Capítulo #4

3016 Words
Cuatro meses después. Julieta —Jul, ya está listo el café con leche descremada de la mesa cinco y el coctel de frutas con pastel de limón para la mesa dos —dijo Cameron, el bartender de la cafetería Rose's, tendiéndome una bandeja. —Por favor Cam, necesito cinco minutos más, estoy en una llamada muy importante. ¿Me podrías cubrir? Será breve —pedí, rogué con ojos de cordero. —Lo siento Jul, solo estamos tú y yo porque Alana no ha llegado aún y tengo seis pedidos más por hacer. —Mierda, sabía que Cam me decía la verdad. Hoy estábamos a rebosar de clientes, más que nunca. Con pesar en mi corazón tuve que cortar la llamada con un antiguo amigo de mi abuela, ya casi lograba la dura misión de que me hiciera un préstamo de dinero, ya casi lo había convencido de que se lo devolvería a tiempo, 《aunque no fuera del todo cierto》, y tendría que cortar la llamada. Maldita sea. —Señor José, muchas gracias por su atención y tiempo, pero tengo que cortar la llamada. Adiós. —Está bien niña, dile a tu abuela Carmen que le mando besos. Fueron buenos tiempos. —Se despidió con voz melosa y su dentadura suelta sonando en el fondo. Resopl Y aquí se iba una de mis dos últimas opciones para solucionar este gran problema que me estaba ahogando en el pantanoso lodo de la desesperación, agarrándome de los tobillos con sus arenosos dedos sin dejarme respirar. Necesitaba para finales de esta semana diez mil dólares. Mi abuela necesitaba ese dinero con urgencia. Sus pulmones estaban colapsando con una infección bacteriana y malditamente no teníamos suficiente dinero para continuar el tratamiento y su estancia en el hospital. Última opción: tal vez si vendía mis riñones en el mercado n***o lograría un buen dinero. Se podía vivir sin riñones, ¿verdad? Seguro como la mierda que yo podría vivir sin riñones, pero no sin mi abuela. Y ni siquiera podía ir al banco para solicitar otro préstamo, estaba endeudada con ellos hasta el último pelo de mi cuerpo. Incluso el portero, cuando me ve caminando por esa calle, me miraba mal y cerraba la puerta desde dentro con seguro. —Gracias, Cam. —Tomando la bandeja de aluminio gris con los vasos y las tasas, fui hasta las mesas donde correspondía el pedido. Lo dejé allí y continué mi trabajo. Pequeño resumen de mi vida: Me llamo Julieta Ruiz y tengo veinticinco años. Soy camarera y era estudiante de contabilidad, pero ese sueño tuvo que quedar atrás cuando las sumas se acumularon, reproduciéndose como hierba mala. No alcanzaba el dinero para pagar nuestro mini apartamento, comida, los medicamentos de la abuela, 《ya que toda su vida ha padecido de asma bronquial, pero en su vejez se le ha agravado》, y mi escuela. Hace cuatro años vivía con mi madre también y entre las dos ayudábamos en la casa, pero el hijo de puta del cáncer se la llevó sin mirar atrás. Peleamos contra él con todas las armas que teníamos, pero aun así no bastó para matarlo y en venganza la mató a ella. A mi padre nunca lo conocí, fue simplemente un donante de esperma. Según mamá ellos se conocieron en una discoteca. Ya saben, noche loca de bebidas + sexo desenfrenado con un extraño= a bollo cociéndose en el horno y madre soltera a los veinte. Aunque mamá lo buscó por todos lados, trató de encontrar a sus amigos, contactarlo, 《lo único que le faltó fue darle parte a la policía》, nunca le pudo decir la gran noticia. A veces, cuando se sentía nostálgica y venían a su mente los recuerdos, me contaba cómo era él: alto, guapo, musculoso, piel oscura y ojos verdes, acento extranjero y una gran sonrisa baja bragas. Vamos, un don juan en toda regla de nombre desconocido pero apodado Rex. ¡Menuda pieza se buscó mi madre! Según ella soy su vivo retrato, pero en el fondo sé que entre ellos dos hubo más historia de la que un día me contó. Yo soy de estatura mediana, casi alcanzando el metro sesenta y cinco. Tengo sus ojos verdes, piel bronceada y cabello color chocolate rizado. Pero una cosa sí sé, definitivamente no heredé su encanto seductor. Mi madre me decía que no tengo filtro entre