CAPÍTULO 2

1546 Words
—Bien, devuélvanse todas a sus lugares —pedí al montón de chicas que, desde hacía casi veinte minutos, habían estado charlando con sus compañeras de clases “organizándose” para su siguiente actividad—. ¿Voluntarias para presentarse? ¿O las elijo yo? —¡Nosotras primero! —dijo una de mis tantas alumnas en esas prácticas que estaba dando en la escuela secundaria para señoritas de mi ciudad. Asentí y cuatro chicas se pusieron de pie, cargando con ellas carteles y cartulinas que habían estado realizando desde casi media hora atrás. Las chicas se desenvolvían fácilmente frente a las otras chicas, y al verlas en una actitud tan llena de confianza no pude evitar comparar a Amanda con estas jovencitas pues, prácticamente eran de la edad, físicamente eran muy parecidas, pero en la parte actitudinal Amanda dejaba mucho qué desear. Me pregunté qué era lo que estas chicas tenían y que a ella le había faltado; y no, no me refiero solo al hecho de no tener padres, pues una de mis alumnas, la más extrovertida, alegre y servicial de todas, era adoptada, y nunca le había visto esconder el rostro frente a otros como muy seguido lo hacía Amanda. » ¿Qué te hace falta? —cuestioné en voz alta, sin darme cuenta de que lo había hecho. —Un diez en su lista —respondió la jefa del equipo que recién se había presentado y al que, por pensar en la nueva integrante de mi familia, en realidad no había puesto mucha atención. Chasqueé la lengua. —¿Si crees que te mereces un diez? —cuestioné y ella abrió la boca enorme, igual que sus compañeras de equipo—. Te doy un ocho, tómalo o déjalo. —¡¿Ocho?! —cuestionó alarmada, y desenfundó un alegato que me hizo reír, pues enumeró todas y cada una de las actividades que realizaron para completar esa exposición y que les quedara, como describió ella misma, increíble. Las chicas que no eran parte del equipo reían conmigo. A decir verdad, tenía muy buena relación con todas ellas, así que parte de nuestra dinámica escolar era sentirnos cómodos con los otros. —A ver, ¿qué creen que se merecen ellas de nota y por qué? —cuestioné, invitando a sus compañeras de clases a evaluar el desempeño de sus compañeras y, así iniciamos una nueva forma de evaluación en la que participaron todas. Comencé a preguntar una a una, y al final promediamos todas las notas, resultando en poco más de nueve para ellas. Eso fue bueno para todos pues la argumentación de la nota que daban les servía de retroalimentación a todas y me salvaban de no haber puesto atención. ** —Te dije que dejaras de inventarte cosas, Elías de la Torre —me reprendió Fabiola, la compañera maestra a quien le debía poder hacer las prácticas en ese lugar; y una gran amiga también —¿Ya te contaron? —cuestioné divertido por su expresión. Ella decía que me había recomendado porque creía que merecía una oportunidad, pero que si se hubiera enterado que en el transcurso de la carrera había ganado tanto ingenio se lo hubiera pensado un poco. Yo había sido su estudiante cuando ella inició a dar clases en la secundaria a la que yo asistía, entonces ella era una recién graduada, y yo era un adolescente serio y casi taciturno pero muy diligente e inteligente. Nos habíamos encontrado cuando fui al colegio a solicitar me permitieran hacer mis prácticas profesionales y, gracias a sus referencias, me habían dado el puesto. —Si me contaron —dijo la pelirroja de ojos oscuros—, y quieren que implementemos tu sistema también en mis clases. —Es un buen sistema —aseguré conforme con los resultados obtenidos en esa improvisada técnica—, como deben argumentar la nota que dan, hacen retroalimentación al equipo. —Puede ser —inquirió Fabiola—, pero está un poco peligroso. ¿Te imaginas lo que va a pasar cuando les toque calificar a alguien que les cae mal? ¿O en la revancha? Estás tratando con adolescentes, Elías, así que no te confíes mucho. Esa era la voz de la experiencia, aunque no la recordaba equivocándose al trabajar con adolescentes, era definitivo que sabía mucho más de ello que yo, pues ella tenía diez años en la docencia y era mi primer año a penas. —Lo tendré en cuenta —aseguré esperando que las cosas no se salieran de