Repito Simon Martelli como dos veces ya y este hermoso chico de cabello n***o y ojos profundos como la noche sigue así. Mirándome sin mirarme.
Pongo una mano en su hombro y ahí es cuando reacciona. Mira hacia arriba para encontrar mis ojos, y se puso rojo como un tomate.
-Si me hace el favor de acompañarme, lo estaría escoltando a su puesto de trabajo- Le dije con una sonrisa mientras presionaba un poco su hombro. Sintiendo cómo se tensan sus músculos a mi tacto.
Hay tantas cosas que podrían hacer estos hombros fuertes. Me juego mi apellido a que sería capaz de sujetarme con un sólo brazo y aún así tendría libertad de moverse como quisiera.
O como yo quisiera.
Estando en el trabajo no suelo hacer este tipo de cosas. Pero a pesar de sus hombros anchos y su piel bronceada, más los callos en sus manos, su rostro y su cabello casi sobre sus ojos lo hacen ver como un niño inocente. Y ahora que lo vi sonrojarse, la tentación de enseñarle unas cuantas cosas me está atormentando.
-Claro señora Di Bonetto- Me dijo con una voz increíblemente grave.- Lo siento, si me permite...- Dijo mientras empujaba la silla y se ponía de pie.
Es verdad que su espalda, ya sentado lo hacia lucir fuerte. Pero de pie parece una estatua. De las de verdad.
Mido casi 1,70mt y llevo unos tacones de por lo menos diez centímetros y aún asi estoy mirando sus hombros. Este hombre es gigante.
-Por Dios, ¿cuánto medís?- le digo mirando sus ojos- Si hubiera sabido no me paraba tan cerca, parezco un pequeño minion al lado tuyo.- intento bromear, y fracaso increíblemente.
-La última vez que me midieron fue en secundaria y estaba cerca del metro noventa- Dice mirando mi rostro.- y su voz está haciéndome temblar. Tengo algo con las voces masculinas. No sé si nos pasa a todas las mujeres, pero en mi caso, las voces profundas, las sonrisas brillantes, y las manos rugosas son algo que me encanta.
Principalmente las manos. Esas son manos de un hombre que sabe lo que es el trabajo duro, y no tiene miedo de ensuciárselas para progresar. Me hace pensar qué es lo que hacía con esas manos antes de venir acá.
¿Qué cosas sabrá hacer con esos dedos?
-Jenny, ¿este hombre pasa por las puertas?- Le digo a mi colega, señalándolo con el dedo- es gigante!- dije sonriéndole. Vuelvo mi atención a esa pobre mujer con cara de niña y trato de volver al tema principal. No te vayas por las ramas Sofía, por lo menos hoy comportate a la altura de tu nombre.
-Si me siguen, vamos a pasar a su oficina- les digo a Emmaline y Simon.
-Señora Di Bonetto…- me llama con esa voz y uff, esa voz. Me encantaría grabar su voz diciendo cosas sucias para usarla de alarma despertador. Esa sería una linda forma de despertar.
No, mejor aún, me encantaría tener esa voz en mi cama todas las mañanas, con esas manos recorriendo mi espalda. Esa sería la mejor manera para arrancar el día.
-Con Sofia me alcanza, no me digas señora que me haces sentir una anciana.- le digo mientras camino por delante de ellos. Marcando el camino hacia lo que sería su oficina. Pensamientos puros Sofi. Pensá en perritos, o en ese video de bebés riendo que te dió ternura. Volvamos a la ternura.
Ni siquiera me casé. Ya tengo más de treinta años. Mi corazón no es el más apto para una relación larga. Cuando lo intenté no fue muy exitoso que digamos.
-Señorita Sofia entonces, con respecto a los horarios de salida. Tengo entendido que mi horario de trabajo es de 9:00 a 18:00hs, y los viernes de 9:00 a 17:00hs. Pero según estuve escuchando, son horarios flexibles. ¿Lo que significa que pueden modificarse?-
Es la primera vez que me hacen este tipo de preguntas. Siempre tengo dificultades con esta política de la empresa, porque la nueva generación prefiere entrar a trabajar pasadas las 10, sin importar si salen de noche.
