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Casada con la realeza

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Dos naciones, un solo reino: la guerra por el poder y la corona abate a dos naciones hermanas con distintos herederos al trono real, donde un nacimiento hará temblar la tierra y el otro llegará para tomar el control que le corresponde; solo un acuerdo y la unión de los herederos dará paz a la guerra que lleva años abatiendo las ciudades. Por la nación, por el deber, la unión de las dos naciones destinadas a estar juntas crea un solo reino, una alianza como ninguna otra, pero con un amor no correspondido. El corazón del rey le pertenece a otra hasta que sus sentimientos son abatidos por una belleza sin igual. La reina de reinas llega a su vida para cambiarlo todo y pagará con creces amar a un hombre que no la ama; será una guerrera que solo el amor y el destino harán que tome su curso.

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Capitulo 1, Querrá y alianza.
*Nota: Esta historia no es real, todo es parte de mi imaginación; cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Capítulo 1. *Querrá y alianza* Dos naciones, un solo reino: la guerra por el poder y la corona abate a dos naciones hermanas con distintos herederos al trono real, Enrique Monguer, príncipe heredero al trono de Inglaterra por herencia y destitución de su cargo en concepto de difamación, gobernante de la nación Grown, y Felipe Blanflori, príncipe sucesor, heredero al trono por legítima procedencia, gobernante de la nación Birmingham. Dos herederos nacidos el mismo día, al igual que sus padres los legítimos herederos al trono, se ven envueltos en la disputa por el poder, una que lleva años abatiendo a las naciones y a una corona sin rey a mano de la guerra, la cual ninguno quiere ceder. No habrá rey hasta que no resuelvan el conflicto de herederos que abate al reino sin gobernante; no habrá pie que dé marcha atrás hasta que una de las dos naciones desaparezca y la que gane podrá quedarse con todo, una guerra parecida a la que inició Roma años atrás por un gobernante sediento de poder, nada parecido a los miles de soldados que caen día tras día en una guerra sin fin. —Señor, no nos quedan muchos soldados, están muriendo, señor; si seguimos así, tendremos que enviar a las mujeres a pelear. —Envíe a todo niño que pueda sostener una espada o un rifle y envíelos de inmediato; rendirnos no es opción, no le entregaré el reino al hombre que mató a mi padre. —Pero príncipe Felipe, son niños. —Cumple mis órdenes, no nos rendiremos. Los consejeros quedan sin palabras ante la frialdad del hombre; ha perdido el amor por el pueblo, simplemente no descansará hasta que no quede nadie. Eso no lo vuelve diferente a su primo; aquí su padre, en un impulso de locura, acabó con la vida del rey. La Nación tiembla y las lágrimas de las madres junto a sus gritos de dolor hacen estremecer a la Nación, mientras que el príncipe se ciega por la sed de poder; sus defensas disminuyen, al igual que las del príncipe Enrique, que se siente agobiado de ver cómo su Nación se pierde en una guerra sin fin. —Señor, usted tiene que hacer algo, estamos perdiendo ante su primo, nos ganarán y toda esta masacre será en vano. —¿Qué sugieres, Arquímedes? —Los niños, todos los que puedan cargar armas, deben salir a pelear, no podemos rendirnos. —Eso jamás, olvídate de eso, no pondré al futuro de esta nación en un campo de batalla donde no durarán más que unos miserables minutos, ¿acaso no lo ves? Si los hombres no pueden contra los hombres, ¿crees que los niños podrán? —Señor, tenemos que hacer algo, no podemos rendirnos. —Enrique se levanta y camina frente a sus consejeros. —Lleven a las mujeres y a los niños a un refugio, encárguense de que tengan suficientes alimentos para sobrevivir, envíen a Raquel con ellas y denles instrucciones claras de huir ante la derrota. —¿Señor? —Enrique los mira con frialdad. — Preparen mi armamento y que todos los hombres se preparen para salir. — Señor, si muere