Miedo

1315 Words
Efectivamente, la casa de al lado, que casi nunca había notado, está iluminada. Un enorme camión está estacionado en frente, lo que claramente indica una mudanza reciente. Cómo no lo vi antes. Pero ahí está, como una señal de que el destino acaba de arrojar algo inesperado en mi vida. Apago el cigarrillo en el suelo, aplastándolo con la suela de mi zapato antes de devolver mi atención a Ryan. Lo miro de nuevo, más detenidamente esta vez, y siento que mi corazón da otro salto. Joder, este hombre es peligroso. —Así que... vecino, ¿eh? —le digo, cruzando los brazos sobre mi pecho, fingiendo una confianza que estoy a punto de perder—. Espero que no seas un asesino en serie. Él suelta una carcajada profunda, esa risa vibrante que parece hacer eco en la calle desierta. —No, no lo soy —dice, con una sonrisa que podría derretir el hielo. Extiende de nuevo la mano hacia mí, y esta vez, sin pensarlo demasiado, la acepto. Su mano es grande, caliente, firme. Me hace sentir pequeña. —Roxana —digo, devolviendo el gesto. —Un placer, Roxana —su voz baja un poco al decir mi nombre, y puedo sentir el peso de cada sílaba como si lo estuviera probando en su boca. —Igualmente —respondo, mientras mi mente no puede dejar de imaginar cosas que no debería. ¿Qué estoy haciendo? Me reprendo mentalmente, pero mi cuerpo sigue sintiendo el calor que irradia de él. No puedo evitarlo. El aire entre nosotros está cargado de una electricidad que no había sentido en mucho tiempo. Ryan no suelta mi mano de inmediato. Sus ojos se mantienen fijos en los míos, y siento cómo un leve escalofrío recorre mi columna. Sé lo que está pasando, y él también lo sabe. No hay necesidad de palabras. Finalmente, suelta mi mano y se cruza de brazos, observándome con una calma que contrasta con el torbellino de emociones que estoy experimentando. —¿Así que olvidaste la fiesta en tu propia casa? —pregunta, inclinando la cabeza hacia la puerta cerrada, donde el bullicio de la fiesta probablemente sigue su curso. Me encojo de hombros, jugando con un mechón de mi cabello, tratando de restarle importancia. —¿Cómo lo sabes? —pregunté con mucha curiosidad. —Somos vecinos, ja, bueno, la embarazada me ha invitado a tu fiesta. —Oh… Digamos que los eventos familiares no son mi fuerte. Ryan sonríe de nuevo, esta vez con algo de complicidad en la mirada. El aire entre Ryan y yo estaba cargado de una electricidad casi palpable. Justo cuando estaba a punto de decir algo para romper el silencio, la voz de mi hermano irrumpió desde la puerta de la casa, resonando en la quietud de la noche y haciendo que me sobresaltara. —¡Roxana! —gritó Jordan, claramente molesto—. ¡Ven aquí de una vez! No pienso ir hasta allá a buscarte, pero si sigues ignorándome, no me va a quedar otra que… Sentí una mezcla de susto y adrenalina al escucharlo. Mi hermano no era precisamente tolerante cuando se trataba de ver “malas compañías” a mi alrededor, y la idea de que viera a Ryan aquí conmigo, en medio de la noche y con el olor a cigarrillos, sería suficiente para encender su mal genio en un segundo. Sin pensar demasiado, me volví hacia Ryan, lo tomé por la muñeca. Su piel era cálida, y el contacto me recorrió como un pequeño chispazo de electricidad. —Agáchate, por favor —le susurré apresurada, con el corazón latiéndome a mil por hora—. Mi hermano no puede verte aquí… no ahora. Ryan me observó unos segundos, como si evaluara si esto era en serio, y finalmente, con una pequeña sonrisa divertida en los labios, obedeció. Dobló sus rodillas y se agachó lentamente hasta quedar sentado en el suelo, apoyando una de sus manos en el pavimento frío mientras me miraba