Capítulo #3

1121 Words
Max Subí la escalera de madera posicionada en medio del enorme salón, la escalera que llevaba al segundo piso de esta casa. En ese segundo piso había muchas habitaciones vacías para futuros huéspedes que nunca existieron, incluyendo la mía y la de Carla. De pequeños ya dormíamos en lugares oscuros y solitarios. Nuestros padres rara vez estaban presentes, así que a nadie le importó. Despacio fui recorriendo el ancho pasillo como si fuera el corredor de la muerte, a mi mente vinieron todos esos momentos de niño cuando Carla y yo corríamos tomados de la mano, gritando de alegría porque María nos perseguía con la imposible misión de meternos en la bañera. Pero también vinieron los recuerdos de momentos donde agarrado a mi peluche de león iba caminando despacio hasta la puerta de mi hermana para poder dormir con ella, porque le temía a la oscuridad y a las tormentas. Pasé la entrada de mi habitación mirándola con un suspiro. Desde los dieciocho no entraba a ese lugar, y tampoco lo haría ahora, demasiados recuerdos vendrían a mi mente, buenos y malos, recuerdos de todos mis pecados de adolescente. Seguí el camino mirando las fotografías en las paredes, algunas eran de Carla y yo juntos, jugando, abrazados, otras de toda nuestra familia unida en navidad o de nuestros padres en la típica pose de reyes millonarios. Si miraras estas imágenes dirías: "que hermosa y unida familia", pero es todo lo contrario, solo una fachada para los extraños. Entonces llegué a la habitación al final del túnel, la habitación de Carla. Sabía que estaría aquí, este era nuestro refugio de los monstruos, toqué la puerta con nuestra clave secreta: Toc, toc, toc, pausa, toc. —Puedes pasar Max. —Escuché su voz, apenas. Empujé y ahí estaba sentada mi hermanita, en el suelo de su barcón con vistas al jardín. Tenía la pierna derecha recogida y el codo de su mano apoyado en la rodilla, la blusa abierta, las piernas abiertas y un cigarro en la boca. —Si madre te ve con estas pintas diría: ¡Dios bendito, Carla! ¡Así no se sientan las señoritas! —Imité su voz chillona, pero refinada y la risa que escapó de su boca fue mi mejor recompensa—. ¿Has visto alguna? —Todavía no, ayúdame. —Rodó un poco hacia el lado así me podía sentar junto a ella. Ambos mirábamos el cielo fijamente, esperando ver una estrella fugaz. —¿Recuerdas como venía todas las noches a tu habitación y nos sentábamos aquí por horas esperando ver una estrella en movimiento? —recordé con una sonrisa nostálgica. —Sí, nos quedábamos dormidos sentados aquí, y María tenía que llevarnos a la cama. —Sonrió a la vez que le daba una calada al palillo de cáncer en sus dedos. Cuando era un niño de cinco años y Carla seis, habíamos visto en la televisión un documental sobre las estrellas y sus anomalías. María nos vio y se dio cuenta de que nos encantaba lo que veíamos, pero no entendíamos nada, así que se inventó un cuento. Nos dijo que las estrellas fugases eran viajeras peregrinas que iban por el cielo en busca de niños con deseos. Por eso cuando la vez debes pedir uno, y tal vez se haga realidad. Desde ese día Carla y yo nos sentábamos todas las noches en su barcón a vigilar a la estrella viajera. Nunca vimos ninguna, pero siempre creímos en ello. —Lo siento mucho Car, no sabía que el regalo de padre para mi cumpleaños sería este. Sabes que no quiero ningún poder, ni dirigir la empresa. —La miré, aún tenía su rostro hacia el cielo. —Lo sé Maxi, sé que quieres ser fotógrafo, pero nuestro padre es un hijo de puta machista. Todos estos años he estado matándome para que Collins Company creciera, noches de desvelo y madrugadas enteras con la cara enterrada en hojas de cálculo para nada, para que ni siquiera fuera reconocido mi trabajo. —Sus ojos se empañaron con lágrimas, pero no las dejó caer, llevó el cigarro a su boca dándole una profunda calada final. Mi hermana hacía cuatro años que no lloraba por nada ni por nadie, ni de felicidad, ni de tristeza, ni de emoción, nada. Ya casi ni sonreía. Luego de ese traumático suceso que marcó su vida para siempre, se convirtió en la mujer más dura que alguna vez había conocido. —Te fuiste antes de escuchar la gran noticia, la cereza del pastel —suspiré—, debo casarme y darle un nieto legítimo en menos de dos años. Deberías haber escuchado como recalcó la maldita palabra. Mientras, estaré supervisando y mirando el trabajo de un director, incluso me llamó incompetente. —Volteó a mirarme con los ojos muy abiertos del asombro. —¡¿Será cabrón?! ¿Cómo pudo hacerte eso? Hijo de... —No te preocupes Car, ya estoy acostumbrado. —Simplemente, me encogí de hombros. Todo en nuestras vidas había sido dirigido y planeado por nuestro padre, nos gustara o no. Nos tenía agarrados del cuello con una correa bien corta, tanto a Carla como a mí. —Debemos hacer algo Maxi, buscar una salida a esto. —Recostó su cabeza a mi hombro, exhausta. —No nos queda de otra. Buscaré a una buena mujer que por el precio correcto quiera ser mi esposa por dos años. Tendremos un bebé, en caso de que no quiera hacerse cargo de él o ella después de nacido, pues seré padre soltero. Y cuando llegue el momento de heredar todo, haré un deje de mis acciones hacia ti y tú serás la verdadera líder y dueña. —Tomé su mentón en mi mano levantando su rostro. —¿De verdad harías eso por mí? —Sus ojos brillaban como dos soles. —Claro que sí, te lo mereces. Sé que la empresa estará en muy buenas manos, las mejores. —Se arrojó sobre mí, abrazándome fuerte contra su cuerpo. —¡Eres el mejor hermano! Gracias, es un buen plan. Pero, ¿quién será la chica? —pensó dudosa. —Hay una chica... —¡No me digas que la tal Sasha! No la modelo de desnudos, por favor. —No pude hacer más que reír a carcajadas al ver su rostro horrorizado. —No, no es ella —dije tranquilizándola. —Bien, me dejas más calmada. Solo quiero que seas feliz Maxi, tienes todo mi apoyo, siempre. —Mi hermana siempre ha sido mi mejor amiga en todo y para todo, siempre protegiéndome y dándome los mejores consejos. —Verás que todo va a salir bien, nos tenemos el uno al otro. En ella podía confiar, siempre.
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