Capítulo 4

1321 Words
Mientras Pavel la besaba con furia, sus manos no se quedaron quietas. Recorrieron su cuello con una caricia que ardía, luego se deslizaron hacia sus senos, donde la tela ya no servía como escudo. Acarició con descaro, envió una mezcla de presión y cosquilleos que le cortaron la respiración. Sus dedos tiraron suavemente de la tela y, cuando notó la reacción de sus pezones endureciéndose bajo sus manos, Pavel sonrió. Su mano se deslizó hacia su cintura, luego bajó sin pudor hasta su trasero, empujándola contra él, marcando territorio, forzando cercanía. Eso fue suficiente. Alessia rompió el beso con furia, empujándolo con todas sus fuerzas. Sus labios estaban hinchados, su respiración agitada. Lo miró con rabia contenida, pero también con una chispa que él no logró descifrar. Pavel se relamió los labios y sonrió con descaro, frotando con un dedo el labio inferior de ella. —Estás sin aliento —murmuró con burla—. Como si fuera tu primer beso. Alessia apretó los puños. Estaba furiosa… y confundida. Su cuerpo reaccionaba como el de una virgen inexperta, y odiaba que él lo notara. No puede saber la verdad… Nadie debía saber que su padre la había mantenido virgen, desde que se firmó aquel acuerdo maldito hace quince años. Todo por él. Por Pavel. Pero no. No le daría ese poder. No le daría esa satisfacción. Él no debía saber que ella había sido reservada como una reliquia. Una virgen atada al destino de una familia mafiosa. Ella lo miró con desprecio, mientras una tormenta de ideas se cocinaba en su mente. Lo haría pagar. Con cada fibra de su ser. Pavel se inclinó otra vez, con una sonrisa aún más maliciosa. —Ah... ese lápiz labial con sabor a fresa —susurró cerca de su oído—. Deberías usarlo siempre que estés cerca de mí. Nunca se sabe cuándo volveré a tener ganas de probarlo de nuevo… —Bastardo. —Alessia apretó la mandíbula y, sin pensarlo, lanzó una patada directa entre sus piernas. Pero él fue más rápido. Le atrapó la pierna en el aire, con una facilidad que la enfureció aún más. —Oh, mi adorable esposa gángster… deberías comportarte como una dama a mi alrededor —dijo, girándola hasta que quedó inmovilizada—. Si no lo haces, podrías enfrentarte a consecuencias como esta… o incluso peores. La frase quedó flotando como una amenaza envuelta en terciopelo. Alessia quiso escupirle en la cara, gritarle que no era suya, que jamás lo sería. Pero en vez de eso… sonrió. Una sonrisa dulce, angelical. Una sonrisa que era puro veneno disfrazado de encanto. Pavel alzó una ceja, sorprendido. —Te ves hermosa mientras sonríes —dijo, correspondiendo con otra sonrisa, aunque sus ojos aún brillaban con peligro—. Oh, me olvidaba de decirte —añadió, pasándose una mano por la frente como si estuviera agotado—. Mañana iremos a elegir tu vestido de novia. —Me encantaría ir contigo —respondió Alessia con voz melosa, radiante, como si esperara con ilusión el gran día—. No puedo esperar a mañana. Porque mañana haré que pagues lo que has hecho. Y yo seré la que te observe arder lentamente —pensó mientras lo miraba alejarse. Pavel agitó una mano en despedida y desapareció tras la entrada de la mansión. Pero su sonrisa... No era una sonrisa cualquiera. Él lo sabía. Definitivamente, algo se cocinaba en su mente. … Alessia no dejaba de sonreír mientras aplicaba hielo sobre el enrojecido rastro en sus senos. El ardor la mantenía enfocada. Cada vez que el frío le tocaba la piel, su mente se aclaraba más. —Oh, pobre marido... —murmuró con sorna—. Mañana vas a descubrir con quién te estás metiendo. Solo espera y mira, Sr. Ojos Azules. El apodo le salía natural. Pavel era muchas cosas: arrogante, controlador, seductor… pero también fuerte. Muy fuerte. Había aguantado todo lo que le lanzó sin pestañear. Sin una queja. Ni un insulto. Ni una maldita señal de debilidad. Eso, irónicamente, había logrado impresionarla. Pero también alimentaba más su deseo de romperlo desde dentro. —No importa qué tan bien actúe… —se dijo a sí misma, apretando el hielo contra la piel—. Aún tengo que vengarme. Porque su padre jamás la crió para ser un adorno. No. La moldeó como a un arma. Fue entrenada por criminales de élite, hombres que no pestañeaban al disparar ni temblaban al torturar. Desde que tenía uso de razón, Alessia supo que no podía darse el lujo de amar, llorar ni fallar. Su destino era claro: ser la mujer más peligrosa en la habitación. Y ahora, ese bastardo de ojos azules pretendía controlarla. Reclamarla como si fuera una muñeca frágil. —Pues le demostraré —dijo, mirando su reflejo con una sonrisa torcida—. que soy un grano en el culo. Y uno que arde. Del otro lado de la ciudad, Pavel también tenía pensamientos cruzando su mente a velocidad criminal. Estaba recostado en su cama, con una copa de whisky en la mano y una sonrisa apenas dibujada. Pensaba en ella. —Quiero una esposa encantadora… —murmuró, entre dientes—. Una dama sofisticada, como mi madre. Kat. Eva. Una mujer que sepa moverse en fiestas benéficas, que hable con gracia y sonría en público como una reina silenciosa. Pero entonces recordaba aquella escena en el jardín. Su puntería fue perfecta. El camarero no tuvo ni tiempo de parpadear antes de que la bala aterrizara entre el espacio de sus ojos. —Una gánster… —dijo con una mezcla de fastidio y deseo—. Jamás imaginé que mi futura esposa fuera así. Pero aún así, la quería. La quería toda para él. La iba a moldear, poco a poco, y le quitaría esa vara de orgullo que llevaba en la espalda. —Ella es mía —declaró en voz baja, acariciando la copa con los dedos—. Toda mía. A la mañana siguiente, Pavel esperaba frente a la mansión Bianchi en su BMW n***o, impaciente. Miraba el reloj con fastidio mientras pasaban los minutos. Eran las 10:15 cuando finalmente la vio aparecer. Y su paciencia explotó. Alessia descendía los escalones como si estuviera desfilando en una pasarela mortal. Llevaba un vestido azul tan corto que apenas cubría la curva de sus muslos. El escote era profundo, descarado, y la espalda completamente descubierta. Su cabello ondeaba libre, seductor. Caminaba como si no le importara el mundo. Como si quisiera incendiarlo. Pavel notó de inmediato que todos los guardias la estaban mirando. Algunos con la boca entreabierta. Otros con los ojos fijos en su figura. Se le encendió la sangre. Salió del auto como una tormenta y rugió: —¡Quien vuelva a mirar hacia arriba, perderá ambos ojos! Los hombres bajaron la cabeza de inmediato, como si sus vidas dependieran de ello. Y, de hecho, lo hacían. Alessia, con la satisfacción pintada en el rostro, caminó hasta el coche sin decir palabra y se sentó en el asiento delantero, cruzando las piernas con elegancia y una sonrisa venenosa. Pavel cerró la puerta con fuerza y volvió al volante. No dijo nada al principio. Solo la miró. Ella le sonrió. —¿Te gusta mi vestido, futuro esposo? Pensé que querías que me viera encantadora. Él la miró fijamente, la mandíbula apretada. —Esto no es encantador. Esto es provocación —espetó con frialdad. —¿Ah sí? Entonces ya sabes cómo soy. Provocadora, salvaje… y bastante difícil de domesticar. Pavel arrancó el coche, sin dejar de mirarla de reojo. —Eres como una chispa en una habitación llena de dinamita. —Y tú —replicó Alessia, con voz suave pero peligrosa—. eres un idiota si piensas que no puedo hacerla explotar. El silencio entre ellos era tan denso que podía cortarse con una navaja. Y aún así… Ambos estaban sonriendo. La guerra había comenzado.
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