con esa mezcla de interés y picardía que empezaba a hacer que mi respiración se acelerara aún más. Pero al tenerlo allí, frente a mí y tan cerca, algo en mí reaccionó instintivamente. Antes de darme cuenta de lo que estaba haciendo, me acerqué a él y, en un solo movimiento, rodeé sus piernas con las mías, sentándome a horcajadas sobre él. Su mirada se oscureció un instante, atrapada en la mía, y yo sentí una descarga que me recorrió desde el pecho hasta la punta de los dedos. La cercanía de nuestros cuerpos era… peligrosa, como una chispa que amenazaba con prender fuego en cualquier segundo. Pude notar cómo su respiración también se aceleraba ligeramente, sus ojos fijos en los míos, mientras una de sus manos descansaba en mi cintura, firme, pero sin apretar, como si estuviera midiendo hasta dónde podía llegar. —Esto… es lo primero que se me ocurrió —murmuré, sintiéndome nerviosa pero a la vez incapaz de apartarme. —No pensé que tendrías un plan mejor —murmuró, su voz baja y casi burlona—. ¿No me dijiste que no quieres que te vean? Y ahí estaba yo, en plena calle, medio escondida detrás de mi propio auto, prácticamente sentada encima de este desconocido que se había presentado como Ryan. La situación no podía ser más ridícula, pero al mismo tiempo había algo en todo esto que me hacía sentir una descarga de adrenalina que no podía ignorar. Antes de que pudiera procesarlo, la voz de mi hermano volvió a resonar desde la puerta de la casa, y esta vez sonaba mucho más cerca. —¡Roxana! —gritó con frustración—. ¡No te hagas la desentendida! Sabes qué mamá ya está preocupada y, francamente, estoy a segundos de ir por ti. Él sonrió de lado, esa sonrisa ladina que parecía conocer perfectamente el efecto que tenía en mí, y lentamente deslizó la otra mano hacia mi cadera, acercándome aún más hacia él. —Tranquila, no me quejo —susurró, y el tono bajo y rasposo de su voz hizo que una oleada de calor me subiera por el cuello. Sabía que debía alejarme, pero no podía moverme. La sensación de sus manos firmes en mis caderas, el calor que emanaba su cuerpo, y el roce de nuestros torsos hizo que el mundo se redujera solo a él y a mí. Mi hermano y cualquier otra preocupación se desvanecieron momentáneamente. Era solo este instante compartido en una calle oscura, un momento que, por alguna razón, sentía como prohibido y embriagador. —¿Te molesta el olor a cigarro? —pregunté en voz baja, sintiéndome descaradamente coqueta. Él negó lentamente, sin dejar de mirarme, y antes de que pudiera decir nada, me incliné y posé mis labios en los suyos, iniciando un beso lento y profundo. No era un beso cualquiera; fue el tipo de beso que surge cuando sabes que estás rompiendo alguna regla, cuando cada roce de los labios y cada suspiro compartido encierra algo de urgencia, de hambre contenida. Sentí cómo sus manos me apretaban un poco más, firmes en mis caderas, manteniéndome pegada a él, mientras el beso se volvía cada vez más profundo, más intenso. En ese instante, me olvidé de todo; de mi hermano, del baby shower, de cualquier preocupación que tuviera al entrar a mi casa. Solo existíamos Ryan y yo, en ese pequeño refugio improvisado bajo las estrellas. Cuando finalmente me separé de él, nuestras respiraciones estaban entrecortadas, nuestros rostros apenas a centímetros de distancia. —Gracias… creo que esto será lo último que obtendrás de mí —le susurré con una pequeña sonrisa en los labios. Mi reacción fue tan rápida como instintiva. Llevé mi mano a la nuca de Ryan y lo atraje hacia mí, susurrando entre dientes: —Lo siento, esto es lo primero que se me ocurrió.
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