Llamada del pasado
Siete años atrás
Inicio del Flashback:
—Ana Julia Mora, ¡Qué bueno haberte encontrado, finalmente! —Escuché esa voz con su acento particular, de la impresión no respondí, me quedé muda, sin posibilidades de hablar—¿Estás escuchando lo que te estoy diciendo? —Me paralicé.
Esa voz. El sonido de su voz siempre me ha parecido intimidante, y ahora me resulta aterradora. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Sentí un vacío tremendo en el estómago.
«Esto debe ser una alucinación, seguro escuché mal. Asumo que es el cansancio de tanto trabajar y… », Freno mis pensamientos al recordar la razón principal de mi necesidad de mantenerme de incógnita para él. Estoy asustada.
Él está a kilómetros de distancia, o eso es lo que quiero creer. Ese mi mayor deseo, quisiera fuera así. Ahora más que nunca desearía tener el poder de hacerme invisible, quisiera ser imperceptible a su maldad. Deseo poder desvanecerme para hacerle entender que no existo, que nunca existí para él.
«¿Cómo consiguió mi número? ¿Cómo supo dónde estaba?», Pregunta mi mente sintiendo mi cabeza estallar.
«¿Cómo huir del diablo? ¿Cómo huir de su poder?» Pregunto sabiendo la respuesta, pues solo busco razones que me den tranquilidad, aunque más que nadie sé que una vez que él aparece no hay tranquilidad. Eso es lo que él me enseñó desde el mismo momento en el que puso sus ojos sobre mí.
Tenía apenas diecisiete años cuando a mi madre y a mí nos tocó salir del único lugar que habíamos conocido en la vida, donde dejamos sembrados recuerdos y una vida de proyectos que murieron con mi padre. Rodrigo Solano lo asesinó, ahí frente a nuestros ojos con apenas un disparo en la cabeza le quitó la vida, y no conforme con eso, me secuestró e hizo de mí lo que mi padre intentó impedir. De nada valió mantenerme encerrada en casa o aislada en el campo en casa de algunos familiares en ciertas temporadas, porque simplemente para Rodrigo no había imposibles.
Desde el primer instante él había decidido que yo sería suya, y si para ello debía acabar con el mundo, lo haría. Lo juró allí en frente de mí padre y así lo cumplió. En el segundo de los enfrentamientos que ambos tuvieron por mi causa, Rodrigo lo amenazó a muerte. En ese momento no le dimos importancia a sus amenazas, creímos que solo eran palabras vacías expresadas al calor del enfado por la prohibición de obtener lo que para ese entonces era su mayor deseo. Mi madre convenció a papá de calmarse bajo la convicción de que a Rodrigo se le pasaría el capricho de cortejar a una chica diez años mayor que yo. Yo formaba parte del grupo bien reducido de chicas puras de Barrio Otoya, lugar donde vivíamos en Costa Rica. Que inocentes eran mis padres, de haber imaginado la magnitud de las intenciones de Rodrigo, aun estaríamos completos, los tres juntos, fuera de nuestro país pero unidos en familia.
Solo hasta esa noche en la que vimos a mi padre caer herido mortalmente en el suelo de la calle principal de Barrio Otoya, caímos en cuenta que debimos huir en ese preciso instante en el que Rodrigo lanzó la primera amenaza. Esa misma noche perdí dos de las tres cosas más preciadas que tenía, a mi padre y mi dignidad.
Esa misma noche Rodrigo hizo de mí lo que quiso. A partir de esa noche, supe lo que era la maldad del hombre. Yo, una chica que no hacia mayor esfuerzo que abrir la boca para que mi padre humildemente me diera lo que le pidiera, y él sin protestar, terminaba cumpliéndome porque yo le retribuía con mis estudios ese esfuerzo. Jamás había sufrido malos tratos ni humillaciones, nunca había sido tratada como la nada. Rodrigo me enseñó como es el mundo visto desde la oscuridad del alma.
—¿Pensaste que sería imposible encontrarte? —Escuché que me dijo esa desagradable voz.
Las manos me temblaron, de lo fuerte que apreté el teléfono móvil siento los nudillos dolerme, pero soy incapaz de alejar el aparato de mi oído. Temo que si lo hago él pueda hacerme algo. No lo tengo al frente, sin embargo, como sé su nivel de crueldad me mantengo aquí parada esperando oír cuáles serán sus siguientes palabras.
Han trascurrido muchos años desde que huimos de Costa Rica, y ahora confirmo que sigue teniendo poder sobre mí. Solamente el tono gutural de su voz me da esa sensación de pánico que en el pasado me costó superar, al punto que tuve que recibir terapía. Justo ahora que perdí todo el avance que había logrado.
Imaginé que poniendo kilómetros de distancia entre los dos, jamás me encontraría. Han pasado muchos años desde aquella noche lluviosa en la que logramos escapar de esa pesadilla, y ahora, el sonido de su voz me devolvió a ese pasado tormentoso.
Cerré los ojos, apretándolos tan fuerte que sentí dolor en ellos, el corazón me palpitó de manera desacompasada, me pareció que perdí el pulso, me sentí fría, sin poder razonar.
—Debemos hablar y lo sabes bien —Adujo la voz al otro lado de la línea—. Si no colaboras Gael sufrirá las consecuencias —Recibir esta amenaza fue superior a la impresión que fue volver a escuchar el tono de su voz.
«Gael no, por favor» Supliqué en mí mente.
—¿Có…, có…, cómo…? —Quise preguntar—. Él no, por favor —Suplico aterrada de su suerte.
—Pon de tu parte y verás que podemos llegar a un buen arreglo —Me dice en su acostumbrado tono de voz arrogante.
—¿Qué…, qué…, qué quieres? —Le pregunté atropellando las palabras.
—Ven a tu casa y aquí conversamos.
—Mi… mi.. ¿Mi casa? —Le inquirí sin saber qué sentir o pensar.
Pasados unos segundos, en seguida pensé en llamar a los funcionarios de seguridad, también consideré llamar a la Doctora Iliang o a Ingrid. En ese momento pensé que ellas podrían ayudarme a resolver este problema. Ambas son buenas resolviendo este tipo de situaciones, lo he visto varias veces con algunas clientes que han logrado salvar de sus maridos maltratadores.
—Ni se te ocurra llamar a nadie, ven sola —Escucho que me exige desde el otro lado de la línea como si estuviera leyendo mis pensamientos—. Tengo gente vigilando tu llegada desde varias cuadras. En seguida sabré si vienes o no acompañada. Cualquier paso que des con intención de traicionarme lo sufrirá tu madre y “Gael” —Me amenaza en su acostumbrado tono de voz pausado.
El mismo tono de voz que usó cuando amenazó a mi padre y nosotros no quisimos prestarle atención, porque por ser pausado, una voz tranquila, casi sutil, sin mostrar alteración en su tonalidad ni en las facciones de su rostro, lo tomamos como una forma de hablar normal, para salir del paso; cuando en realidad fue el aviso de que algo grande podría resultar de no acceder a su petición. Para nuestra sorpresa el resultado fue la muerte de mi padre y mi deshonra.
—Aquí te espero —Me dijo finalmente y colgó la llamada, dejándome temblorosa, con el rostro bañado en lágrimas y sin saber qué hacer.
La duda de no saber si buscar auxilio en alguien o ir a ciegas a su encuentro me mantuvo por media hora parada en la esquina donde esperaba tomar el bus de regreso hasta la casa luego de salir del mercado.
Como el día anterior asistí al club nocturno con las abogadas y sus amigos, me dieron el día, por lo que aproveché a hacer algunas diligencias que tenía pendientes. Jamás imaginé que sería sorprendida de esta manera justo al día siguiente de haber pasado un rato diferente, después de tantos años que llevaba de no compartir con nadie. Por mi temor a ser encontrada me negaba a hacer una vida como cualquier chica de mi edad, y eso que mi madre varias veces insistió en que lo hiciera.
Ya sospechaba que al primer paso algo raro sucedería. No esperé que fuese esto. No Rodrigo. Jamás imaginé que el infierno pudiera tener la posibilidad de extenderse por tantos kilómetros y permitir emerger de la tierra a quien tanto daño ha hecho.
«¡Qué ilusa pude llegar a ser! Eres bien estúpida al pensar qué se podía escapar de las pesadillas cuando ellas mismas desde el primer momento decidieron meterse en tus sueños», Me digo en la mente con ironía.
Porque sí, en las pocas horas que estuvimos en el club, al sentirme tan bien en compañía de las Doctoras, sus amigos y José Manuel, me permití soñar. Por primera vez en mucho tiempo me sentí una chica de mi edad disfrutando del momento.
Al no sentirme en capacidad de mantener la serenidad en el bus sin delatarme, opté por tomar un taxi. Me sentí extremadamente nerviosa, sin saber qué hacer, pero puse todo de mí para no llamar la atención más que por el enrojecimiento de mi rostro por las lágrimas que rodaron por mi rostro de un momento a otro.
No sé en qué momento llegué a la esquina donde está ubicada la casa que vengo arrendando desde hace tres años, que es el tiempo que tengo trabajando en el despacho de las Doctoras Iliang Rangel e Ingrid Ojeda.
Antes de bajarme del automóvil miré desde adentro hacia el exterior, giré la cabeza a mi alrededor, y en efecto, confirmé la advertencia de Rodrigo. Varios hombres con aspecto propio de los delincuentes. El miedo que ya venía conteniendo se acrecentó dentro de mí. No supe si bajarme o no del taxi.
—Señorita —El chofer llama mi atención—. ¿No es esta la dirección que me dio? —Me pregunta mirándome a través del espejo retrovisor.
Asentí en un movimiento de cabeza.
—¿Va a bajarse o va a otro lugar? —Pregunta mirándome con atención.
Por momentos dudé, miré hacia la puerta de mi casa, y en seguida pensé en mi madre y Gael. No le respondí, sino que abrí la puerta y abandoné el auto.
—Señorita, falta su p**o —Me dice en voz alta, haciéndome reaccionar ante el estado de abstracción en el que me encuentro.
Cancelé dejándole el dinero y sin esperar por el vuelto, si lo hubiera, cegada em adentré en la casa como quien espera encontrar el peor de los escenarios. Al contrario, conseguí a mi madre sentada en una esquina del sofá con Gael en sus brazos. Ella se veía asustada, temerosa, en sus ojos pude ver el terror de encontrarse nuevamente con quien nos desgració la vida, mientras que Gael, permanece allí en sus piernas, dejándose abrazar, sin comprender lo que está sucediendo. Rodrigo no estaba en el pequeño espacio que compone la sala de estar.
—Amor mío —Lo escuché hablarme parado detrás de mí. Sentí repugnancia al percibir el aroma de su loción. Un aroma que odié desde el primer momento en el que él puso sus manos sobre mí la noche en la que acabó con la vida de mi padre—. Veo que sigues siendo la misma mujer obediente que conocí —Me dijo en voz baja. Se ve más maduro, se nota el efecto de los años transcurridos, pero no tanto como me hubiera gustado encontrarlo. Hubiera deseado que tanta maldad que alberga en su alma le quite juventud, pero no, no es así, se ve fortalecido, con unos años acuesta que en nada parecen afectarle—. Pero cometiste un pequeño error —Agrega y luego camina varios pasos para quedar en frente de mí—. Sabes bien a qué me refiero ¿Verdad? Fuiste mala y lo sabes. Eras consciente que de mí no podrías huir y, sin embargo, te atreviste a desafiarme.
Guarda silencio, acaricia mi rostro y luego se gira sobre los pies para caminar unos cortos pasos hasta quedar parado en frente de mi madre y Gael.
—Sabes que te mereces… —Interrumpe sus palabras—, perdón, se merecen ambas —Retomó su dialogo unipersonal y nos señaló a mi madre y a mi persona—, se merecen un castigo ejemplificador.
«¡Castigo ejemplificador!» Exclamo en mi cabeza con sarcasmo.
«¿Y quien te castiga a ti por haber asesinado al ser que más amaba en este mundo además de esa mujer que estás torturando sentada allí?», Le pregunto en la mente como si pudiera escucharme.
«¿Quién te castiga a ti por haberme ultrajado?» Cuestiono en un grito ahogado en mi mente.
Soy tan cobarde que no pienso si quiera en la posibilidad de levantarle la voz, ni siquiera puedo hablarle sin quebrarme del llanto ante tanto temor.
Lo veo revolver el cabello de Gael, lo mira con atención por un buen rato y, en seguida, adoptando una actitud se vuelve hacia mí.
—Te puedes salvar, se pueden salvar —Adujo entrecerrando los ojos al mirarme y decirme esto—, pero solo sí cumples al pie de la letra lo que te voy a ordenar.
—¿Qué…, qué quieres? —Finalmente le dije algo—. ¿No te bastó con todo lo que nos hiciste sufrir?
No sé de dónde me salieron las fuerzas, pero sentí la necesidad de demostrarle que no soy tan débil como él cree y me siento. Al estar tan cerca de Gael el deseo de defenderlo me hizo reaccionar, pero parce que cometí un error. Rodrigo me tomó por el cabello desde la coronilla de la cabeza y me hizo doblar el cuerpo del dolor que me produjo el prensón en el cuero cabelludo. Emití un gemido de dolor.
—Déjela —Le gritó Gael, buscando zafarse del abrazo de mi madre.
—A mí tú no me gritas, aquí el que grita soy yo y tu solo debe obedecer —Me dijo ante mi reacción, pero sin dejarse ver alteración en su voz—. Como veo que con solo una salida agarraste valor suficiente para enfrentarme, te voy a encomendar una tarea que deberás cumplir al pie de la letra.
Me suelta de golpe haciéndome caer al piso.
—Luis —Escucho que Rodrigo llama en un grito a alguien.
A los pocos segundos ingresa a la sala de estar uno de los hombres que creo haber visto en la entrada.
—Llévate al niño —Le ordena con voz firme.
No había terminado de dar la orden cuando emití un grito de desesperación.
—Él no, por favor —Grité a todo pulmón.
Mis palabras no fueron oídas, el hombre más alto y con más fuerza que mi madre, sin mayor esfuerzo le arrancó a Gael de los brazos y en cuestión de segundos desapareció con él por la puerta. Intenté ponerme de pie para darles alcance, pero Rodrigo pisando mi mano derecha detuvo mis intenciones. Volví a gritar ante el dolor que esto me ocasionó.
No grité, pero si comencé a llorar, no por el dolor del maltrató sino por Gael, sentí como si me arrancaran una parte del corazón.
—Si quieres volver a ver al chiquito, deberás cumplirme. Ya me fallaste una vez, no creo que seas tan estúpida para hacerlo una segunda vez y volver a perder, bien sabes que tengo como quitártelo sin que puedas hacer nada. No creas que no sé de quien es él —Me advierte en tono amenazante, pasivo, pero con su dosis de intimidación que da mucho qué pensar para actuar según lo indique.
«No puedo perder también a Gael», Me digo en la mente con la mirada fija hacia la entrada de la sala de estar.