―Che, no pareces técnico...
―Lo sé, lo sé, me han dicho que parezco más bien maestro de escuela, ¿qué le parece?
―Ahora que lo decís... pero bueno, pasa... hace tres días que ese aparato no funciona... y ando llamando a la empresa, mira que hasta ahora vinieron. Seguime, es por acá…
El tipo me dejó pasar sin dudar de mí, Jean tenía razón, era un imbécil, podría ser un ladrón y el gil me estaba daba pleno acceso a su casa. La madre de Jean se hizo a un lado y el gordo me condujo al living. Ese lugar tenía olor a orines de gato, ese olorcito lo conocía bien, por mis gatos que tuve en la infancia. Al fondo escuché el llanto a coro de unas pequeñas, la mamá de Jean se fue enseguida con ellas.
El tipo me señaló el modem, lo revisé, imitando a la perfección los movimientos del técnico, sabía lo que debía hacer, ya que por un tiempo iban reiteradas veces a casa por el mismo problema. Hay que decir que esos modem que hoy en día tienen son una porquería.
―Hay que cambiarle el modem. ―sentencié.
Una nena pequeña entró riendo, corría detrás de la otra. Ambas estaban sucias, se notaba que las tenían mal alimentadas.
―Pero ¡¿qué haces, loca?! ¡Te dije que no las dejaras salir! ―gritó enfurecido el tipo. La mama de Jean trataba de llevarlas afuera, pero ellas luchaban por soltarse.
―Sos pelotuda eh ―le dijo el tipo, luego me miró ― ¿Tengo que pagar por otro aparato?
―No, la empresa se encargará de reemplaza este. Cuando le visite mi compañero se llevará este y dejará otro idéntico. ¿Tiene otro problema?
―No ¿Cuándo vendrá?
―Mañana, a la misma hora. ―Le di un último vistazo a la casa de Jean, sentí pena por su familia.
Esa misma tarde, y sin contarle nada, a regañadientes lo llevé al hospital. El doctor le ordenó que reposara un par de días, nos fuimos a comer. Jean no se veía conforme del todo.
―Decime algo, ¿por qué te preocupás tanto? Haces mucho al dejarme quedar en tu depa, un día podés despertar y ver que está vacía, ¿solo así dejarás de confiar tanto en mí?
―Hasta el momento no me has dado motivos para dudar de vos… pero, tengo que decirte que me encariñado con vos, ¿eso está mal?
―Supongo que no.
―Entonces calla y come...
―Eso sonó a...
―¿A?
―Algo sexual...
―Ese será el postre.
Por la noche hicimos el amor siguiendo el Kama Sutra gay, cuidando siempre su pierna, luego nuestras clásicas pizzas. Era la hora de charlar.
―Hay una cosa que me hace ruido en la cabeza, ―confesé, mientras Jean se devoraba la última porción de la pizza con champiñones. Hizo un gesto para que continuara ―. Es acerca tu nombre... creo que no has sido del todo sincere conmigo.
―Yo nunca miento. ―afirmó con la boca llena, luego bebió cerveza.
―¿A sí? Entonces ¿me podés decir tu verdadero nombre?
―Lo sabes, es Jean ―volvió a beber la cerveza y continuó ―. Jeremy Andrade. ¿Ves? JE-AN. Abreviado.
Solté una risa.
―¿Qué? ¿Te parece gracioso mi nombre? Yo no me meto con tu nombre eh. ―entrecerró sus ojos, ofendido.
―No, dejalo, solo soy yo...
De a ratos parecía que volvía a recobrar una felicidad perdida, quería devolverle esa felicidad a toda costa.
―¿No pensaste en terminar tus estudios?
― ¿Vos pensás que abandoné la escuela? Para que sepas terminé el secundario y con diploma de mejor alumno.
―Eso es bueno ¿y no pensás que te viene bien estudiar algo, una carrera, tal vez?
―Eso no me va a dar dinero ahora mismo; al menos no por el momento, no lo creo, además si me pongo a pensar en los gastos… ya mismo no me los puedo costear.
―¿Y si te ayudo con esos gastos?
Jean dejó de jugar con el encendedor de plata y me miró.
―Estás loco... ¿además de dejarme dormir acá y de alimentarme? ¿Por qué lo harías?
―¿No te lo dije ya? Me encariñe con vos...
Jean parecía confundido, se quedó meditando un buen rato, no se lo creía, mejor dicho, no se lo quería creer, pero yo deseaba tanto brindarle todo lo que estaba en mis manos, si tan sólo me dejara hacerlo.
―Sólo para que quede claro… que si vos aún querés ayudarme costeando mis gastos, cosa que me hace dudar de tu cordura, te lo voy agradecer por siempre, pero no pensés que por eso voy a sentirme en deuda con vos. Soy libre y hago lo que se me da la gana.
―Me parece bien, solo busco ayudarte...
―Enserio que estás loco.
Me acerqué hecho un seductor y lo rodeé con mis brazos.
―¿Querés que te demuestre lo loco que estoy... por vos?
―Suena interesante...
Un fin de semana trajo lápices de carbón y varias hojas.
―Quedate quieto, no tardo. ―se acomodó frente a las hojas y en pocos minutos hizo un boceto impresionante de mí.
―Son bueno. ―le dije al verme reflejado en el papel. No era que yo supiera demasiado de arte, pero era innegable que tenía estudios, que tenía el don del arte.
―¿Lo creés? Hace meses que no dibujo, lo dejé al salirme de casa. Ya sabés, olvidé llevarme mis lápices y herramientas, cuando volví por mis cosas, el desgraciado hijo de remil… los había echado a la basura. Estaba furioso, eran caros. Pero yo sé que al idiota no le gustó verme de regreso, como es un cobarde, se marchó ofendido, y mi vieja, muy amorosa ella, se puso a rogarle, como si fuera una monedita de oro.
Jean estaba indignado.
Después de que averiguara en varios institutos, le sugerí que se inscribiera en la facultad de arte, y lo hizo.
―Nada más falta que apruebe el examen.