Capítulo 2

2895 Words
2 Aterrizaron en Shelby, California, algo pasadas las ocho de la tarde. El cielo estaba precioso, tachonado de estrellas brillantes en lo alto. Trisha eligió la más brillante de todas y le contó mentalmente a su madre los planes que tenía para volver a casa, y habría jurado que la estrella parpadeaba para ella. Se lo tomó como una buena señal y permitió que todo su estrés desapareciera. Gruñó, poniéndose lentamente de pie y estirándose. Una de las cosas que no iba a echar de menos de ser piloto eran aquellos vuelos de costa a costa o internacionales en los que tenía que permanecer sentada durante tanto tiempo. Todavía tenía problemas si tenía que permanecer inmóvil durante un periodo largo de tiempo, y saber que aquella rigidez nunca desaparecería por completo había sido otro factor decisivo en su decisión de dejar su trabajo en Boswell. Justo estaba recogiendo la chaqueta del respaldo de su asiento y estaba a punto de abrir la puerta de la cabina cuando Ariel le puso la mano en el brazo, deteniéndola. ―Sabes que comprenderé lo que sea que me estés ocultando, ¿verdad? ―preguntó en voz baja, mirando a Trisha a los ojos―. Sé que ocurre algo. Siempre estaré ahí si me necesitas. Las lágrimas le quemaron en los ojos. Debería haber sabido que Ariel notaría que últimamente no estaba siendo ella misma. ―Lo sé. ―Respiró profundamente antes de soltar lo que tanto miedo había tenido de decirle a su mejor amiga―. He dimitido de mi puesto en Boswell International y me voy a casa para trabajar con mi padre ―dijo apresuradamente. El corazón le latió con fuerza mientras esperaba la respuesta de Ariel. Esta la miró, arqueando una ceja, antes de echarse a reír. ―¿Eso es todo? ¡Creía que estabas muriéndote o algo! Bueno, ¿cuándo empezamos? Trisha se la quedó mirando con un silencio sorprendido. ―¿Qué quieres decir con cuándo empezamos? ¿De quién hablas? ―De ti y de mí. Sé que a tu padre le vendría bien algo de ayuda; ¡desde que nos fuimos me llama al menos una vez a la semana para que lo ayude con el papeleo! Recuerda que yo era su contable antes de que nos fuéramos para alistarnos en las Fuerzas Aéreas. Llevo encargándome de todas sus cuentas desde hace más de diez años ―contestó Ariel con una amplia sonrisa. ―¿Q-qué? ―tartamudeó Trisha―. ¡Nunca me había dicho nada! No tenía ni idea de que estaba teniendo problemas. ―No eran problemas necesariamente. Siempre ha odiado llevar la contabilidad; prefiere estar en los bosques persiguiendo a novatos. Llevo meses comentándole la idea de volver a casa, pero no quería dejarte aquí. Estoy cansada de tantos viajes. Desde que las cosas entre Eric y yo se fueron a pique, empecé a pensar que es el momento de hacer un cambio. Hace un par de meses le pregunté a tu padre si me contrataría si volviera a casa ―dijo Ariel con una sonrisa aliviada, antes de darse la vuelta y salir de la cabina. Trisha simplemente se quedó mirando la espalda de su mejor amiga, sumida en un silencio atónito. Habían crecido juntas en la pequeña ciudad de Casper Mountain, en Wyoming. Habían sido Ariel, Carmen y Trisha, las tres contra el mundo. Puesto que Trisha era hija única, tener a otras dos niñas de casi su edad había resultado maravilloso. Ariel y Trisha habían ido a la misma clase, mientras que Carmen era un año menor. Ariel había empezado a trabajar para el padre de Trisha, encargándose de las cuentas, entre su tercer y cuarto año de instituto. Ambas chicas habían tomado clases online de la escuela profesional mientras estaban en el instituto, de tal modo que para cuando se graduaron también recibieron sus títulos técnicos. Justo acababan de empezar el segundo año de sus estudios de formación cuando los padres de Ariel y Carmen murieron en un accidente de tráfico. Trisha estaba segura de que lo único que había logrado que Carmen continuase con su último año de estudios había sido tener al padre de Trisha, y para Carmen su salvación había sido Scott, su novio de instituto. Carmen y Scott se habían casado solo unos días después de graduarse del instituto, mientras que tanto Ariel como Trisha habían decidido entrar en las Fuerzas Aéreas, puesto que las dos querían llegar al programa espacial. Ariel no pasó la criba, pero Trisha sí, o al menos así había sido hasta