mi boca y cerebro, y tenía toda la razón. Siempre soy brutalmente sincera y no me gustaban las falsedades o hipocresía. En toda mi vida me había metido en muchos problemas a causa de esto. Talvez fue porque me crie en un no muy buen barrio de Manhattan y los problemas estaban esperándote, ansiosos como perros hambrientos. Talvez porque nunca me quedé callada ante un insulto o una injusticia que ocurría frente a mis ojos. La cuestión es que incluso un ogro malhumorado con dolor de muelas, era más sociable y amigable que yo. —¡Jul, ya llegué! Lo siento mucho, amiga. Es que Tony no quiso quedarse con la niñera y estuvo llorando toda una hora agarrado a mi cuello como un coala. Gracias por cubrirme, te debo la vida —gritó Alana mientras entraba corriendo como si la persiguiera un demonio, directo a la trastienda para cambiarse a su uniforme de camarera. —¡No hay de qué! —respondí. Alana era mi mejor amiga, nos conocimos en la universidad, ella estaba en segundo de medicina al igual que yo en contabilidad. Ya tenía a Tony, un adorable bebé que se convirtió en mi sobrino desde la primera vez que lo vi. Admiro a Alana, otra madre soltera que se ha abierto paso en la vida a puros empujones. Su "esposo" la abandonó por otra cuando Tony apenas tenía un año, y ella comenzaba a estudiar. Pero, a pesar de las dificultades que ha enfrentado, aún estudia su carrera a la vez que cría a un niño, y lo está logrando. Aunque también tiene la ayuda de su padre, decidió trabajar en esta cafetería de día para ir a la universidad en la noche. Toda una guerrera en mi opinión. —Ya estoy lista. —Apareció de repente a mi lado besando mi mejilla a la vez que terminaba de anudar su delantal n***o. —Tienes que servir la mesa siete y diez, y la tres acaba de entrar. —Le informé sonriendo. —Gracias, te amo. —Tomó su libretita donde anotábamos los pedidos y fue directo a la mesa tres. Rose's es una cafetería a la que venían muchas personas. Era famosa por su buen trato y calidad de producto, pero sobre todo por las vistas. Contaba con ventanas de cristal que permitían tener una relajante vista de las calles abarrotadas, los viejos edificios y las personas caminando de un lado a otro como posesos. En el interior teníamos colgados en las paredes obras de arte de paisajes, imágenes de comida apetecible a la vista, música suave y clima fresco. Ideal para tomar algo y pasar el rato. Los trabajadores que querían un descanso, los corredores que pasaban a refrescarse, los conocidos que querían ponerse al día, los señores de traje que tenían un negocio en manos, todos venían aquí. El dueño, Eli, era el mejor amigo de mamá y llevaba el negocio junto a su hermana Nancy. Cuando mamá murió y los números no alcanzaban, no lo pensó dos veces para darme un lugar en su personal de trabajo, y refugio de la lluvia torrencial que caería sobre mí. —Ya está, todas las mesas están servidas. —Suspiró Cameron secándose el sudor de la frente con un papel de cocina. —Ha sido una mañana intensa y apenas son las diez —comenté subiendo al pequeño escalón para entrar a la cabina de bebidas, justo a su lado, me senté en el suelo. Tenía un dolor de espalda horrible por estar toda la noche sentada en los muy incómodos sillones del hospital, junto a mi abuela, sosteniendo su mano. —¿Estás bien cariño? Tienes cara de dolor —habló Alana mientras se sentaba a mi lado en el suelo. —No pude dormir bien sentada junto a la abuela toda la noche. —Al escucharme pasó su mano por mi espalda de forma tranquilizadora. —¿Cómo está Doña Carmen? —Mi abuela y Alana se habían conocido cuando ella y yo aún estudiábamos juntas. Iba a mi casa una vez a la semana para que la ayudara con algunas matemáticas básicas. Al momento de intercambiar dos oraciones ya se llevaban divinamente, como si se hubieran conocido de toda la vida. Incluso de vez en cuando, Alana llevaba a Tony e intercambiaban recetas de cocina para alimentar mejor al pequeño. —Un poco mejor, el tratamiento está comenzando a realizar su acción sobre la maldita infección, pero se acaba el