El Señor De Kingsley Hall
La tarde era fría y oscura, pero Nicholas no se detuvo. Cuando llegó a las puertas imponentes de la mansión, el viento parecía susurrar a su alrededor, como si la casa lo estuviera esperando. Se plantó frente a las puertas cerradas, su respiración formando nubes en el aire.
- ¡Abran las puertas! - gritó, su voz reverberando en la vasta extensión de la propiedad.
Silencio. La mansión no respondió, permaneciendo en un estado de fría indiferencia. Nicholas apretó los dientes, su frustración convirtiéndose en desafío.
- Yo, Nicholas Kingsley, señor de Kingsley Hall, les ordeno que me dejen entrar.
Nada. Ni un crujido, ni un movimiento. Las puertas seguían cerradas, inmutables. Nicholas dio un paso adelante, el relicario y la llave todavía en su mano.
Entonces, bajó la mirada hacia el objeto que sostenía y comprendió. No bastaba con ser Nicholas Kingsley. No bastaba con reclamar el presente. La mansión estaba vinculada a algo más profundo, algo que él no había querido aceptar. Cerró los ojos y por primera vez, lo dijo con toda su convicción:
- Yo, Nicholas Cedric Kingsley... y mi pasado, Cedric Maximilian Kingsley, lo ordeno. - Levantó la mirada hacia las puertas, su voz resonando con una autoridad que no parecía provenir solo de él, sino de generaciones atrás.
El viento se detuvo. El aire pareció cargar de energía.
- Abran las puertas. He regresado a recuperar mi herencia y mi linaje. A mi esposa. A mi familia. A Kingsley Hall.
Un crujido resonó en la oscuridad. Las puertas, pesadas e imponentes, comenzaron a abrirse lentamente, como si la misma mansión estuviera respondiendo al llamado de su verdadero dueño. La brisa helada se deslizó por el pasillo abierto, acariciando el rostro de Nicholas mientras avanzaba con pasos decididos.
Las puertas se cerraron tras él con un estruendo, como si sellaran un pacto. El interior de la mansión lo recibió con una atmósfera cargada, no de hostilidad, sino de expectación. El eco de sus pasos resonaba en el vestíbulo mientras avanzaba.
Nicholas apretó la llave en su mano, su mirada fija en las escaleras que conducían al ala oeste. Su corazón latía con fuerza, pero no era miedo lo que lo movía. Era una determinación férrea. No permitiría que su pasado lo derrotara. No permitiría que la mansión, Langley o cualquier sombra del ayer le arrebataran lo que era suyo.
- Voy por ti, Laura... - susurró. Y con cada paso, el peso de Cedric y Nicholas se unía en una sola verdad: nunca más abandonaría lo que le pertenecía.
Afuera, Patrick, Sonia y Banks se quedaron inmóviles a pocos metros de las puertas, observando a Nicholas mientras este pronunciaba sus palabras con una convicción que parecía arrancada de los cimientos mismos de la tierra.
La declaración resonó en el aire como una campana solemne. Por un instante, todo el lugar pareció contener la respiración. El viento que antes había soplado con un frío punzante ahora estaba en calma, y un calor extraño, como el latido de un corazón antiguo, comenzó a emanar desde la mansión.
Patrick sintió un escalofrío que no era de miedo, sino de respeto. Las palabras de Nicholas eran más que una declaración: eran un juramento, un reclamo que no admitía objeciones. En su pecho, algo se encendió. El maestro había regresado.
Sonia, con las manos juntas sobre el corazón, parecía contener las lágrimas. La mansión, que por tanto tiempo había permanecido en un estado de abandono espiritual, ahora exudaba un aire de despertar. Los muros, las ventanas y hasta las sombras parecían vibrar con orgullo contenido. Era como si el alma de Kingsley Hall hubiera estado aguardando este momento durante más de un siglo.
- ¿Lo sienten? - susurró Banks, sin apartar la mirada de Nicholas, que avanzaba hacia las puertas con una calma imponente.
Patrick asintió, incapaz de poner en palabras la intensidad del momento. Era como si la casa estuviera viva otra vez, como si estuviera respirando por primera vez en ciento cincuenta años.
La historia olvidada, las mentiras, las traiciones, todo el veneno que la madre de Cedric y Langley habían sembrado en Kingsley Hall parecía disiparse ante la fuerza de esas palabras. Era como si la mansión, adormecida por décadas de vergüenza y silencio, al fin pudiera levantar la cabeza con dignidad.
Cuando Nicholas se adentró por las puertas abiertas, el sonido de estas cerrándose tras él no fue una amenaza, sino un acto solemne, como el eco de un juramento sellado. Patrick sintió que el aire se volvía más denso, más cargado, pero no con el peso de la opresión, sino con la gravedad de una promesa cumplida.
- El maestro ha regresado. - murmuró Patrick con reverencia, apenas consciente de que había dicho las palabras en voz alta.
Sonia tomó aire, temblando levemente.
- Por fin... - susurró.
Kingsley Hall no estaba simplemente despierta: estaba viva. Las lámparas parpadearon, y las sombras que siempre parecían acechar ahora se disiparon, como si la luz las expulsara. El mármol del vestíbulo brillaba con un resplandor que no parecía natural, y el eco de los pasos de Nicholas era firme y decidido, como si los muros lo reconocieran.
Durante un siglo y medio, Kingsley Hall había sido un mausoleo de traiciones. La vergüenza de las mentiras de la madre de Cedric y la corrupción de Langley había manchado sus pasillos. Los susurros de los sirvientes, las disputas y la ambición desmedida habían envenenado su espíritu. Cuando Cedric cayó, cuando Elise fue arrancada de sus muros, la mansión perdió su esencia, su razón de ser.
Pero ahora, todo aquello parecía desmoronarse. El linaje de los Kingsley, su verdadero señor, estaba de regreso.
Patrick lo sabía. Lo sentía en cada fibra de su ser. Nicholas no era solo un hombre. Era la culminación de una promesa ancestral, el único capaz de redimir el honor de Kingsley Hall y devolverle la vida.
Cuando las puertas se cerraron tras él, el silencio que siguió no fue vacío. Fue solemne, lleno de una esperanza renovada. Patrick se volvió hacia Sonia y Banks, que lo miraban con los mismos ojos llenos de asombro.
- El maestro ha regresado. - repitió, con un peso en sus palabras que solo la historia podía sostener.
Sonia sonrió, sus ojos brillando con lágrimas contenidas. - Y esta vez, no permitirá que nos lo arrebaten.
La mansión respiraba, y con cada paso de Nicholas, Kingsley Hall recuperaba su corazón.