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Seducción Prohibida

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Blurb

Roxana Reagan Grace es una mujer poderosa y dueña de su vida. A sus 35 años, es la vicepresidenta de una de las empresas textiles más influyentes de Londres. Está acostumbrada a controlar todo, desde su carrera hasta sus relaciones. Nada ni nadie ha logrado hacerla tambalear. Hasta que Ryan Smith se convierte en su vecino.

Ryan es el tipo de hombre que ella sabe que es mejor evitar: misterioso, tatuado, con una fuerza arrolladora que la desarma cada vez que lo ve. La atracción entre ellos es instantánea y peligrosa, pero Roxana no quiere ceder. No puede ceder.

—"No me mires así, Ryan. No estoy interesada en complicaciones."

—"¿Y quién te dijo que esto tiene que ser complicado, Roxana?"

Pero lo que ella no sabe es que Ryan guarda un secreto. No es solo el vecino sexy; es el heredero de una cadena de empresas textiles, incluida la suya. La tensión entre ambos crece, pero ahora Roxana está atrapada entre su ambición y el deseo por un hombre que podría poner en riesgo todo lo que ha construido.

¡MI NUEVO VECINO ES MI JEFE!

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¡Mi vecino!
+ROXANA+ Las luces de la ciudad se reflejan en el parabrisas mientras conduzco por las calles de Londres. Es tarde, mucho más tarde de lo que había planeado salir del trabajo. El papeleo parecía interminable hoy, pero nada que no pueda manejar. A mis 35 años, siendo vicepresidenta de una de las empresas textiles más importantes de la ciudad, estoy acostumbrada al caos. Me encanta, de hecho. Me mantiene enfocada. Pero cuando el día termina, lo único que quiero es desconectar. Subo el volumen de la música en cuanto empieza a sonar una canción de Shakira. Sí, soy esa clase de mujer. Me río sola en el auto mientras tarareo la letra y me muevo en el asiento, como si no tuviera una preocupación en el mundo. Me gusta pensar que soy libre, alocada, sexy, la clase de mujer que toma lo que quiere y cuando lo quiere. Y lo hago. Siempre. El trabajo, el sex... mi vida está perfectamente bajo control. Pero justo cuando estaciono mi Audi frente a casa, me acuerdo de algo que me golpea con fuerza. La fiesta de baby shower. "¡Mierda!", me palmeo la frente con fuerza, sintiéndome estúpida. Hoy es el maldito baby shower de mi cuñada, la esposa de mi hermano mayor. La embarazada de cinco meses. La mujer perfecta. La nuera perfecta. Y yo… la hermana ausente, la hija que siempre llega tarde y la peor de todas. Pongo mis ojos en blanco, es que ya siento los regaños de mi madre. Mis padres están en casa. Mi hermano está en casa. Todos están en mi casa. Y yo me olvidé completamente. Salgo del auto con el corazón acelerado, pero no por la emoción de verlos. Es más bien ansiedad. Una presión en el pecho que me pide a gritos un cigarro. Vuelvo al auto. Abro la guantera, saco la cajetilla, el encendedor y, por un segundo, me permito respirar. No puedo entrar a la casa y fumar, no con mi cuñada embarazada, y definitivamente no con mis padres juzgándome. Así que me apoyo contra el capó de mi Audi último modelo —el único amor constante en mi vida—, y enciendo el cigarro. La primera calada me quema los pulmones, pero lo disfruto. Cada bocanada de humo me calma un poco más. ¿Qué me pasa? Soy la mujer que nunca olvida nada. Siempre organizada, siempre la primera en llegar a los eventos familiares. Pero hoy, mi cabeza estaba en otro sitio. La verdad es que, aunque me encanta mi familia, no puedo negar que a veces siento que estoy en otro mundo. Ellos con sus vidas perfectas, yo con las mías, completamente separadas. Sigo fumando mientras la música sigue sonando, pero ahora más suave. Me dejo llevar por el humo, por el ritmo, y por mi cuerpo. Mis relaciones, al igual que mis cigarrillos, son temporales. Son solo cosas que consumo, disfruto y desecho. No hay espacio para sentimientos complicados ni compromisos. El s*x… es simple, directo, y me mantiene satisfecha. Ninguna de esas noches termina con promesas ni con la posibilidad de algo más. Es exactamente como me gusta. Un coche pasa lentamente frente a mí, y sus faros me sacan de mi pequeño trance. Tiro la colilla al suelo, aplastándola con la punta de mi zapato de tacón. "No puedo quedarme aquí toda la noche", me digo a mí misma. Pero tampoco quiero entrar. Qué desastre. Me siento ridícula por haber olvidado el festejo, y sé que me van a hacer sentir aún peor cuando entre. Mi madre, con su mirada de decepción, probablemente estará recordándome, sin decirlo, lo que ya sé: nunca seré como ella. Nunca seré la madre devota, la esposa perfecta. No quiero serlo. Pero en días como hoy, es imposible no sentir la presión. ¡Al diablo todo! Me arrepiento. Me arrepiento de tirar el cigarrillo tan rápido, de haberme dado por vencida y pensar que estaba lista para entrar. No lo estoy. No aún. Así que, sin pensarlo mucho, vuelvo a sacar otro cigarro de la cajetilla. El encendedor chispea y, en segundos, el humo vuelve a llenar mis pulmones. Es irónico, ¿no? Aquí estoy, vicepresidenta de una empresa importante, con una vida aparentemente perfecta, y ni siquiera puedo encontrar el valor para cruzar la puerta de mi propia casa. Pero la idea de enfrentarme a mi familia esta noche me hace sentir pequeña, incómoda. No quiero entrar. No ahora. Mis pensamientos son interrumpidos por una voz profunda que surge de la nada. —Buenas noches. Me sobresalto, casi dejando caer el cigarro, pero no. Mi corazón salta en mi pecho, y por un segundo siento cómo mi cuerpo se tensa. Giro la cabeza rápidamente para ver quién me ha hablado, mis sentidos alerta. Un hombre. Un hombre grande. Mis ojos lo recorren de arriba a abajo, casi sin poder evitarlo. Es alto, más de lo que esperaba, y parece una maldita pared de músculos. La luz tenue de las luminarias y el resplandor de la luna apenas logran iluminarlo, pero lo suficiente como para que vea los tatuajes que cubren su piel. Tatuajes que recorren esos brazos fornidos que parecen esculpidos a mano. Mi mirada baja a sus manos, fuertes, grandes… y luego subo de nuevo. Sus ojos me impactan. Azules, brillantes, como el maldito océano en calma. Me trago un nudo en la garganta. Mi corazón late un poco más rápido, pero no de miedo. No. Lo que siento es otra cosa. Me lo estoy devorando con los ojos, y lo sé. Mis manos tiemblan apenas perceptiblemente mientras sostengo el cigarro, llevándolo lentamente a mis labios para tratar de mantener la compostura. Exhalo el humo lejos de su rostro, aunque no estoy segura de si lo hago por cortesía o por nerviosismo. —¿Qué se te ofrece? —le pregunto, mi tono firme, aunque por dentro mi mente corre. Él sonríe, una sonrisa que no esperaba. No es burlona ni despectiva. Es suave, casi relajada, como si estuviera acostumbrado a conversaciones inesperadas con mujeres que fuman solas en la calle. —Pareces demasiado estresada —dice. Suelto una carcajada corta, un reflejo casi sarcástico que no puedo controlar. —¿Y tú qué, eres psicólogo? —le pregunto, entrecerrando los ojos. Él niega con la cabeza, todavía con esa sonrisa tranquila en su rostro. Seguro de sí mismo. Eso me gusta. La confianza. No hay nada más atractivo que un hombre que sabe quién es y no tiene miedo de demostrarlo. —No, no soy psicólogo. Solo lo noté, es todo. Mis labios se curvan en una sonrisa irónica mientras doy otra calada. —Bueno, es algo común en mí. El estrés es parte de mi diversión. Él suelta una risa baja, y es el tipo de risa que vibra en su pecho. Puedo sentirlo desde donde estoy, y por alguna razón, esa risa me afecta de una manera que no esperaba. Me calienta. —Para ese estrés, quizás necesites algo más fuerte —dice, con un destello travieso en los ojos. Levanto una ceja, con curiosidad y diversión, mezclándose en mi cabeza. —¿Quién eres tú? —le pregunto directamente, sin rodeos—. No suelo aceptar cosas de desconocidos. Él levanta las manos en señal de paz, mostrando una sonrisa más amplia, revelando unos dientes perfectamente alineados. Jodidamente perfecto. —Parece que soy tu vecino… Un gusto, Ryan —responde, tendiéndome la mano con un gesto sencillo. Mi mirada sigue el movimiento de su brazo y, por alguna razón, dudo. A pesar de su tamaño imponente, no siento que sea una amenaza. Es algo más. Intrigante. —¿Mi vecino? —repito, algo escéptica, mientras volteo a ver la casa que señala con un movimiento de cabeza. ¡Dios! Waooo, no me esperaba esto.

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