tiempo y no encuentro el dinero para poder continuarlo. No sé que voy a hacer Alana, estoy desesperada —confesé con lágrimas en los ojos mientras retorcía mis manos sudorosas por la tensión en mi regazo. —Oh cariño, cuanto lo siento. Si tuviera la cantidad de dinero que necesitas, o que al menos se acerque un poco, te lo daría con todas las ganas. Pero no puedo ni en mis mejores sueños. —Lo sabía perfectamente, conocía su situación nada fácil. —Lo sé, te conozco. Eres como una hermana para mí, sé que si pudieras ayudarme lo harías. —¿Quieres un masaje al menos? Para el dolor en la espalda —ofreció. —Si, por favor. —Mis ojos deben de haber brillado como dos focos incandescentes, porque se río de mi entusiasmo. Acomodándose detrás de mí comenzó a relajar mis músculos tensos con sus manos delicadas. Alana daba los mejores masajes. —Oh, mira quien acaba de entrar. ¿Ese no es el fotógrafo que siempre se sienta en una de tus mesas? —¿Qué? —Volteé la cabeza hacia la puerta en el mismo momento que entraba un hombre de traje y... ¿qué llevaba en el brazo? —¿A quién lleva del brazo? ¿Una copia barata de Emma Stone? —No pude evitar reír. La mujer que estaba con él iba vestida como si fuera a caminar por la alfombra roja y no una cafetería de día. Su cara sumamente estirada con bótox a pesar de tener unos veinte y tantos, y un cuerpo nada natural. —¿Ese es el chico de los pantalones de mezclilla anchos y desgastados, y las camisas tres tallas más grandes? ¿El que siempre anda con una cámara en el cuello sacándole fotos a todo lo que se mueve y siempre está despeinado? —¿De verdad era él? —Vaya chica, para no acordarte de quien era lo describiste perfectamente. Al parecer tiene dinero, porque ese traje Armani y esa mujer valen más que esta cafetería con todo lo que tiene dentro —expresó asombrada, agrandado los ojos de forma cómica. —Al parecer... —Me interrumpió sumergida en su propia conversación unilateral. —¿Sabes que pienso? Que le gustas al chico. —Me reí en su cara a carcajadas. —Sí, claro, y ahora me va a proponer matrimonio. Si hasta tiene novia. —Desde el lugar en el que estábamos sentadas podíamos ver gran parte de la cafetería sin que nadie nos viera a nosotras, así que lo observamos. Parecía el perfecto caballero refinado, con su traje a medida, cabello perfectamente peinado hacia atrás. Sacó la silla a su acompañante y la ayudó a sentarse. Alana insistió asintiendo y yo negando a la misma vez, parecíamos los cachorritos con resorte en la cabeza que llevaban algunos autos. Ahora que lo pienso, Alana tiene razón. Él siempre se sienta en una de las mesas que yo atiendo, y eso, en ese momento de reflexión, me llamó la atención. Pero debe ser casualidad. Como es fotógrafo seguro que ese sitio es mejor en cuanto a luz, y esas cosas fundamentales para una buena foto. —Por favor Ala, míralo, se nota que nació en cuna de oro y desde pequeño le están limpiando el culo. Jamás se fijaría en alguien como yo, ni yo en alguien como él. —Era la verdad, no soportaba a los niños pijos. Porque tienen un papi millonario se creen los dueños del mundo y de todos los que viven dentro también. Me provoca un asco imparable. Además, era solo vernos y te dabas cuenta de que nada encajaba, como un mal chiste. Él iba de traje de diseñador perfecto a medida, yo llevaba puesto un vestido n***o que en algún momento fue ajustado, pero ya la tela comenzó a ceder por haber sido torturado en la lavadora tantas veces. Él tenía una cuenta bancaria de siete dígitos y la mía apenas llegaba a tres. En fin, ya saben, gritaba imposible por todos lados. —Yo sé lo que digo. Sé leer a las personas y tú le gustas, te mira con deseo, pero con admiración también —suspiró soñadora. Aquí mi amiga era una romántica sin remedio, amante de los libros tipo Romeo y Julieta, 《la otra, no yo》, y las telenovelas dramáticas. —Y yo te digo que esta Julieta no tiene un Romeo, y si existe alguno, aún es un sapo. —Ambas comenzamos a reír por mi broma, pero lo decía en serio. —Voy a tomar el pedido de la mesa de Los Oscar. —Riendo