Capítulo 1
Dirk cerró la puerta tras él en el lugar donde él, Steve y otros dos estudiantes varones se alojaban cerca de la Universidad de Stellenbosch.
Steve lo miró inquisitivamente desde el asiento del copiloto del VW City Golf rojo en la entrada. Levantó la mano izquierda y se dio un golpecito en la muñeca como para preguntarle a Dirk por qué perdía el tiempo innecesariamente y para indicarle que se diera prisa.
Dirk levantó una bolsa de regalo larga y delgada a modo de explicación. Miró su reloj y negó con la cabeza. Ya eran más de las ocho y media de la mañana, a pesar de su intención de salir antes de las siete.
Dirk forcejeó para sentarse al volante del City Golf. Intentó en vano mover el asiento hacia atrás, murmurando algo sobre coches pequeños y coches grandes, y arrancó el motor. Un fuerte silbido de la radio anunció que también había cobrado vida.
—¿Por qué tardaba tanto? —Steve bajó el volumen y presionó el botón de "escanear" con la esperanza de encontrar una emisora con mejor recepción. La radio se quedó en silencio al empezar a escanear.
Dirk puso el coche en marcha y arrancó antes de responder. —Solo tomamos precauciones para nuestro regreso. Estaremos fuera más de una semana. Si no estuvieras tan cómodo, habría terminado antes. Revisé que todas las ventanas y puertas estuvieran cerradas. ¡Ah, sí, tiré la basura de la cocina! ¿Te das cuenta de cómo olería la casa si las sobras y los envases del pescado con patatas fritas de anoche se hubieran quedado en la basura de la cocina...?
—Vale, vale —Steve percibió que Dirk disfrutaba de la atención y cortó su diatriba—. Pero todo eso no debería llevarte más de una hora. ¿Y cuánto equipaje metiste en el coche? Así que no finjas que no moví un dedo.
¡No finjas que fue una tarea enorme! No había mucho que empacar; veo que todo cabe en el maletero.
Steve oyó que Dirk quería decir más, así que desvió la conversación. —¿Y el paquete? Si no fuera tan plano y ligero, juraría que es una botella de vino de El Cabo que quieres regalarle a alguien.
—Juego de ensalada Carol Boyes para Ingrid. Pronto celebrará su cumpleaños. Alta dijo que agradecería algo así.
—Sé que Alta es tu hermana, la que quieres que conozca. ¿Pero Ingrid? ¿Es esa tu sexy madrastra? —La radio volvió a silbar tras una búsqueda infructuosa de señal y Steve volvió a pulsar el botón de "Escanear".
—Sí, es ella. Cumplirá veintinueve años justo después de nuestra visita. —Dirk giró el coche hacia la N1 en la intersección.
Steve sonrió tímidamente: —¿Y tú... uhm, ya lo hiciste?
—¿Qué quieres decir? —Dirk sabía a qué se refería Steve, pero se hizo el tonto.
—¡Sexo!
—¿Con Ingrid? ¿Sexo? ¡Jamás!
—¿Alguna vez quisiste?
La radio empezó a zumbar y Steve volvió a probar suerte buscando una estación de radio con recepción.
Dirk no esperaba este giro. Su mente revoloteaba entre recuerdos, pero no se le ocurría ningún incidente en el que quisiera tener sexo con su joven madrastra. Se mordió el labio antes de responder. —No, la verdad es que no.
Steve notó la vaguedad de la respuesta de Dirk y le pidió más información. —¿A qué te refieres con 'no realmente'?
—No quiero negarlo rotundamente y luego recordarlo. Además, debes tener en cuenta que al principio la odiaba, sobre todo cuando mi madre aún vivía. Ella fue la razón por la que mi madre se divorció de mi padre y por la que tuve que alejarme de la granja y de mis amigos.
—Pero ¿la idea de tener sexo con ella no es una forma de vengarte de ella?
—Para nada, solo tenía doce años y no pensaba así. Alta y yo nos pusimos de acuerdo para ignorarla como si no existiera, y eso la ponía muy nerviosa. En cualquier caso, teníamos poco contacto, solo en vacaciones, cuando visitábamos a mi padre en la granja, y yo pasaba la mayor parte del tiempo en el campo o visitando a una amiga.
—¿Por qué tuviste que abandonar la granja?
—Cuando se casó con mi padre, yo apenas tenía doce años. A mi madre no le parecía buena idea que un adolescente fuera criado por una joven de veinte años. Mi madre se aseguró de que Alta y yo nos quedáramos con ella en Ciudad del Cabo.
—No creo que me hubiera interesado una mujer de veinte años cuando tenía doce, así que ¿cuál es el problema?
Respiró hondo antes de responder. —Al principio no le di mucha importancia hasta hace poco, cuando me di cuenta de que el niño de doce años llegaría a la pubertad mientras que la madrastra aún tenía veintitantos. Y supongo que a mi madre le preocupaba que pasaran cosas.
—¿Quéééé? ¿Pasó algo?
—No, ya te lo dije. No pasó nada... no que yo pueda recordar ahora mismo.
Steve le dijo a Dirk que se acostara en el centro comercial Klapmuts. —Tenemos que comprar algo para picar para el camino. —Dirk, agradecido de que el interrogatorio sobre su madrastra hubiera terminado, se dirigió al aparcamiento.
Mientras caminaba por los pasillos, Dirk recordó algunos encuentros recientes con Ingrid. ¿Pasó por alto indicios de seducción? ¿Es injusto pensar que esas señales podrían haber sido un sutil coqueteo ahora que Steve sacó el tema? Cuanto más lo pensaba, más incidentes le venían a la mente donde podría haber... algo. La ropa de dormir semitransparente que usaba cuando él la visitaba durante las vacaciones universitarias. Su ropa holgada mientras hacía las tareas del hogar, con posturas descuidadas que dejaban al descubierto ropa interior íntima o alguna que otra pata de camello.
Antes no le daba mucha importancia. Esto no era muy diferente de lo que hacía su madre. Ella también usaba pijamas y lencería transparentes, y a menudo hacía las tareas del hogar con ropa holgada. Viven en Tzaneen, donde la temperatura y la humedad obligan a vestir ropa ligera, permitiendo que incluso una ligera brisa te refresque. Incluso las madres de sus amigos lo hacían.
Dirk ordenó sus pensamientos y comenzó a concentrarse en sus compras, pudo ver que Steve ya estaba haciendo cola en el punto de pago.
Tras quince minutos de compras, Steve regresó al coche con una variedad de aperitivos y bebidas. Dirk llegó minutos después, de nuevo con una bolsa de regalo larga y delgada, aunque notablemente más pesada, en la mano. De nuevo, la expresión facial de Steve me preguntó qué estaba pasando.
—Una botella de vino para tu madre. Casi olvido comprarle un regalo de anfitriona para esta noche. Pensé en flores, pero no llegarán al Karoo.
—Oh, mierda, tendré que comprarle algo a Ingrid.
Dirk decidió desviar la atención de Steve de Ingrid y reflejar la situación en él mismo. —¿Y tú? ¿Alguna vez le hiciste algo a tu madrastra?
Steve seguía organizando las compras. —No, mi hermana y yo éramos jóvenes cuando mis padres se divorciaron, y mi padre y mi madrastra emigraron a Australia poco después.
Mientras tanto, Dirk tomó la rampa N1 hacia el norte. —¿Y alguna vez has fantaseado con ello? ¿Como cuando estuvieron aquí en diciembre pasado?
—Hay que tener en cuenta que cuando yo pude interesarme por ella, ella ya tenía treinta y tantos o cuarenta y pocos años y vivía lejos.
Dirk sentía que estaba perdiendo la iniciativa porque la atención podía volver a centrarse en Ingrid en cualquier momento. No le había gustado la anterior línea de preguntas de Steve, sobre todo después de su introspección en la tienda, incluso estando convencido de que no había pasado nada. —Bueno, ¿alguna vez has tenido sexo con una mujer mayor?
Steve quiso negarlo, pero su cara roja y el largo silencio antes de responder lo delataron. —Ajá.
La radio volvió a silbarse.
—¿Más de uno?
—No, solo una. —Tras un breve silencio, añade—: Pero tres veces por semana.
Steve captó inmediatamente la atención de Dirk. —¡Cuéntamelo!
Steve soltó una risita nerviosa y apagó la radio. —Mira, el camino es largo, dices unas veinte horas de viaje, diez hoy y otras diez mañana. Y parece que la radio no nos va a ayudar a acortar el camino.