CAPÍTULO 3

1605 Words
 En 1940 Ken Adams se encontraba vestido con el uniforme militar de Inglaterra mientras caminaba completamente solo a través de una densa selva llevando en sus manos un fusil Lee-Enfield con muy pocas municiones para defenderse de algún ataque enemigo, el casco que traía puesto goteaba frontalmente debido a la incesante lluvia que no dejaba de caer, la radio se había averiado debido a una explosión muy cercana a la que estuvo expuesta, él miraba con paranoia a todos lados temblando del miedo, sus botas se hundían en el pantanoso camino con cada paso que daba, el morral que traía en sus hombros pesaba enormemente debido a todos los implementos de supervivencia depositados dentro, pero nada pesaba más que su conciencia después de tener que asesinar de manera obligatoria a todos esos soldados nazis en una guerra sin sentido donde jamás habría realmente un vencedor. El inquietante silencio de ese lugar lo hacía pensar que posiblemente estaría a salvo luego de toda una horrible jornada, tal vez sentarse a descansar un poco para recuperar energías podría ser la mejor idea, una roca enorme serviría de asiento para este hombre que solamente deseaba que las plantas de sus pies dejara de arder tanto, desde el interior del casco sacaba un fotografía a blanco y n***o con la figura de su esposa abrazando a su hija lo que provocaba unas húmedas lágrimas que salían desde sus ojos limpiando el lodo en su rostro al deslizarse por sus mejillas, ponia el rifle a descansar contra un árbol cercano para tratar de relajar un poco la mente e ingeniar una formar de salir de esa infernal selva. El peculiar sonido de un percutor de revólver siendo retraído preparándose para disparar acabó abruptamente con la tranquilidad de nuestro protagonista, al voltear vería la letal figura de un soldado nazi detrás de él tirando del gatillo para acabar con su vida; Ken Adams despertaba en su cama lleno de pánico, con la respiración totalmente agitada, y el sudor recorriendo todo su cuerpo, pero aliviado de seguir con vida y que todo eso hubiera sido solo un mal sueño, mirando el reloj de su pared notaría que faltaba muy poco para amanecer, dentro de dos horas vendría el ejercito para llevarlo a la base donde lo prepararían para la guerra, nunca antes en su vida sintió tanto miedo, aún así estaba decidido a ir a ese compromiso nacionalista que sentía para con la seguridad de su familia, de su ciudad, de su nación, era hora de ser hombre y luchar en contra de los nazis. El amanecer llegaba con la radiante salida del sol como todos los dias, y esa mañana no sería la excepción, un camión militar de la recluta repleto de patriotas que se alistaban voluntariamente al igual que Ken, llegaba puntualmente a las seis de la mañana parándose frente a la casa de los Adams exactamente como lo habían dicho; con las maletas en la puerta estaba completamente listo para marcharse mientras su esposa lo miraba en agonía desde un rincón de la casa, muriendo por dentro con fervientes ganas de reclamarle, pero sabía que no ganaría absolutamente nada con eso, ella sabía muy bien que cuando a él se le metía una idea en la cabeza, resultaba mucho más fácil quitarle la cabeza que la idea, solamente le quedaba verlo con amargura mientras se marchaba a una muerte casi segura. — Reza mucho por tu padre, te voy a extrañar muchísimo — dijo besando la frente de Elizabeth quien no paraba de llorar desconsoladamente. Levantó sus maletas con temple y gallardía, miró a su esposa mientras lloraba en ese rincón sin querer verlo a los ojos, y salió de su casa rumbo a cumplir un deber con su patria, un hombre que camina sin tambalear a su posible destrucción a pesar de estar temblando del miedo, simplemente es un hombre indestructible en espíritu. Un sargento aguardaba por él a un costado del camión sosteniendo una lista en sus manos en la cual tachaba el nombre de Ken Adams de las personas pendientes por recoger. — ¡Permiso para abordar señor! — gritó con energía queriendo mostrar una imagen de hombre fuerte desde el primer instante. En el momento exacto en el que estaba a punto de subirse a ese camión lleno de valientes voluntarios, escucharía la voz de su hija llamándole. — ¡Papá! , ¡papá! — gritaba Elizabeth corriendo hacia él rápidamente mientras su mamá la seguía también corriendo para detenerla. — Elizabeth, mi pequeña — respondería Ken abrazándola fuertemente. — Elizabeth hija, volvamos a casa — decía Isabel tratando de disimular las lágrimas que salían en forma de cascada a través de sus ojos. — Quiero que escribas tu promesa en un papel al igual que se lo escribiste