En medio del constante movimiento matutino de la ciudad, dos figuras destacaban con claridad.
Rebeca Villamizar y Remigio Altamirano cruzaban la plaza a paso firme.
Ella lucía un conjunto de falda y blazer en color azul marino, ajustado y sumamente elegante, que complementaba con tacones altos y gafas de sol que cubrían buena parte de su rostro.
Remigio, en contraste, llevaba un traje gris sin corbata, la camisa abierta en el primer botón, intentando transmitir un aire más relajado y cercano. Era como si él quisiera mostrarse accesible para los ciudadanos de Mérida, mientras que Rebeca, por el contrario, se alzaba por encima del gentío con una actitud de suprema superioridad.
Acababan de salir de una reunión breve en la sede principal de Altamirano Gourmet, el imperio gastronómico que Remigio fundó años atrás y que tanto prestigio le había dado a su familia. El hombre deseaba estirar un poco las piernas y disfrutar del aire fresco, aunque Rebeca hubiese preferido volver directamente a la Mansión Altamirano, donde tenía asuntos pendientes. Sin embargo, en público, procuraba mantener una máscara de armonía con su esposo, sin dejar entrever su impaciencia.
—¿Estás seguro de que no deberíamos regresar de inmediato? —preguntó Rebeca, con el ceño apenas fruncido. Se retiró brevemente las gafas para observarlo mejor.
—No hay apuro, querida —replicó Remigio, forzando una sonrisa—. Además, es bueno que la gente nos vea. Necesitamos que sepan que seguimos siendo una familia unida, que estamos aquí para la ciudad. Y, claro, para nuestros clientes.
Las últimas palabras iban cargadas de un subtexto claro: la preocupación creciente por la competencia que había surgido en las últimas semanas. Selecto Paladar, un nuevo restaurante que, aparentemente, contaba con inversores poderosos y se estaba llevando a varios de los clientes más exclusivos de Mérida. Remigio estaba decidido a proteger su legado, aunque Rebeca, internamente, se preguntaba si la reciente baja en las ventas no sería el principio del fin para Altamirano Gourmet.
—La ciudad sabrá lo que deba saber —contestó ella con frialdad—. Además, pronto volverá Linda, ¿no es así?
—Sí —respondió él, y sus ojos se iluminaron un poco—. Espero que su energía, sus estudios en gastronomía internacional y sus ideas modernas refresquen nuestra empresa. Ella siempre tuvo un don para esto, ¿sabes?
Rebeca apretó los labios, ocultando su fastidio tras una sonrisa forzada. Linda. Ese nombre que tanto la incomodaba, que tanto le recordaba que, al final del camino, la heredera de todo era esa muchacha, no ella. Aun así, no podía dejar que su enojo la traicionara en público.
—Oh, sí, Linda —pronunció con una suavidad calculada—. Será interesante verla de nuevo. Estoy segura de que tendrá… muchas propuestas.
—Así es. Será como una bocanada de aire fresco —afirmó Remigio, casi con orgullo paternal.
Cerca de allí, Luciano Montenegro, el joven chef que, unos días atrás, había tenido un encontronazo con Rebeca, se sentaba en una de las bancas de la plaza. Lucía la chaqueta blanca desabotonada y sostenía en su mano derecha un cigarro que se consumía lentamente. Sus ojos castaños se posaban con indiferencia sobre la gente que pasaba. También necesitaba un respiro después de la tensa jornada de la mañana en el restaurante.
Aunque podía escuchar parte de la conversación de los Altamirano, no estaba particularmente interesado en los planes de la familia. Le bastaba con ver la forma altiva de Rebeca y el gesto amable, casi paternal, de Remigio para recordar por qué sentía tanta tensión trabajando allí. Suspiró con cierto hastío. Aun así, una leve curiosidad se colaba en su mente cada vez que escuchaba el nombre de Linda. ¿Quién era esa persona que supuestamente podría traer la renovación a Altamirano Gourmet?
—Qué suerte tiene, ¿no? —murmuró para sí, sin esperar respuesta. Era la hija del jefe y, aun sin conocerla, suponía que contaba con todos los privilegios posibles.
"Ojalá yo hubiera nacido en una familia que me diera la oportunidad de abrir un restaurante. Pero…", se dijo, "al menos estoy aquí, en el centro de la alta cocina de Mérida. Y no pienso rendirme".
Aún saboreaba esa idea cuando una interrupción desvió la atención de todos en la plaza.
Un potente auto deportivo se estacionó frente a Selecto Paladar, el restaurante rival situado a un costado de la plaza. El rugido del motor llamó la atención de varios curiosos. El coche, de color rojo brillante, parecía gritar lujo y ostentación. Del vehículo descendió Ricardo Salinas, el gerente de Selecto Paladar, cuyas facciones reflejaban la seguridad de quien se sabe ganador. Vestía un traje gris ajustado, sin corbata, y lucía el cabello perfectamente peinado, dejando ver sutiles reflejos que denotaban un cuidadoso arreglo personal.
Rebeca y Remigio se detuvieron al verlo aproximarse. Luciano, desde su banca, alzó la mirada para contemplar el inesperado encuentro. El ambiente se cargó rápidamente de tensión.
—Don Remigio —dijo Ricardo, sonriendo con fingida cortesía—. Un placer verlo. Y a usted también, señora Villamizar. ¿Paseando por la plaza o… planeando algo nuevo para Altamirano Gourmet?
Su tono tenía un matiz burlón, un filo que no pasaba desapercibido. Remigio notó cómo la sonrisa de Ricardo era demasiado perfecta, demasiado ensayada.
—El gusto es mío, Ricardo —respondió Remigio, sin corresponder la sonrisa—. Solo estamos tomando un pequeño descanso después de una reunión. ¿Y tú? ¿Has estado muy ocupado por aquí?
—Oh, ya sabes —Ricardo se encogió de hombros—, las cosas están yendo muy bien para Selecto Paladar. De hecho, me sorprende no verte más seguido por aquí. Tengo entendido que algunos de tus antiguos clientes… se han aventurado a probar nuestras propuestas.
Remigio sintió cómo la sangre se le encendía. No podía soportar la insolencia de ese hombre.
Rebeca dio un paso adelante, sin perder ni un ápice de su elegancia, y señaló el lujoso auto deportivo con la barbilla.
—Disfruta de tus lujos, Ricardo —dijo con voz suave pero contundente—. Puedes engañar a unos cuantos, con tus campañas publicitarias y tus autos costosos, pero la fidelidad de un buen cliente se gana con tradición y excelencia, no con apariencias.
La sonrisa de Ricardo se mantuvo intacta, pero en sus ojos se vio un destello de desafío.
—Estoy totalmente de acuerdo con usted, señora Villamizar. La fidelidad de un cliente es valiosa… hasta que encuentra algo mejor.
Lanzó una mirada cómplice a un grupo de personas que, en ese mismo instante, ingresaban a Selecto Paladar con evidente entusiasmo. Algunos eran personalidades de la ciudad, comerciantes y empresarios conocidos que solían frecuentar Altamirano Gourmet en el pasado.
Remigio sintió un tirón en el pecho al reconocer a una de esas figuras. Era el director de un banco local que, hasta hacía poco, organizaba reuniones y almuerzos exclusivos en su restaurante. Verlo entrar a la competencia fue un golpe directo a su orgullo profesional.
—Vamos, Rebeca —murmuró Remigio en un tono bajo—. No perdamos más tiempo con esto.
—Sí, vámonos —añadió ella, con la barbilla en alto, dedicando a Ricardo una última mirada un poco extraña.
Ricardo no se movió de su sitio, con las manos dentro de los bolsillos de su pantalón, contemplándolos retirarse. Mientras tanto, Luciano presenció la escena desde lejos, sintiendo cierta molestia por la actitud engreída del gerente rival. Sin embargo, su propio resentimiento contra Rebeca lo hacía dudar de dónde posicionarse en esta competencia feroz.