mis manos, pues controlar un grupo de adolescentes peleando no era algo en lo que quisiera ganar experiencia. —¿Cómo está tu mamá? —preguntó Fabiola, interesada en la salud de mi madre, que era un tema que nos había estremecido a ambos durante un par de meses luego de que nos enteráramos de su cáncer intestinal. —Bien —respondí seguro de que era así—, las quimios no fueron tan mal, y parece que comienzan a dar buenos resultados. —Me da mucho gusto —dijo la maestra amiga de mi madre—, y cuídala mucho, a veces la depresión es más fatal que el mismo cáncer. Asentí, eso era algo que sabia buen. Pero mi madre era una mujer fuerte, llena de planes y propósitos, además de tener una gran fuerza de voluntad que la empujaba a seguir. —Está bien —aseguré a mi compañera—, ella está tan metida con la vida que ya tiene una nueva hija. —¿Qué? —cuestionó la pelirroja apartando al fin los ojos de los reportes que leía y poniéndolos sobre mí. —Llevó una chica a casa, se llama Amanda Lujan y tiene diecisiete años. Sus padres eran parientes de mi padre, pero algo lejanos, y los perdió muy joven, así que ha estado rodando entre familiares. Acaba de llegar a nosotros. —¿Y eso? —cuestionó Fabiola, que relajaba su postura y se sentaba un poco más cómoda. —Pues creo que era algo problemática, pero se la va a quitar, la adolescencia ya se le está pasando y se topó con Lorena, así que seguro entra pronto en cintura. Fabiola sonrió, ella conocía bastante bien a mi madre, así que entendió mis palabras. —¿Y qué se siente tener una hermana menor? —cuestionó la maestra de ética y valores de ese colegio en que yo daba español y computación, intentando burlarse de mí. —Ni me preguntes, la pobre hace corajes cada que abro la boca. —No logro entender en qué momento cambió mi lindo y tímido estudiante por esto que eres ahora. Sonreí. Esa queja era recurrente en la mujer, que no es que le disgustara mi forma de ser, es solo que la sorprendía bastante seguido. La respuesta no era fácil de dar, porque me había costado mucho trabajo ser el joven alegre y simpático que era ahora, y aún a veces me avergonzaba de hasta donde podía llegar con mis bromas y metidas de pata no intencionales. Mi madre tenía mucho que ver, cuando adolescente no me había llevado del todo bien con ella, pero cuando las hormonas se calmaron y, al irme convirtiendo en adulto, terminé siendo tan imprudente como lo era ella, aunque más relajado. —La gente cambia con el paso del tiempo —dije haciendo lo mismo que ella, revisando tareas antes de irme a casa a disfrutar mi tiempo sin ser maestro—, y han pasado ocho años de que me conociste. —Yo esperaba que fueras un maestro todo respetuoso y exigente como aparentabas el día que viniste a la entrevista —dijo y me reí a carcajadas—, pero en el primer día de clases, de mezclilla, tenis y esa playerita que no era de tu talla me sorprendiste en serio. —Siempre escuché que la primera impresión era importante. —Sí, pero no por eso hay que disfrazarse de otra persona. Ambos sonreímos. Era cierto que el día de la entrevista parecía otra persona, pero eso había sido resultado de mi nerviosismo mal controlado; luego de obtener el puesto me pude relajar y ser yo mismo, uno nada parecido a quien aparenté ser aquel primer encuentro con la institución. » Dejaste ver muy pronto tu naturaleza —explicó Fabiola—, y ahora la directora se la pasa quejándose de que te ayudé a entrar y viniste a enamorar a todas las adolescentes que atendemos. Volví a reír a carcajadas. Ese era un dicho que escuchaba seguir en mi cara y a mis espaldas. Pero no había de qué preocuparse, aunque yo no era muy viejo, no me atraían las niñas, así que a todo lo que ellas decían, que jamás respondía cuando se trataba de “ligar”, no le daba importancia. » Solo pórtate más serio —pidió comenzando a levantar sus cosas, pues ya había terminado con su labor del día—, de pronto tus locas ideas no son tan malas ni tan peligrosas. La mujer me sonrió, y le sonreí de vuelta despidiéndome de ella, dándome prisa a terminar lo que hacía para también poder irme a descansar a mi casa por todo el fin de semana. 
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD