El silencio de la tarde caía sobre la mansión con un peso extraño, casi denso, como si el aire estuviese cargado de un presentimiento inminente. Los rayos anaranjados del atardecer se filtraban a través de las ventanas, extendiendo sombras alargadas que parecían murmurar secretos olvidados en cada rincón. El personal de servicio se había marchado para su descanso habitual y, de manera nada casual, solo quedaban en la casa Rebeca y Luciano esa tarde, luego de aquel momento tenso la noche anterior parecía que nada sería igual nuevamente.
Luciano estaba en la cocina, repasando mentalmente la logística de su inminente partida hacia Altamirano Gourmet. La noticia del regreso de Don José lo tenía en un estado de contradicción: por un lado, anhelaba ese crecimiento profesional, pero por otro, de