-Claro, en tu caso, es todavía más flexible, pero siempre que no este interfiriendo con mi agenda, que es la que vas a estar asistiendo por el momento- conversamos mientras vamos llegando a la puerta del ascensor. Cuando llegamos Simón se apura un paso para presionar el botón, y cuando las puertas se abren nos hace el gesto con la mano para que subamos primero. Es algo que no me había pasado nunca.
Avanzamos, y una vez dentro me pregunta a qué piso vamos, presiona el botón y se para detrás de Emmaline que viene tan callada que ya había olvidado que se encontraba con nosotros.
-Entiendo, entonces si su agenda inicia a las 10am y finaliza a las 16hs, ¿yo podría empezar el trabajo a las 7am para retirarme también a las 16hs?- continúa con la conversación de antes.
Esto fue realmente una sorpresa, casi siempre quieren empezar más tarde.
-Claro, no habría problema. De hecho, vamos a charlarlo bien para asi adaptarnos y acomodar bien tu horario.-
Las puertas del ascensor se abren, y avanzamos por el pasillo. Estos largos y fríos pasillos grises que combinan perfectamente con mi vida.
Les muestro la sala de descanso, la pequeña cocina, la máquina de café y dejamos a Emmaline en FICO para continuar el resto del camino con Simón que me sigue a mi oficina.
Tenemos una charla amena, al parecer nos vamos a llevar bastante bien. Arreglamos los horarios y acordamos que él va a entrar a la hora que mejor se le acomode para terminar siempre al mismo horario que yo. Eso va a ser interesante, para coordinar con mi horario de salida, algunas veces deberá venir a trabajar a las 6am. Vamos a ver cuántos días tarda en arrepentirse.
Le muestro su oficina, y lo dejo en manos de Berenice, mi asistente. Miro por la ventana, escaneo unos papeles, firmo algunos otros y llega la hora del almuerzo.
Me tienta bastante ofrecerme para almorzar juntos, pero es mejor que se familiarice con el resto de los integrantes de la oficina de asistentes.
Todos se dirigen a la cafetería, y yo salgo por la puerta de atrás para fumar un cigarrillo en mi balcón con vista al Río.
A pesar de tener casi la misma edad, los mismos intereses, y de llevarme bien con todos. Siempre voy a ser la hija del dueño.
Me paro en el suelo frío y pateo mis zapatos hacia un costado. Y acá, descalza en el mármol, sujetando mi cigarro, viendo el humo desvanecerse, Me encantaría que mi apellido se fuera con él.
Que se volvieran letras tangibles, que se conviertan en humo y desaparezcan en el cielo. Mi apellido gris encajaría perfectamente con el cielo y las nubes que parecieran estar a punto de dejar caer toda esa agua que acumularon pero que aún no están preparadas para dejar ir.
Mi infancia estuvo relativamente bien. Pero a pesar de que mis padres siempre fueron cariñosos conmigo y me aman hasta el día de hoy, nunca tuve un amigo real. Nunca tuve una pijamada con amigos, ni una salida informal a un boliche. O un novio con quien ir al cine.
Siempre todo se trató de vestidos de gala. Uniones políticas. Cenas de negocios.
Y la vez que pensé que tenía un amigo, un compañero de vida, resultó que no era más que una compañera conveniente para progresar y tener un trato justo.
Así que estoy acá, pleno julio en el frío Buenos Aires, descalza en un mármol aún más frio. Soltando humo por la boca, e imaginando en qué estará pensando ese pequeño hombre que va sin ninguna preocupación trotando por la senda peatonal allá abajo en tierra firme.
¿Será que tiene las mismas preocupaciones que yo, o será que está feliz con la vida y el apellido que le tocó tener?
Lo único que sé, es que ya quiero que llegue Septiembre y el frío termine.