CAPÍTULO 2

2418 Words
 Ken Adams visitaba el mercado de frutas junto a su pequeña hija de trece años para abastecer un poco el hogar antes de su partida, entre frutas y hortalizas se dispuso a comprar solamente lo necesario dirigiéndose a la caja de la tienda para pagar por la mercancía seleccionada, al tratar de sacar el efectivo de su bolsillo caería al suelo el trozo de papel arrugado con la nota que decía "¿que harías por mí?" la cual iba dedicada a su esposa, su hija la tomaría del piso de la tienda mirándola extrañada al no entender su contenido. — ¿Qué es esto papá? — preguntó la curiosa chica. — No te preocupes hija, no es nada importante — respondió Ken. — ¿Si no es importante, porqué lo llevas contigo aunque esté arrugado?. — Está bien, está bien, me descubriste, es una especie de prueba de amor para tu madre. — Al parecer reprobó la prueba. — Muchas veces el mundo de los adultos es .... ¡complicado! — ¿Se van a divorciar? — preguntó asustada. — ¡No!, no, no, ¿cómo puedes preguntar eso? — Solamente sé que el amor verdadero se encuentra con la persona indicada, y si mamá no valora tu prueba de amor, es porque tal vez, ella no es tu verdadero amor, papá. — ¿Dónde aprendes esas cosas? — Por favor papá, tengo trece años, ya no soy una niña. — Tú mamá y yo nos amamos Elizabeth, no tienes absolutamente nada que temer, solamente que en estos momentos estamos pasando por una difícil situación debido al inicio de la guerra. — Papá... ¿el mundo se va a acabar? — ¡No!, no chiquita no digas eso, claro que no, de ninguna manera, es una una guerra, como las que han existido siempre, desde el inicio de la humanidad, y nunca se ha terminado el mundo. — Está bien — Exclamó Elizabeth suspirando. — hay algo que no te he contado, y quiero que lo sepas por mí, de todos modos te darás cuenta; voy a unirme a la guerra, estaré peleando por nuestro país. — Mentiroso, eres un mentiroso papá, ¡te odio! — gritaba la niña muy molesta golpeando el pecho de tu padre. — ¿Porqué me llamas mentiroso hija? — pregunta Ken extrañado. — Me dijiste que el mundo no se iba a acabar. — Y es cierto hija, no se acabará. — Pero si algo malo te pasa, entonces mi mundo si se acabaría —dijo ella llorando. — ¡Oh Elizabeth! — dijo Ken conmovido abrazando a su hija — te prometo que regresaré sano y salvo, es una promesa. — Entonces quiero que lo escribas en este papel — respondió mostrando el trozo de papel arrugado con la nota que decía "¿qué harías por mí?" mientras que Ken la miraba sonriendo. Salieron de la tienda con su lazo paternal de padre a hija mucho mas fuerte que nunca, ella sonreía feliz tomada de la mano de quien para ella era el mejor papá del mundo mientras caminaban de frente a una hermosa ciudad, Londres de 1940, con personas caminado en las calles saludándose amablemente, otros andando tranquilamente en bicicletas tarareando alguna alegre canción, los vendedores gritando para ofrecer su mercancía, era una época maravillosa donde las personas anhelaban paz; pero existe un proverbio c***o muy antiguo que dice "si quieres paz, preparate para la guerra". La sirena anti bombarderos sonaba una vez más provocando el pánico entre las personas que se encontraban feliz y tranquilamente en las calles viviendo sus vidas. — ¡¡BOMBARDEROS!! — gritó con fuerza un policía que se encontraba patrullando la zona mientras aviones Tipo 156 Beaufighter sobrevolaban su cabeza dejando caer potentes misiles que hacían estremecer el suelo londinense. En 1998 Dylan caminaba por un colorido valle que quedaba muy cerca del faro donde acaban de estar hace unos minutos recolectando hermosas flores para la niña que lo acompañaba, tal vez era un poco apresurado, pero el ya soñaba con casarse y hacerla feliz hasta envejecer juntos, ella por su parte solamente estaba preocupada por llegar rápido al yate de su papá puesto que llevaba mucho tiempo fuera, seguramente ya habían notado su ausencia lo que le traería muchos problemas. — Vamos Dylan, date prisa — gritaba la niña llevando la delantera. — Ten esto lo hice para tí — dijo el pequeño Dylan corriendo para alcanzar y entregándole el ramo de flores. — ¿Enserio?, ¿flores?, es tan cliché — respondió ella con desprecio. — Pensé que te gustarían. — Si quieres conquistar a una mujer tienes que regalarle emociones, algo que ella recuerde para siempre — dijo ella arrojando el ramo de flores a un costado del camino. — Pero tú eres sólo una niña. — Pero he escuchado a mi madre decirle eso a Bob. — ¿Quién es