Y ahí estaba de nuevo, parada frente a mis suegros, tratando de controlar el color rojo de mi rostro y buscando mi dignidad en el piso, mientras acariciaba mi mano mano para que hablara. El comedor había quedado en silencio un segundo después de que entramos, y muchos ojos exóticos y bonitos estaban ahora puestos en mi vientre. ¿Por qué en mi vientre? Yo me preguntaba lo mismo, pero no fue hasta que Ethan habló que entendí a que se debían sus miradas. —No está embarazada —rió, abriendo un asiento para mí en la gigantesca mesa cuadrada de cristal. Pero su sonrisa era más que todo nerviosa, como si estuviera dejando una posibilidad abierta. —¿Emba…?—busqué sopesar la posibilidad en voz alta, pero encontrando el sentido poco a poco en la palabra, reaccioné y negué frenética —¡No! ¡Y-

