Linda luego de escuchar a Luciano decir que esos platos eran idénticos a los de Altamirano Gourmet, se dejó llenar con la idea fija de que alguien en la mansión o en el restaurante estaba traicionando a su padre. La sospecha se le anidaba en el alma como un puñal helado, haciendo que cada paso retumbara con el eco de una traición inminente. Luciano la notó inquieta, y en el auto de regreso quiso calmarla, pero también se sintió culpable. La culpa se reflejaba en el temblor de sus manos y en el silencio cargado de suspiros, como si cada latido le recordara un error imperdonable. Ignoraba si los sucesos se relacionaban con Rebeca, o con otra persona. El laberinto se enredaba más, y Linda solo sabía que el peligro se cernía sobre su familia, como una sombra oscura que amenazaba con devorar

