Capítulo 2

1011 Words
Natasha Mis tíos irrumpen en la mesa de los monstruos con sonrisas despreocupadas, como si compartir espacio con lobos hambrientos fuera lo más cotidiano del mundo. Los cuatro hombres, enormes y sombríos, se levantan con una familiaridad casi fraternal para saludarlos. El contraste entre sus manos tatuadas y los gestos amables me revuelve el estómago. Uno de ellos me observa. Fijo y completamente frío. Sus ojos azules no parpadean, no sonríe y no se molesta en disimular que me está analizando como quien elige su siguiente presa. Hay algo en él, en esa quietud extraña, en esa forma cruel de mirar sin pedir permiso, que me congela la piel. Si no fuera por la intensidad perturbadora de su mirada, lo habría ignorado sin pensarlo. Pero no. No podía. Ese hombre tenía algo peligroso e innegablemente, magnético. Inquieta, me giro en silencio, huyendo con pasos medidos hacia la cocina. Jay, el cocinero, me sirve de escudo. Le entrego los pedidos con una voz que pretende ser firme, aunque por dentro esté deseando encerrarme en la cámara frigorífica y desaparecer por horas. Mientras espero, empiezo a divagar. Un mecanismo de defensa después de perder la memoria. Tengo pensamientos irreverentes, prejuiciosos e incluso ridículos. Cualquier cosa para no pensar en lo que esos tipos podrían ser. Mi mente, adicta a las historias criminales, empieza a trazar hipótesis perfectas. Traficantes, asesinos y psicópatas disfrazados de caballeros urbanos. Porque si algo me enseñaron los documentales de Investigation Discovery, es que el diablo rara vez lleva cuernos. A veces viste camisetas ajustadas, sonríe con cortesía y te mata cuando bajas la guardia. Y entonces, como si invocar el caos atrajera su mano, la voz de mi tía Suzette, me llama. —Natasha, ma chérie, ven. Quiero presentarte a unos amigos. Genial. Directo al matadero. —Perfecto, llévame con las ratas, querida Suzette —murmuro, sin importarme que ella note mi actitud. ¿Amigos? ¿En qué mundo retorcido se hacen amigos con hombres que podrían desmembrar cuerpos y aún tener tiempo para un espresso? Respiro hondo y trato de domar el temblor en mis piernas. No puedo negarme sin parecer descortés, o sin levantar sospechas. A veces la supervivencia también implica saber fingir. Cuando llego, Suzette me presenta con una sonrisa que ignora deliberadamente mi incomodidad. —Sebastian, Dylan, Logan y Nathan —enumera con aire de anfitriona—. Les presento à ma nièce bien-aimée, Natasha. Mi amada sobrina. Maravilloso. Ya me marcó como algo valioso frente a cuatro tipos que claramente saben cómo apretar gargantas sin dejar rastro. Uno a uno, me ofrecen su mano, y yo, contra todo instinto, las tomo. Manos firmes, calientes y con esa textura de los hombres que no le temen a la violencia. Me invade un escalofrío, pero no retrocedo. —Eres hermosa. No te había visto antes. ¿Eres nueva aquí? —pregunta el más moreno, con una sonrisa que me recuerda a los depredadores bien alimentados. Supongo que ese es Sebastian. Parece salido de una película de cárceles y testosterona. —No, no soy nueva. Solo vengo a cuidar de mi familia cuando puedo —respondo, manteniendo una serenidad prestada. No quiero sonar nerviosa ni quiero mostrar debilidad. Pero entonces, Émile, mi tío, entra en escena. Como si la situación no fuera lo suficientemente tensa, lanza una broma con doble filo. —Vamos, Sebas, deberías enfermarte más seguido. Natasha es la mejor doctora de la ciudad. Te curaría en un abrir y cerrar de ojos. Las risas retumban como cuchillas en mi espalda. Quiero desaparecer, pero no puedo. Me quedo... me obligo a quedarme. —Oh... —murmuran los cuatro, casi al unísono. —Aparte de hermosa, salvas vidas. Eres impresionante —añade el castaño, de sonrisa provocadora. Es Dylan. Confirmado cuando me guiña el ojo como si fuéramos cómplices en algún juego que desconozco. No lo somos. Mis ojos se deslizan hacia Nathan. El de mirada glacial. Él no ríe y no habla. Pero hay algo en la tensión de su mandíbula que revela desagrado ante el coqueteo ajeno. Su incomodidad es tan visible como inquietante. Como si le perteneciera. Como si el simple atrevimiento de su amigo fuera una transgresión imperdonable. —Chicos, basta —interviene otro con la voz más grave y el cuerpo cubierto de tinta—. ¿No ven que la estás incomodando con tus estupideces? Me lanza una mirada más amable. Logan. Lo anoto mentalmente. Quizá el único que no me pone los pelos de punta. —Un gusto, Natasha —dice, y esta vez, mi sonrisa es genuina. Breve, pero sincera. —¿Y ustedes a qué se dedican? —pregunto, mirando a los cuatro como quien enfrenta a un jurado de culpables. Los cuatro vacilan. Maldita sea. ¿Por qué hacen eso? Por unos segundos, nadie responde. Tres de ellos me observan, con expresiones neutras que no disimulan la cautela. Pero es Nathan, el hielo, el lobo Alfa, quien toma la palabra. —Trabajamos aquí y allá. Nunca por mucho tiempo en un mismo sitio, pero cada vez que pasamos por aquí, es un deber venir a ver a los señores Moreli —su voz es serena y casi melancólica. Pero hay una advertencia en ella. Una línea invisible que me dice que no me atreva a preguntar más. Y lo entiendo, porque su mirada me lo deja claro. Si cruzo esa línea, no habrá segundas oportunidades. Asiento, conteniendo la mueca de frustración. Ya hablaré con mis tíos. Ellos me lo dirán, tarde o temprano, pero lo harán. La voz de Jay, llamándome desde la cocina, me salva. Excusa perfecta. Camino hacia la cocina con la prisa medida de quien huye sin parecer cobarde. —Un placer conocerlos, chicos. Espero verlos pronto —miento, pero sonrío. A veces el disfraz de la cortesía es el mejor escudo. Cuando estoy lo suficientemente lejos, solo pienso una cosa. Espero no volverlos a ver jamás. Aunque, en el fondo más oscuro de mi ser, algo me dice que no he terminado con ellos. Y que, especialmente con Nathan, esto apenas comienza.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD