la cama. –Está bien, esta bien. –Se levantó él también de la cama y fue a la puerta. Vi como iba vestido, traje gris con chaleco de botones y camisa azul clara. Levantó la mano en son de paz. –Hablaremos a mi regreso ¿sí? Me volteé a verlo. –Claro Guillermo, aquí estaré, solo…cuídate. –Tú cuídate. Te estaré llamando. –Claro. Eso fue lo último que dijo antes de irse. Yo permanecí parada en la ventana mirando el cielo azul en contraste con un mar verdoso con cristales color naranja flotando. Las olas iban y venían tranquilas dejando esa espuma blanca, hermosa. En un par de horas me avisaría Anfer que saliera hacia ese horizonte, lejos de ahí. –Buenos días Tina. –Saludé a nuestra amable cocinera con cabellos cortos y ojos de señora dulce. –Voy a correr antes de tomar mi vaso. Llevaba puesta mi ropa deportiva del mismo verde que mis ojos y me hice una cola alta en el cabello. –Voy con usted, señora–Saltó Giovanni de algún lugar. –¿A correr? No Giovanni, eso lo haré yo sola. Por el jardín privado salí al nuevo día. Mis zapatos tenían mucho agarre y mi espíritu se entregó a la arena, a contemplar el mar tranquilo ir y venir, el sol todavía no estaba tan fuerte, oler la sal y despedirme de todo que había sido mi paisaje durante 6 años. Corrí sola pero Giovanni buscó unos binoculares para seguir todo mi recorrido. Guillermo les sembró una idea de persecución y peligro que ellos se creyeron. –Perfecta la celebración de anoche, señora. –Me dijo Giovanni cuando aparecí en el puente y tomé la toalla que siempre dejaba ahí para secarme el sudor. –¿Te pareció? Tus cohetes explotaron todos. –Total armonía con sus piezas de piano. –Sí. –Tomé la bebida que la amable Tina me traía. –Eso sí. Gracias Tina. Voy a ducharme ¿me haces una tortilla? por favor, Giovanni coloca las flores a la entrada, por favor. –Comencé a caminar fuera de la cocina para pasar por el salón y volver a ver el blanco piano. –Me voy a tardar en la ducha. Comencé a subir las escaleras. Acaricié de nuevo el pasamano. Esto lo extrañaría, subir y bajar estas escaleras. El techo y paredes blancas, los cuadros, pocos pero muy hermosos, marcos dorados, elegantes, abstractos. Muchas cosas extrañaría, pero este cuarto no era una de esas cosas. Tuve que admitir que una vez salí del baño y me vestí con jean y franela negra, me puse un poco nerviosa. El teléfono celular lo veía a cada rato, lo coloqué inclusive muy cerca de la ducha pero nunca una llamada ni un mensaje. Debía calmarme, apenas habían pasado tres horas. Igual tomé el bolso d emano con lo necesario y volví a mirar por la ventana ¿Y sí algo había cambiado?¿Por qué para mí era todo tan difícil? ¿Por qué permití que el miedo y el chantaje me ganara? de todas maneras iba a quedar sin nada. Justo el día de la boda firmé un convenio de bienes separados, de no quedarme con nada de lo trabajado por él. ¿Por qué no lo vi en ese momento?¿Por qué creúi que eran arrebatos de millonario que siempre había sido buscado por su dinero? –Señora. –Escuché tras la puerta. –Jacqueline, pasa. –Caminé hasta la puerta para estar cerca de ella cuando pasó al cuarto. –Permiso señora. –Jacqueline estaba con nosotros desde hacía tres años. Al principio, llegando de la luna de miel me presentó todo un equipo da mis órdenes, me presentó como la dueña y señora de la casa. De esa casa blanca con ventanas azules tan grandes y lujosa, vista al mar, fragancia a sal, a objetos nuevos. A baños del tamaño del apartamento que ocupaba con Anton y mamá. –Acaba de llamar el señor Dylan Rusbel al teléfono de la casa, señora. –¿Y? ¿Qué quería? ¿Qué dijo? Es el señor, el señor, señora. –¿Qué? ¿Qué pasó con el señor, Jacqueline? Corrí a la cama por mi teléfono y marqué el número de Anfer, la llamada que llevaba horas esperando. Jacqueline estaba nerviosa frente a mí. Nos miramos mientras repicaba un par de veces. –¿Qué te dijo Dylan, Jacqueline? ¿Qué te dijo? –Que el señor había sufrido… –¿Patricia’–Me respondió la llamada Anfer. –Anfer ¿qué pasó? Llamó Dylan y no entiendo bien lo que dejó dicho. –Escucha bien Patricia. –Yo  seguía mirando a Jacqueline mientras lo escuchaba. –La avioneta donde viajaba Guillermo sufrió un desperfecto. –¿Y qué pasó? Enciende el televisor, Jacqueline, canales locales, ¿qué pasó Anfer? ¿Cuál desperfecto? –No lo sé, no lo sé bien todo Patricia. Jacqueline encendió el televisor y ahí estaba la noticia. –Hay una noticia de búsqueda Anfer, en las noticias. –Sí. La avioneta cayó Patricia y se encontraron los cuerpos del piloto y el otro acompañante, pero no hay rastros de Guillermo. –¿Cómo? ¿Por qué? ¿Dónde está? –No lo sé, no lo sé. –Señora, mire. –Miré la pantalla como Jacqueline me lo pedía y parecía la avioneta en unos matorrales, partes de alas y cola. –Anfer…¡Anfer! –¿Qué? Dime ¿qué ves? –La avioneta despedazada. ¿Cómo están los que iban con él? –Le pregunté sin dejar de ver la pantalla y caminar de atrás para adelante. –Muertos…están muertos Patricia.
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