el accidente. Trisha se miró a sí misma. No iba a seguir el camino por el que iban sus pensamientos. Lo había hecho miles de veces y siempre terminaba del mismo modo. Soltó una risita cínica. «¿Acaso no es esa la definición de locura?», pensó. «¿Hacer lo mismo una y otra vez y esperar un resultado diferente?». Negó con la cabeza y salió de la cabina, siguiendo a Ariel por las escalerillas. Se rio con suavidad al recordar haber oído a Cara abriendo la compuerta del jet casi antes de que este se hubiera detenido por completo. Abby estaba mirando a Cara con una expresión algo indecisa cuando Ariel y ella se acercaron. Trisha se preguntó si creía que debía darles una propina o algo parecido; así de incómoda se la veía. Cara, por otro lado, tenía aspecto de estar intentando pensar en alguna razón para no tener que volver al jet. Trisha tuvo la sensación de que Cara se habría atado encima de la aeronave si hubiera sido capaz. No se lo le había dicho a Cara, pero tanto ella como Ariel estaban al tanto de su claustrofobia y ya habían decidido quedarse a pasar la noche. No había sentido en acabar ambas agotadas y además estresar a Cara hasta el punto de que las volviera locas. ―Es demasiado tarde para que volváis hoy. ¿Os gustaría quedaros en mi casa a pasar la noche? Está un poco más arriba en la montaña, pero es un lugar precioso. Tengo un dormitorio extra si no os importa compartirlo, y un sofá gigante que cumple muy bien como cama ―dijo Abby, mirándolas nerviosa. Trisha estaba a punto de abrir la boca para acceder cuando Cara estalló con un alivio más que evidente. A Trisha le hizo falta hasta el último ápice de su autodisciplina para no echarse a reír, y Ariel puso los ojos en blanco, intentando ocultar su propia sonrisa. ―¡A mí me parece perfecto! ―dijo Cara, entusiasmada ―. Si tengo que volver a meterme en esa lata de sardinas hoy, perderé la cabeza. Y me encantaría conocer a tu hombre. ¿Has dicho que tiene hermanos? ¿Sería posible conocerlos entre esta noche y mañana por la mañana? Sería un placer conocer a algunos chicos nuevos. Estoy intentando romper mi récord en hacerlos salir corriendo; creo que el que más me ha durado fue diez minutos. Trisha y Ariel se rieron. ―Ah, Cara, creo que ese tal Danny duró doce. ¿Tú qué opinas, Ariel? ―Oh, al menos doce, puede que incluso trece ―añadió Ariel. Trisha hizo una mueca. Había sido ella quien había improvisado la última cita a ciegas de Cara, y no había sido precisamente uno de sus momentos más brillantes. Había decidido sorprender a Cara con una cena con un profesor de física de la universidad de la zona que vivía en el apartamento de enfrente, pero Cara no se había mostrado muy contenta con su elección. Trisha torció el gesto y admitió que no podía culparla por ello; aquel tipo las había tratado a las tres como si fueran idiotas. Cara le había dado rápidamente la vuelta a la tortilla cuando empezó a recitar la teoría de los agujeros negros de Stephen Hawking con un detalle exquisito, añadiendo la manera en que las relaciones se correlacionaban con dicha teoría. Aquel pobre tipo había acabado teniendo un ataque de asma en mitad de su discurso. No habría sido tan malo de no ser porque Trisha en aquel momento ya había estado a medio camino de ganarse una buena resaca y no se había dado cuenta de los apuros del profesor. Aquella misma tarde había entregado su carta de dimisión en Boswell, y lo estaba celebrando por adelantado. Y menuda sorpresa se había llevado al ver que Ariel estaba mucho mejor. Cara, la única sobria del grupo aparte del profesor, les había echado una mirada y se había echado a reír, y Trisha había sabido, incluso a pesar de la borrachera, que estaba reuniendo información para poder chantajearlas más adelante. Lo último que quería hacer ahora era recordarle a Cara toda aquella situación. ―Estáis mal de la cabeza. Estabais tan borrachas que ni siquiera os acordáis de su nombre ―dijo Cara, riéndose―. Era Douglas, no Dougie. ―Su perfecta imitación del enfado del profesor de física consiguió que Ariel y Trisha se rieran tan fuerte que se les saltaron las lágrimas. ―Oh, sí, el bueno del viejo Dougie ―dijo Trisha, secándose los ojos―. ¿Cómo podríamos olvidarlo? ―Después miró a Abby y sonrió; sabía que sus siguientes palabras estarían más dirigidas a Cara que a ninguna de las demás, pero jamás lo admitiría―. A diferencia de algunos, Ariel y yo necesitamos al menos ocho horas de sueño más de una vez al mes para poder sobrevivir. Será un placer aceptar ambas ofertas. Abby frunció el ceño. ―¿Ambas? ―Sí, la de la cama y la de los hermanos. ―Tanto Cara, Ariel como Trisha sonrieron con satisfacción. Trisha siguió la corriente con la broma de los hermanos, pero en su interior hizo una mueca. En cierto sentido se parecía mucho a Carmen; todavía no estaba lista para tener otra relación. Resopló en silencio. Quizás se pareciera más a su padre, que nunca había encontrado a otra mujer con la que sustituir a su madre. Sus padres se habían casado muy jóvenes, más jóvenes de lo que lo habían sido Peter y ella, pero la suya había sido una unión destinada por los cielos. Llevaban casados poco más de cuatro años cuando su madre murió de repente. Después de aquello su padre vertió todo su amor y atención en su hija. Trisha sabía que el hombre había tenido algunas relaciones a lo largo de los años, pero ninguna había durado nunca demasiado. Su padre nunca había ido en serio con ninguna de aquellas mujeres, sin importar lo mucho que habían intentado presionarlo para que se comprometiese. Trisha le había preguntado en una ocasión al respecto, pero su padre simplemente le había dirigido una sonrisa triste y había dicho que no había encontrado a una mujer que prendiese la chispa en su interior como lo había hecho su madre. Había dicho que, si alguna vez encontraba a alguien como ella, la haría suya tan rápido que la susodicha ni siquiera lo vería venir. Trisha y él se habían reído y habían hecho una lista de todas las cosas que buscaba su padre en una mujer, y Trisha se había mostrado de acuerdo: nunca habían encontrado a una mujer que cumpliera con todos los requisitos de la lista. Y también se había dado cuenta de que ella misma había estado buscando a esa persona especial. Pensó en la época en que dicha persona había sido Peter, pero estaba claro que aquello había sido un error. Volvió bruscamente al presente cuando Carmen se acercó en silencio al grupo. ―Yo aprecio la oferta, pero creo que no. He preparado un transporte de antemano; creo que me pondré en camino, he ido durmiendo la mayor parte del camino ―dijo en voz baja, apareciendo de la nada. Trisha escuchó mientras Cara le explicaba con entusiasmo a Abby que no le llevaría mucho rato recoger sus cosas, pero toda su atención estaba en realidad puesta en Ariel. Estaba preocupada por ella; era más consciente que nadie de lo mucho que se preocupaba Ariel por su hermana pequeña. Tres años atrás, ninguno de ellos había creído siquiera que Carmen pudiera sobrevivir. Ariel no había renovado su servicio en las Fuerzas Aéreas para poder quedarse en el hospital durante aquellas primeras semanas críticas. Entre la recuperación de Trisha y lo que le había pasado a Carmen, Ariel no había tenido tiempo para nada más, pensó, sintiéndose culpable. Maldición, tenía que conseguir que sus pensamientos se concentrasen de una vez. Si no tenía cuidado, acabaría convirtiéndose en una vieja amargada. ―De acuerdo. Danos diez minutos para asegurarlo todo ―dijo, mirando a Ariel de reojo, preocupada. Después se dio la vuelta y volvió a subir la escalerilla del jet. No le llevaría mucho rato tenerlo todo listo; solo tenían que bloquear la puerta del jet y recoger sus maletas. Trisha abrió el compartimento que había en la parte delantera de la cabina y sacó tanto su bolsa como la de Ariel. Bajó las escaleras con una en cada mano, encontrándose con Ariel al final de las mismas. Esta aseguró la puerta del jet antes de girarse hacia Trisha y tender la mano hacia su bolsa. ―Carmen estará bien ―susurró Trisha, dándosela―. Solo necesita tiempo. Los ojos de Ariel brillaban con las lágrimas que no había derramado. Se aclaró la garganta antes de responder. ―Sí, ¿pero cuánto? Ya han pasado tres años. ―También han pasado tres años para mí, y todavía no estoy lista ―contestó Trisha con voz suave―. Perdió a alguien muy importante para ella, Ariel. No todos sanamos de nuestras heridas a la misma velocidad. Mira a mi padre, por ejemplo. Tienes que hacer frente a los días de uno en uno y esperar que las cosas mejoren ―finalizó, mirando hacia la oscuridad con una expresión afligida. ―Lo siento ―dijo Ariel, dándole un abrazo con el brazo que tenía libre―. A veces me olvido de que comprendes por lo que está pasando Carmen mejor de lo que lo hago yo. Gracias por estar ahí para las dos. ―Ey, ¿para qué están las hermanas si no? ―respondió Trisha con una gran sonrisa―. Y se acabó ya de cosas tristes y deprimentes. Estoy cansada de sentirme como una aguafiestas. Vamos a concentrarnos en toda la diversión que vamos a tener tomándoles el pelo a los novatos; creo que la Marina todavía envía a sus SEALs con mi padre para que los entrene. Me muero de ganas de verles la cara cuando los marque. Ariel soltó una risita ante la idea. ―¡Eres terrible! Sabes que, para cuando acabes de jugar con su cordura, necesitarán terapia, ¿verdad? Trisha estaba a punto de responder cuando oyó una detonación. Tanto Ariel como ella habían oído disparos suficientes como para reconocerlos al instante; las dos soltaron sus bolsas y echaron a correr hacia el aparcamiento del que había provenido el disparo. Trisha fue la primera en cruzar la verja, seguida de cerca por Ariel. Soltó un suspiro de alivio cuando vio a Cara y Carmen juntas, y después buscó a Abby con la mirada, frenética. Oyó el sonido de unos neumáticos derrapando y se giró justo a tiempo de ver cómo los faros de una camioneta salían del aparcamiento a toda velocidad. ― Joder, ¿qué ha pasado? ―preguntó. Carmen habló antes de que Cara pudiese decir nada. Su expresión era sombría y mortífera; Trisha notó perfectamente que estaba cabreada. ―Un c*****o ha atacado a Abby. Por lo que he visto no estaba muy feliz con que ella no lo eligiera a él en lugar de ese tal Zoran. Voy a seguirlo. Manteneos en contacto; puede que necesite refuerzos. ―Y con aquello echó a correr hacia una moto que hasta entonces había estado escondida en la oscuridad, entre dos hangares, antes de que nadie pudiese decir nada. ―Necesitamos un vehículo ―murmuró Ariel con aire lúgubre, mirando cómo su hermana salía en persecución de la camioneta. ―Estoy en ello ―respondió Cara con voz temblorosa antes de cruzar corriendo el aparcamiento mal iluminado en dirección a la camioneta de Abby. Trisha miró cómo abría la camioneta con maña, y en cuestión de un segundo ya tenía el motor en marcha. El rostro de Cara se iluminó con una enorme sonrisa cuando vio la ceja arqueada de Trisha. ―Solía tener un problema cogiendo coches prestados para dar una vuelta. Trisha simplemente sacudió la cabeza mientras Ariel entraba en la camioneta, colocándose en el medio para que ella también tuviera sitio. Trisha seguía siendo mejor que ella en el combate cuerpo a cuerpo gracias a las enseñanzas de su padre sobre cómo pelear, en ocasiones no siempre de manera limpia. Su padre había sabido que, si Trisha estaba sola en el bosque durante días, o en ocasiones hasta semanas, con algunos de sus clientes, tendría que ser capaz de defenderse en cualquier circunstancia. A algunos de sus clientes no les gustaba en lo más mínimo perder frente a una mujer. Paul Grove había dicho que no importaba si se era hombre o mujer cuando se trataba de luchar por tu vida. O bien sabías pelear y lograbas sobrevivir, o no, y en ese caso morías. Y se había asegurado de que su pequeña supiera cómo luchar por su vida. Trisha escuchó con atención la conversación entre Ariel y Carmen. No pudo evitar responder cuando Cara lanzó uno de sus comentarios al parecer salidos de la nada; solo Cara sería capaz de pensar en meter las manos en algo mecánico en mitad de una persecución a alta velocidad. Puso los ojos en blanco cuando Cara mencionó la aceleración de la camioneta de Abby. ―Nadie más que tú podría estar pensando en algo así mientras perseguimos a los tipos malos en mitad de la nada. ―Eh, puedo ocuparme de más de una cosa a la vez ―respondió Cara justo antes de tomar una curva sobre dos ruedas en lugar de sobre las cuatro de rigor. Trisha no fue la única que soltó una ristra de maldiciones que había aprendido en su tiempo en las Fuerzas Aéreas; Ariel le siguió bastante bien el ritmo, mientras que Cara simplemente se rio. Trisha no estaba segura de querer saber dónde había aprendido a conducir de aquel modo.
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