me levanté, alisé mi delantal y fui hacia allí. Aún no llegaba a la mesa y ya podía escuchar la voz chillona y molesta, como una mosca zumbándote en el oído constantemente, de la mujer que estaba con él. ¿Cómo podía aguantar a una novia así? Aún estaba lejos y ya me dolía la cabeza. Llegué junto a ellos y la chica ahora hablaba sobre vestidos de Valentino y anillo de treinta quilates en diamante con ceremonia en la capilla nacional. Estaba hablando de una boda... no, estaba planificando su boda, la de ellos dos. El chico solo asentía cada dos palabras, hastiado hasta la medula de la repugnante mujer, 《como su perfume》, que tenía en frente. —Buenos días y disculpen que interrumpa. ¿Saben ya qué pedirán? —Sonreí todo lo amable que pude. No sé por qué mis ojos fueron directos hacia él, como imanes que se atraen. Tenía los ojos grises, como las tormentas en movimiento. Cabello castaño claro, piel blanca pero un poco bronceada, nariz aristócrata al igual que su postura a la hora de sentarse. Cuerpo musculoso quemado en el gimnasio. Manos grandes con dedos largos y fuertes. Me encantan las manos grandes y... ¡¿Qué estoy pensando?! —Camarera, estoy hablando —chilló la mujer acompañante mirándome como se mira un chicle pegado en tu zapato. Sí, justo así la miré yo también. —Sí, dígame —respondí a regañadientes. —Quiero un agua gaseada con dos rodajas de limón de dos centímetros de grosor cada una, con seis cubitos de hielo y el agua debe estar templada a unos diez grados centígrados. Una ensalada de verduras, cortada a la juliana, con una pizca de sal y dos gotas de vinagre. —Disimuladamente tapé mi boca para ocultar el bostezo que salió tan espontáneo de mí. Esta mujer podía hacer llorar a una roca. —Claro que sí. ¿Y usted caballero? —Sus ojos se encontraron directamente con los míos y sentí como si un relámpago me recorriera la columna vertebral. ¿Tenía la piel de gallina? Un café n***o, sin azúcar. —Un café n***o, sin azúcar —Ya sabía lo que diría porque siempre pedía lo mismo. Siempre me pedía a mí lo mismo. Y si... no, no puede ser. —Muy bien, en unos minutos lo tendrán. —Y así salí de allí. Mierda, ¿por qué me sentía mareada? Esto no puede ser bueno. —Cam, este es el pedido de la mesa uno —Le entregué la hoja que arranqué de mi libretita—. La señorita quiere la ensalada... Fui interrumpida por la melodía al piano de mi tono de llamadas. Sacándolo del bolsillo trasero de mi pantalón vi que en la pantalla estaba bien iluminado el nombre de "arrendatario". Joder, lo que faltaba. —Ala, ¿podrías llevar el pedido de la mesa uno tú? Tengo que atender esta llamada. —Justo estaba a mi lado, solo asintió guiñando un ojo. Fui a la trastienda- vestuario- almacén y respondí. —¿Si? —Señorita Ruiz, que bueno que contesta. La llamo para informarle que dentro de tres días me debe de pagar la renta. Recuerde por favor que se quedó debiéndome la mitad de la renta del mes anterior. —El Señor Luis era nuestro arrendatario desde hace dos años cuando nos mudamos mi abuela y yo a un apartamento más pequeño que el anterior, estilo estudio de pintor pobre. O sea, bien pequeño. —Señor Luis, que bueno que me llama, yo también quería hablar con usted. Sabe que mi abuela está ingresada en el hospital con una infección pulmonar. Necesitamos todo el dinero posible ahora para tratarla, por favor si pudiera esperar un poco más y yo... —Lo siento niña, no puedo fiarte más. Nos vemos dentro de tres días con todo el dinero. —Escupió el idiota. —Pero... —Adiós. —Colgó. ¿Será cabrón? Colgó el hijo de p... —Hola. —Una voz profunda, pero aún juvenil habló a mis espaldas, tensándome. Lentamente, me volteé y allí estaba parado el chico de traje, con las manos en los bolsillos y una media sonrisa en su rostro. —Hola. Lo siento, pero usted no puede estar... —Necesito tu ayuda, por favor. Has algo por mí —dijo, tranquilo como si hablara del clima, pero sin despegar sus ojos de los míos. ¿Qué quería? No digas sí, no digas sí. —¿Si, que se le ofrece? —Mierda.
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