Dolor

1606 Words
Ryan rió suavemente, y aunque había un toque de incredulidad en su expresión, su sonrisa no desapareció. —Ya veremos, Roxana, —contestó con un tono bajo y desafiante—. Tengo mis dudas. No pude evitar que una sonrisa apareciera en mis labios, y antes de decir algo que me traicionara, me aparté de él y me levanté, girándome hacia la casa justo a tiempo para ver a mi hermano en la entrada con los brazos cruzados, observándome con una expresión mezcla de exasperación e impaciencia. Avancé hacia él con paso decidido, tratando de controlar la risa que amenazaba con salir, y apagué el cigarro en el camino, cuidando de no mirar hacia atrás. —¿Dónde estabas? —preguntó Jordan, con el ceño fruncido. —Aquí, tomando un poco de aire antes de entrar, —respondí con naturalidad, aunque mi corazón aún latía desbocado. —¿No quieres a tu familia, Roxana? —Su voz, aunque baja, sonaba cortante y clara como un cuchillo—. ¿Es que tu trabajo es más importante que todos nosotros? Suspiré, sintiendo cómo su mirada se clavaba en la mía. Supe al instante que esta conversación no iba a ser nada fácil. Tragando grueso, intenté mantenerme firme y serena. —Jordan, ya basta. Podemos hablar de esto en otro momento, en otro lugar —dije, tratando de sonar calmada, aunque sabía que él no iba a ceder. Jordan negó con la cabeza, casi con desdén, y cruzó los brazos con más fuerza. —No, Roxana. No nos vamos a ir a ningún lado. Mi esposa está en la cocina, ¿y nuestros padres? Dormidos. Así que hablemos aquí y ahora. Porque yo soy tu hermano mayor, y ni así me respetas. Sentí un nudo en el estómago, ese peso que me hacía querer apartarme, alejarme de ahí. La situación se estaba poniendo demasiado intensa, demasiado personal, y no estaba segura de poder manejarlo sin perder el control. Respiré profundo, buscando la calma, y le contesté lo mejor que pude: —Jordan, esto… esto es un malentendido —me apresuré a decir, intentando suavizar el tono, pero él me interrumpió antes de que pudiera explicarme. —¿Un malentendido? —rió amargamente, con una mirada tan fría que me estremecí—. Claro, un “malentendido” de esos en los que, de repente, el trabajo se vuelve más importante porque eso paga todo lo que quieres, y puedes mandar a tu familia al diablo, ¿no es así? Dime, Roxana, ¿qué clase de persona eres? Su pregunta me atravesó como una daga. Desvié la mirada, incapaz de sostenerla, porque sabía que tenía razón. Algo en su tono me hizo sentir como si todo el peso de mi elección estuviera aplastándome, revelando todas mis fallas de golpe. Por un momento no pude responder; era como si mis palabras se hubieran atorado en la garganta. Cuando finalmente logré hablar, sonaba casi en un susurro: —Ya basta, Jordan. Lo siento… —Mis palabras apenas salieron de mis labios antes de que él soltara una risa amarga, sin permitir que el arrepentimiento que intentaba expresar fuera tomado en serio. —¿Lo sientes? —rió entre dientes, mirándome con desdén—. No me vengas con “lo siento”, Roxana. Esa es la excusa más hipócrita que puedes dar. Tal vez, en lugar de excusas, deberías dormir afuera esta noche—su voz se volvió aún más fría—. Así podríamos decir que tuviste un viaje de emergencia y no estuviste demasiado ocupada en el trabajo para venir al festejo de tu sobrino. Ese bebé viene en un par de meses, ¿te enteraste? Sentí que mis manos comenzaban a temblar. Este era mi propio hermano, el mismo que había estado conmigo durante momentos difíciles, pero que ahora parecía verlo todo desde un lugar tan oscuro que no me reconocía en absoluto. Me llené de valor, apretando los labios antes de soltar: —Jordan, esta es mi casa. No tienes derecho a echarme. Mis palabras lo hicieron enfurecer aún más, y, en un instante, vi cómo su expresión cambiaba a una mezcla de incredulidad y rabia. —¿Nos estás corriendo? —gritó, lo suficientemente fuerte como para qué sentí que resonaba en toda la cuadra. Mis padres, dormidos en una de las habitaciones del fondo, bien podrían haberlo escuchado. —No, no… claro que no, Jordan. Nunca los echaría —dije, con el nudo en la garganta a punto de estallar—. Y tienes razón. Si eso es lo que prefieres, me iré a un hotel. Mañana vendré a disculparme y… hablaremos con calma. Por un segundo, pensé que cedería, que me permitiría hacer las paces, pero su mirada se endureció aún más. —No te molestes. No te preocupes en