Amanda pataleó en la cama, con armonía y el mismo ritmo en que se quejaba. Estaba molesta, irritada, ya que tenía noches sin dormir y, a pesar de que yo tampoco había dormido, porque ella no me dejaba hacerlo. Yo había prometido en un altar estar con ella en las buenas y en las malas, pero estas malas me estaban costando muchísimo. Yo estaba agotado por no poder dormir, y también estaba cansado de sus quejas sin sentido, para mí. Tenía sueño, lo sabía yo y lo sabía ella, pero no se dormía a pesar de ello. Hubo momentos en que, parecía que estaba a punto de caer y entonces volvía a patalear y a quejarse hasta casi llorar. Decía que no podía acomodarse a gusto, que le hormigueaban las piernas y que, en ciertas posiciones, ni siquiera podía respirar bien. Ella estaba de mal humor, y mi

