No muy lejos, en una cabaña convertida en su refugio nocturno, Estela contemplaba la escena del jardín, fumando un cigarro en penumbra. Su teléfono vibraba de vez en cuando con notificaciones intrascendentes, pero ella se negaba a distraerse de la vista. Desde allí, veía cómo Linda y Luciano compartían un momento bajo la luna, conversando demasiado cerca, mientras la luz plateada revelaba cada gesto íntimo y cada suspiro compartido. ―Linda… linda… si supieras la bestia en que lo he convertido ―se dijo, lanzando una voluta de humo al aire, su voz cargada de una perversión que contrastaba con la inocencia aparente del entorno. Mantuvo la mirada fija en ellos. En su mente se dibujaba la imagen de Luciano al mando la noche anterior, reclamándola con rudeza, llevándola a un orgasmo delirante