Bob? , ¿tu padre? — ¡No!, Bob es el mejor amigo de mi padre, pero al parecer ella también lo quiere mucho, la he visto dándole besos. Él es muy buena persona. — ¿Quieres decir que para ser tu novio tengo que regalarte algo inolvidable? — ¿Para que quieres ser mi novio Dylan?, ni siquiera sabes mi nombre. — No lo sé, pero ya te regalé algo inolvidable. — ¿Y qué será? — Mi promesa eterna de que daré mi vida por tí, te lo prometo que jamás lo olvidaré — dijo Dylan mostrando la nota que acaba de escribir hace unos minutos. En 1940 Las bombas cayeron por doquier dejando una terrible destrucción a su paso, los edificios quedaron destruidos en cuestión de segundos sembrando el pánico en gran parte de la población que sobrevivió milagrosamente a ese cobarde ataque a civiles indefensos, afortunadamente para Ken y Elizabeth las bombas no alcanzaron el lugar donde se resguardaron en el último segundo salvando sus vidas por cuestión de milímetros; el atentando había cesado, las bombas ya no es escuchaban estremeciendo el piso que destrozaban con sus mortales explosiones, los aviones enemigos se alejaban para que los aterrados sobrevivientes comenzaran a salir de sus refugios improvisados, pero lo que verían sería una imagen que jamás olvidarían, el pueblo vuelto cenizas y escombros por todos lados, el fuego consumiendo gran parte de las zonas donde las bombas cayeron, un verdadero infierno del cual, Ken Adams daba gracias a Dios internamente por haberse salvado junto a su hija. — Debemos volver a casa, tu mamá debe estar muy preocupada — dijo Ken halando del brazo a su hija quien continuaba en estado de shock. Al llegar a casa efectivamente en la puerta junto a muchas personas estaba Isabel Norton los esperaba con una preocupación enorme dibujada en su rostro, corrió para abrazar fuertemente a su hija, luego revisándola por todas partes para asegurarse de que no estuviera herida. — Aquí se sintió la vibración de la tierra ocasionada por el impacto de las bombas contra el suelo de la capital, en la radio han dicho que tal vez hayan unos cien muertos o incluso mucho más; gracias a Dios estás bien mi amor — dijo Isabel sin parar de besar a su hija mientras seguía en medio de una crisis nerviosa. — Lo siento mucho Isabel, todo esto es mi culpa solo... — alcanzó a decir Ken antes de ser abofeteado fuertemente por su esposa delante de todos los curiosos vecinos. — Tú cállate maldito bastardo, claro que es tu culpa por haberte llevado a mi hija en plena guerra, eres un desconsiderado — exclamó Isabel envuelta en ira para posteriormente ingresar a la casa junto a su hija. Allí se quedó Ken sobando su mejilla que ahora se notaba de un color rojizo con la forma de los dedos de su esposa marcados en ella, mientras que los vecinos no dejaban de mirarlo con mucha curiosidad sin siquiera disimular; a él solamente le importaba una cosa, saber de donde sacaba tanta fuerza su mujer para golpear. Esa noche fue bastante incomoda para ambas puesto que debían fingir que eran par de extraños en una misma casa, ya saben, la típica pelea marital de siempre. Ken la pasaba en la oscuridad de su habitación leyendo un libro bajo la luz de una vela mientras que Isabel miraba la soledad de la noche a través de la ventana, luego de una hora, Isabel entró a la habitación dónde se encontraba Ken leyendo con la intensión de romper un poco el silencio acercándose a él. — ¿Qué estás leyendo? — preguntó en señal de buena fe, demostrando que venía en son de paz. — Se llama "El arte de la guerra" es muy antiguo, lo escribió un emperador a******o hace mucho tiempo, pensé que sería justo lo que necesitaría leer para cuando esté mañana combatiendo en el frente — dijo él mostrando la portada del libro. — Veo que no podré convencerte de ninguna manera para que te quedes — dijo ella sentándose en su regazo de manera muy sensual. — Isabel, por favor no, no hagas esto — expresó estrujando sus ojos utilizando sus dedos. — Solamente quiero aprovechar a mi marido para desearle buena suerte en su viaje — susurró sutilmente comenzando a lamer su oreja. Ken se levantó sosteniéndola fuertemente en sus brazos para cargarla hasta la cama donde la lanzó salvajemente, arrojándose con deseo sobre ella posteriormente para lamer todo su cuerpo con lujuria saboreando el dulce néctar de su piel que lo invitaba a pecar sabiendo que quizás sería la última noche que pasarían juntos, ella rasguñaba su espalda motivada con el roce de sus partes intimas, él la observaba con lujuria a