a mamá — dijo Isabel llorando dramáticamente. — ¿De qué hablas hija? , ya te lo prometí — respondió Ken sonriendo valientemente. — Quiero saber, quiero saber ¿qué harías por mí? — decía ahogada por el llanto mostrando un trozo de papel con la pregunta "¿qué harías por mí? Escrito en él, seguido de una equis y una raya para escribir la respuesta (x_______) Ken no aguantó el llanto dejando salir un pequeño gesto de sensibilidad acompañado de unas lágrimas y una sonrisa frente a su sargento y futuros compañeros, Isabel también lloraba tapando su boca usando sus manos, Ken sellaría por escrito en ese papel, la promesa que ya había hecho verbalmente, "cuidarte para siempre" escribió con su temblorosa mano, para luego subir posteriormente a ese camión militar mirando con una sonrisa a su hija agitar ese papel en aire mientras se ponía en marcha el vehículo alejándolos lentamente. En 2013 Habían pasado más de quince años desde aquel hermoso día en la playa cuando conoció a Dylan, pero ya esa época había quedado muy atrás en vida, Rose ahora era una mujer arrogante que disfrutaba presumir todo el dinero que poseía, exhibiendo lujosos automóviles los cuales conducía por toda la ciudad, de vez en cuando le encantaba tratar de muy mala manera a las personas de servicio en la mansión dónde vivía, a los meseros en los restaurantes, e incluso a los peatones en la calle, ella era feliz recordándole a la gente todo la fortuna que ella tenía y que ellos no; pero como la mayoría de las personas de ese estilo, todo era apariencias, su madre se había divorciado de su padre hace muchos años cuando este descubrió sus múltiples infidelidades, dejándolas a ambas sin derecho a su herencia millonaria, pero su madre tenía un as bajo la manga, la increíble belleza de su hija, la cual fue suficiente para enamorar al hijo del dueño de una cadena de lujosos hoteles alrededor del mundo, logrando incluso que este chico le ofreciera matrimonio llevándoselas a las dos a vivir con él en una de las construcciones más extravagantes de toda la ciudad, obviamente su relación era por conveniencia, pero sinceramente a ella tampoco es que le molestara dormir en una cama de oro. Una tarde al salir del club de multimillonarios, Rose había bebido algunas copas de más que la había puesto en un estado de sobriedad, incapaz de conducir su automóvil de regreso a casa, era una mujer muy terca y arrogante, de ese tipo de personas a las que jamás se les puede ganar una discusión, en muchas ocasiones su futuro esposo le había insistido para colocarle un chofer privado, pero ella en su soberbia nunca aceptó, era feliz conduciendo ella misma sus automóviles, esa tarde decidió regresar a casa manejando su vehículo a pesar de que sus amigas le sugirieron que era una mala idea, como ya sabrán, ella comenzó a conducir sin importarle la opinión de los demás, cada vez iba más rápido comenzando a quedarse dormida, cerró los ojos un segundo y al volver a abrirlos solamente vió la tienda de multiservicios frente a ella sin tiempo para reaccionar estrellándose contra la vidriera exhibidora rompiendo todo a su paso y causando un verdadero desastre. Un policía se le acercaría apresuradamente para brindarle auxilio. — ¿Se encuentra usted bien señorita? — preguntó el oficial de policía ayudándola a salir del automóvil dañado — ¿A quién diablos se le ocurre construir una tienda en el medio de la carretera? — dijo Rose saliendo del vehículo con la mano en la cabeza dejando notar que estaba muy ebria. — ¿Estaba usted conduciendo ebria? — preguntó el oficial entendiendo la razón que provocó el accidente. — ¡No señor oficial, yo hablo así por un problema en el cerebro! , ¡imbécil! — dijo Rose sarcásticamente con tono de persona ebria. — ¡Dos meses de trabajo comunitario! — expresó el oficial muy molesto escribiendo en su libreta de multas. — Entiendo, entiendo, el viejo ventilador necesita un poco de aceite en su aspa — dijo estúpidamente contoneando un poco su cuerpo. — ¿Disculpe? — preguntó el oficial sin entender nada. — ¿De cuanto estamos hablando? , ¿mil, dos mil dólares? , ¿cuánto vale su silencio? mi esposo pagará por todo , ¡ya sé! , le daré tres mil dólares para que se opere un poco la nariz — decía Rose sin parar de hablar en medio de su borrachera. — ¿Sabe qué?, mejor que sean cinco meses de trabajo comunitario — dijo el oficial entregándole la multa en sus manos con una sarcástica sonrisa. — ¿Será mejor que deje de hablar, cierto? — preguntó Rose tomando el trozo de papel y posteriormente vomitando toda la calle repentinamente.
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