Un par de semanas más tarde, Jean aprobó el examen de ingreso, teníamos que festejarlo. Le compré todos los materiales que iba a usar durante el primer semestre, luego fuimos por ropa, le encantaban los jeans, sus gustos eran sencillos, y me gustaba de esa forma.
Debía ser de madrugada cuando escuché el sonido de su voz murmurando al celular. Sin decirme nada, Jean se vistió rápidamente y se marchó. Desperté al sentir el portazo; me puse un abrigo encima, tenía que seguirle. A unas cuadras marqué su número.
―Date la vuelta. ―le dije, bajando la velocidad para ir a su paso. Jean lo hizo.
―¿Qué hacés? ―me miró sorprendido. Detuve el carro a unos centímetros de él.
―Sube. ―le ordené. Jean lo dudó, pero al ver que de otra forma tendría que aguardar el bus, subió. ― ¿A dónde vamos?
―Oye… solo no quería despertarte.
―No olvidés que contás conmigo, además, resulta mucho más fácil y práctico ir a dónde sea, en coche.
Su cara reflejaba una sombra de preocupación, algo realmente malo debía estar sucediendo.
―Mi vieja está en la comisaría...
Sus pequeños rostros volvieron a mi mente.
― ¿Pasó algo malo?
―Detuvieron al gordo por golpearla; los vecinos lo denunciaron, ahora mi vieja está con él.
Una hora y media más tarde ingresamos a la jefatura de policía de La Matanza.
Encontramos a su madre sentada en los pasillos, tenía el rostro cubierto de moretes, había sufrido una fuerte golpiza. Jean, nervioso, se adelantó. Hasta eso, yo había olvidado que ella me conocía como el técnico de Cablevisión.
Por suerte ella no se fijó en mí, tenía la mirada perdida, mientras Jean trataba hacerle hablar, pero no había forma.
―Mira lo que te hizo ese malnacido ―le dijo Jean, con un tono de impotencia, pero su madre no respondía, apenas lo miraba.
―¿Vos qué haces acá? ¿Quién cuida a las gemelas?
―No pienso moverme de acá hasta que me dejen verlo. ―dijo afligida.
―¿Para qué querés golpearlo querés verlo? ¿Para agradecerle por la golpiza? ―Jean pensaba solo en hacerle pagar a su padrastro.
―No entiendes nada… esos policías se creen dios, lo golpearon, ¡hicieron abuso de poder! ― se quejó afligida.
―Se lo merece, ¿con quién dejaste a las gemelas? ―el tono de Jean era de indignación por lo que le escuchaba decir.
―Se quedaron solas…
―¿Estás mal de la cabeza?
―No puedo dejarlo solo, él me necesita...
―Vamos a casa. ―la tomó del brazo en un intento por llevársela consigo, pero ella se hizo soltar, en ese momento ella se fijó en mí, parecía que me reconocía.
―¡Déjame! No pienso dejarlo, es mi culpa que esté acá... si no hubiera... ―su voz era entrecortada, iba a ponerse a llorar.
―Si no hubieras qué… ¿Gritado por dolor? ¡Estas mal! mamá, vamos a casa...
―Te dije que no me separaré de él jamás, todo es tu culpa.
―Claro, todo es mi culpa, ¿por existir? ¿Lo elegís a él y no a tus hijas? No me sorprende.
Su madre no respondió, su silencio lo afirmaba, aun así, Jean no se rendía.
―Mamá, vamos a casa, al fin te libras de ese tipo...
Ella se hizo soltar y entonces me miró a los ojos, se quedó mirándome, estaba claro que me había reconocido.
―¿Quién es este? ¿Te acuestas como él? Me parece que lo conozco de algún lado... ¿No es ese tipo que te usaba?
―No, no es él, vamos a casa...
―¡Vete! Déjame acá, te dije que no lo voy a abandonar, ¡No tiene a nadie más!
―Tus hijas cuentan con vos que sos su madre… ¿lo entendés?
―No pienso moverme de acá.
―Bien, si eso es lo que querés.
Muy a su pesar dejamos atrás la jefatura. Jean me indicaba la ruta, ignoraba que días antes me había hecho pasar por técnico y había entrado a su casa. La casa estaba completamente sucia, el televisor antiguo permanecía encendido, Jean con desesperación comenzó a buscar a sus pequeñas hermanas. Abrí la puerta que faltaba, se detuvo para ver lo que hacía; ahí, en medio de la angosta cama, estaban ellas, dormían. Jean se acercó y las nenas despertaron llorando.
―Ya llegué... todo está bien ―les decía para tranquilizarlas, desde luego no estaba nada bien; pero qué más se les podía decir. Jean se había olvidado de mi, y se fue con ellas a la cocina, allá no encontró nada de alimento para ellas.
―Vámonos de acá ―le dije, y enseguida recordó que estaba ahí, con él, no me había escuchado ―. En el departamento estarán mejor que acá.
Cuando comprendió mis palabras, me miró agradecido, y afirmó con la cabeza.
En el transcurso a la puerta de calle, había regado por todos lados docenas de facturas sin pagar alfombraban en piso de madera descuidado. Con el calor del verano, el olor a orines de gato, era insoportable y las cucarachas, eso sumado a que en toda la casa no había agua. Las niñas habían pasado hambre, al menos un día entero. Ninguno de sus vecinos se fijó en ellas. Jean tiró la puerta y las nenas rieron. Se llevaba consigo a las niñas y ellas se aferraban a él con toda su fuerza, era un cuadro muy emotivo.