venir temprano—replicó con desdén—. De todos modos, nos iremos temprano. Todos estamos decepcionados de ti, Roxana. Algo en sus palabras me quebró finalmente, y no pude contener las lágrimas. Las sentí resbalar por mis mejillas, calientes y dolorosas, reflejando la mezcla de vergüenza, dolor y rabia que estaba luchando por contener. Sabía que Jordan me veía llorar, pero su rostro no mostró compasión. —¿Lágrimas, Roxana? ¿De verdad? Ni siquiera eso te queda —espetó, casi escupiéndome las palabras—. No sé quién eres desde que te fuiste de casa. Esta nueva versión de ti no tiene nada que ver con mi hermana. No sabes lo que ha pasado aquí, y tu rebeldía… tu actitud… es como si te estuvieras burlando de todo y de todos. Cada una de sus palabras era como una bofetada, y no tenía ni un solo argumento para defenderme. Estaba vulnerable y sola en ese momento, y no pude evitar sentir que tal vez Jordan tenía razón. Jordan no se detenía, y cada palabra suya parecía remover heridas que no sabía que tenía. Mis lágrimas seguían cayendo, y él solo me miraba con una mezcla de desprecio y desilusión. —¿Sabes qué, Roxana? —dijo, su voz cargada de un sarcasmo amargo—. Me pregunto si alguna vez te importamos de verdad. No sé en qué te convertiste desde que dejaste esta casa. Todo lo que pareces buscar es tu trabajo, tu éxito… y parece que a nosotros nos dejaste en segundo plano, como si fuéramos algo que puedes dejar atrás cada vez que te conviene. Intenté hablar, pero mi voz apenas salió como un susurro. —No es cierto, Jordan… eso no es cierto… Él negó con la cabeza, frustrado, y dio un paso hacia mí, sin apartar su mirada de la mía. —Entonces, dime, ¿por qué? ¿Por qué nunca estás aquí cuando realmente te necesitamos? Hoy era un día importante, Roxana. Para mi esposa, para tu sobrino… para todos. Y tú no estabas. ¿Acaso alguna vez has pensado en cómo eso nos hace sentir? Bajé la mirada, incapaz de soportar el peso de sus palabras. Me dolía, y sentía que él lo sabía y que, en lugar de detenerse, eso lo hacía seguir. —Jordan… —logré decir entre suspiros—. Te prometo que no quise lastimarlos. Mi trabajo… Pero él me cortó de inmediato. —¡Ah, sí, tu trabajo! Siempre tu trabajo. ¿Es que nunca hay algo que valga más que eso para ti? Tal vez eso te da lo que quieres, ¿cierto? Todo lo que tienes, todo lo que haces… Pero déjame decirte algo, Roxana: el dinero y el éxito no son lo único en la vida. Y parece que eres la única que no lo entiende. Sus palabras me hacían sentir pequeña, como si mis elecciones fueran egoístas y frías. Pero en mi interior, sabía que había trabajado tanto por una razón, que nada de esto había sido por simple ambición. Respiré hondo, intentando controlarme. No quería llorar más frente a él. —Jordan, por favor… no tienes idea de lo que me costó llegar aquí. Lo hago por todos, por mí, por ustedes, por mamá y papá. Quiero que estén orgullosos de mí, que sientan que estoy logrando algo importante. No quise que esto nos separara. Él me miró, y por un segundo pensé que podría entenderlo. Pero entonces, sus ojos se endurecieron de nuevo, y sus palabras fueron como un golpe final. —¿Orgullosos? —rió entre dientes, su tono cada vez más cortante—. Roxana, a nadie le importa cuánto dinero traigas si ni siquiera puedes estar aquí cuando te necesitamos. Tal vez, para ti, ser alguien significa estar allá afuera, haciendo tus cosas, y tal vez eso te funciona… Pero para nosotros, ser familia significa estar aquí. Y tú, Roxana, ya no eres parte de esta familia. Esas últimas palabras me dejaron sin aire. Sentí como si el suelo se desmoronara bajo mis pies, como si todo lo que había construido se desmoronara en ese instante. No podía hablar; apenas podía respirar. Jordan tomó un paso atrás y me dio una última mirada, con la misma frialdad con la que había comenzado la conversación. —Mañana, ya no estaremos aquí, así que no te preocupes. Ya no eres bienvenida, Roxana. Esta fue tu última oportunidad, y la perdiste. Se dio la vuelta y caminó hacia la casa, dejando la puerta entreabierta. Lo observé alejarse, cada uno de sus pasos resonando como un eco en mi pecho. No podía creerlo. No quería creerlo. Pero ahí estaba, en medio de la noche, sola, sin siquiera un abrazo, sin una palabra de consuelo. Me abracé a mí misma, tratando de contener el dolor.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD