Emilia se miró una vez más en el espejo y alisó con sus dedos la sedosa tela del Valentino rojo que llevaba hasta el suelo. «Con suerte, con un vestido tan bonito y caro, encajaré con el resto de invitados a la gala», pensó. Se apartó del espejo y miró la hora. Gavin debía estarla esperando en el bar del hotel, tal y como le dijo. Él se vistió y arregló tan rápido que hasta le sobró tiempo para una conferencia. En cambio ella, que además de bañarse, vestirse y peinarse, tenía que maquillarse. Fueron mínimo unas tres horas las que ocupó para estar presentable. «Benditos hombres que no necesitan de tanto para verse guapos y apetitosos». Ese pensamiento hizo que todo un caleidoscopio de mariposas batiera sus alas en su estómago, al imaginar lo guapo que debía de verse Gavin con su traje.

