Ya avanzada la noche, Luciano se debatió entre llamar o no a Linda, sabiendo que su credibilidad pendía de un hilo. Al final, se atrevió, marcando su número con el pulso acelerado. Sonó varias veces hasta que ella contestó, con voz cansada pero firme. —Linda, por favor, escúchame… —Sí, dime. ¿Qué quieres? —respondió ella, sin agresividad, pero con un matiz de frialdad que le dolió. Él respiró hondo. —Tengo pruebas de que alguien entró en mi casa sin mi permiso. La cerradura no fue forzada, así que debió usar una llave. Solo hay dos personas que la tienen: tú y tus padres. Un silencio gélido gobernó la línea. Linda se sintió mareada al unir cabos. ¿Acaso su familia habría sido capaz de semejante juego? Pero, ¿por qué hacerlo? —No sé qué pretendes que haga con esa teoría —respondió al

