—¿Crees que no sé lo de tu asistente? —siseó Rebeca—. ¿Las noches que llegabas tarde por "reuniones"? ¡No tocas esta cama desde hace dos años, Remigio! ¡Desde que te descubrí con ella! —¡Y tú también has sido una ramera! —gritó él, con una furia ciega. Luego, el sonido inconfundible y brutal del cristal estrellándose contra la pared retumbó por toda la casa. Linda dio un brinco. El impacto sonoro fue tan intenso que le pareció sentir los fragmentos cayendo sobre su piel. Apretó los dientes, con el pecho ardiendo. —¡Sí! ¡He estado con hombres! —continuó Rebeca, sin pudor, sin filtro—. ¡Hombres que saben cómo tocarme, cómo hacerme sentir viva! ¡No como tú, que solo buscabas mujeres baratas mientras yo fingía que tenía un matrimonio! El silencio que siguió fue espeluznante. Y entonces vin

