Y esa hipocresía ardía. Porque en el fondo sabía que él también había caído. Pero no era lo mismo. Al menos eso se decía. Linda, convencida de hallar un respiro, había sido usada como peón por Tomás y Rebeca. Y ahora la tormenta era inevitable. El silencio de la madrugada, tan profundo y engañoso, escondía la inminencia del desastre. Los enfrentamientos estallarían. La manipulación tomaría forma. Y los cimientos de Altamirano Gourmet volverían a temblar. Rebeca, satisfecha, acariciaba su teléfono como si fuera un talismán oscuro. Esa foto, esa imagen capturada en el momento justo, era su mejor arma. Su carta más letal. Y sabía exactamente cuándo jugarla. Luciano, extraviado, deambulaba por las calles de Mérida con la mirada perdida, sin sospechar que su sufrimiento aún no había tocado

