Max —Maximiliano Collins, ¿aceptas a Julieta Ruiz como tu legítima esposa? ¿Para amarla y respetarla, estar a su lado en la salud y enfermedad, en la riqueza y pobreza, hasta que la muerte los separe? —Sí, acepto. Un día antes. —Aquí estamos, bienvenida a tu nuevo hogar. —Señalé como un estúpido emocionado desde detrás de los cristales de mi auto al enorme rascacielos que estaba justo delante de nuestras narices. Oficialmente, Julieta estaba mudándose y viviendo conmigo. Cinco días atrás ella y yo habíamos firmamos este pacto, ella aceptó casarse conmigo, aunque no fue un gesto espontáneo de su parte, ni llevaba puesto el anillo que le había dado, ni aceptó porque realmente anhelara hacerlo, pero, bueno, aun así, aquí estábamos. Veníamos de su antiguo apartamento, si es que a esa h