los ojos diciéndole "te amo" ella con la misma intensidad le respondía: — ¿En serio me amas? , ¡si me amas de verdad, entonces no te irás! — seguido de un beso en los labios. — ¿Entonces es eso?, ¿piensas chantajearme con sexo? — dijo Ken con decepción deteniendo su acelerado comportamiento y bajando su cuerpo de el de ella para sentarse a un costado de la cama — eso es muy bajo Isabel, incluso para tí. — ¡Te van a matar Ken! , ¡por amor a Dios, reacciona! — gritaba ella completamente histérica. — Por favor sal de la habitación — dijo él señalando la puerta de la recámara. Ella se levantó con mucha ira de la cama y se dispuso a salir de la habitación, pero justo al llegar a la puerta se detuvo y volteó momentáneamente para decir: — Elizabeth me contó que le prometiste infantilmente con ese inútil trozo de papel que volverías con vida de la guerra, solo quiero decirte que tu estúpida nota no te salvará del infierno que está por desatarse sobre tí — dijo ella fríamente mirando con odio a Ken antes de salir de la habitación. Ken no podía creer de las cosas que era capaz de hacer su esposa, era toda una arpía manipuladora, aún así, seguramente la extrañaría con toda su alma en el campo de guerra, allí se quedó en un costado de la cama pensando en muchas cosas diferentes. En 1998 Dylan y esa linda pelirroja volvían finalmente al yate donde los padres de ella vacacionaban tranquilamente, ella estaban muy preocupada por el problema en el que seguramente estaría metida por haberse desaparecido por tanto tiempo, pero rápidamente notaría con decepción que sus padres ni siquiera se percataron de su ausencia, lo que sembraría una pequeña semilla de resentimiento en su corazón. — Dylan, vete — dijo la niña muy molesta. — ¿Cómo dices? — preguntó Dylan asombrado. — Si, marcharte, quiero estar sola. — ¿Al menos te volveré a ver mañana? — Si, claro, como quieras. — Entonces... ¡adiós, nos vemos mañana! — dijo Dylan mientras miraba a esa hermosa niña pelirroja que había robado su corazón alejarse lentamente. Al día siguiente Dylan se levantó muy temprano, su madre aún seguía ebria arrojada sobre el sillón de la sala mientras el se peinaba felizmente frente al espejo, se preparó lo más galante posible utilizando un poco del perfume de su abuelo, ya estaba listo para volver a ver a esa niña especial en la que pasó pensando toda la noche. Al llegar al muelle descubriría con preocupación que el yate de esa familia no estaba, había desaparecido increíblemente; Dylan corrió con todas sus fuerzas a la entrada de la vía principal que iba a dar a la playa para descubrir varios coches en una especie de caravana, uno de ellos remolcaba el lujoso yate que se encontraba sobre una plataforma con ruedas, él comenzó desesperado a buscar entre esos automóviles hasta encontrar esa tierna carita triste y con pecas a través del cristal, ella al verlo sonrió alegremente, su expresión facial cambió automáticamente de una manera impresionante. — ¡Dylan viniste! — gritó ella fuertemente para que él pudiera escucharla a través de la ventanilla cerrada. — ¿Porqué te vas? — Papá decidió volver antes a casa, seguramente por alguna discusión absurda con mi mamá. — ¿Dónde puedo encontrarte? — preguntó Dylan mientras el automóvil comenzaba a andar. — Buscame en Londres — gritó ella apenas siendo escuchada. — ¡Te prometo que siempre guardaré mi promesa! — dijo Dylan sacando su trozo de papel del bolsillo para mostrárselo — ¡Yo también lo prometo! — gritó una vez más también mostrando su trozo de papel con la pregunta "¿qué harías por mí?" — ¡No te vayas sin decirme tu nombre! — gritó Dylan a todo pulmón cuando el automóvil iba a una distancia bastante grande. Ella, consciente de que no la escucharía gritar su nombre, tomó un marcador de sus implementos escolares para escribir su nombre detrás del trozo del papel donde había hecho esa hermosa promesa de amor el día anterior, rápidamente lo mostró pegando el papel del cristal de la ventanilla del automóvil ... Rose Y allí se quedó el pobre Dylan con el corazón roto en mil pedazos pero con la esperanza de volver a verla algún día, parado justamente en medio de la carretera miraba como esos vehículos se perdían en el infinito de la distancia mientras el susurraba enamorado el nombre del amor de su vida, con voz sutil y en forma de suspiro, dejó salir esa palabra que marcó su vida para siempre. — Rose... — sin dejar de mirar al horizonte con tristeza.
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