en batalla, ¿quién gobernará? —Mi hija lo hará. —¿Una mujer, señor? Eso jamás lo aceptarán. —Haz lo que te ordenó. — Cómo usted diga, mi señor. Una nación que queda vacía ante el desalojo, mujeres y niños junto a una adolescente que ha quedado como princesa tras el fallecimiento de su madre al darla a luz. No era el heredero que Enrique quería, pero su hija es su adoración, es el amor de su vida y le duele verla correr a sus brazos tratando de escapar de los guardias. —No, no, padre, no vayas, por favor, padre, te lo suplico, no me dejes sola. —Raquel, el deber y la lealtad con la nación son primero que lo que dicte el corazón; esto es ley real, mi ley ante todo, y este es mi deber, mi deber con esta nación y todos los caídos; mi honor como líder debe ser lo último si permito que mi gobierno caiga sin su líder. Si hoy muero, solo seré un gobernante más, pero mi legado siempre prevalecerá. Eres mi adoración y sé que darás un heredero digno de un futuro rey… —Se quita la corona y se la coloca a su hija, quien llora débil ante él. —Sé fuerte, hija mía, es tu deber como gobernante, es tu lealtad con el pueblo, levanta la cabeza y ve con tu nación. Raquel se levanta del suelo y abraza a su padre con fuerza; Enrique sabe que ella es débil, su corazón es vulnerable ante la maldad, pero sabe que todo el dolor la convertirá en la soberana que su nación merece. La despedida de Enrique y su cabalgata con el resto de sus hombres recorre nación por nación; un rey dispuesto a morir con su gente siempre será un rey en el corazón de la gente. Todos los que lo ven pasar se estremecen en la valentía que Enrique tiene al salir a pelear con su gente. Los rumores del levantamiento y alianza de Enrique ante su valentía frente a la guerra llegan a los oídos de Felipe, quien se levanta con enojo ante la noticia. —¿Está en el campo? —Sí, señor, dice que nos están arrasando con rapidez, no le tomará más de tres días estar aquí y terminar con nosotros. —Eso es imposible, ese hombre es un cobarde, ¿cómo es posible que haya salido a pelear? —Se unió a sus hombres con el legado de su gobierno, eso está llamando la atención de las otras naciones que están llegando para unirse a él; tenemos que hacer algo, mi señor. —La puerta se abre de golpe con el mensajero real llegando a la puerta de Felipe. —¿Quién osa entrar de esa manera a mi despacho? —El consejo real ha llegado, señor, afuera se está formando una gran cantidad de hombres para luchar contra Enrique. —Perfecto, entonces prepara mi armamento; esta será la batalla final, que gane el mejor. —Señor, le pido me escuche unos minutos. —Erick, en estos momentos estoy por salir. —SEÑOR, TIENE QUE ESCUCHARME. —Felipe mira al mensajero con frialdad; sacando su espada, la coloca en su cuello. —Dame una buena razón para no terminar con tu vida en este momento. —No le ganará, señor, ni él a usted; solo será una derrota más. Su hermano, su hermano Elian, está esperando la derrota de ambos para tomar el trono, señor; nuestros espías acaban de descubrir que fue su hermano quien mató a su padre. —Felipe se aleja negando ante Erick. —Sé que usted lo imaginaba, señor; lo descubrí al escuchar su confesión ante su hijo mayor. Está peleando con el enemigo equivocado; él ha guardado estos rollos, deseos de su padre ante toda esta situación. Su padre sabía sobre la traición de su hermano; Enrique no es nuestro enemigo, su hermano sí lo es y les está tendiendo una trampa. Felipe se aleja leyendo el rollo de su padre; su letra está en él, declarando el descubrimiento de la alianza de Elian contra el peor enemigo de Inglaterra, la caída de un rey y la desgracia de sus herederos con una solución escrita con puño y letra: los deseos de un rey amado llevan a dos naciones a encontrar la solución. —Mi caballo, AHORA. —Felipe toma el rollo en sus manos y dos testigos del gabinete real. Felipe cabalga a gran velocidad por los campos; todo el que lo ve huye. Es un gobernante despiadado, su corazón se oscureció ante la guerra y el poder, pero la solución en sus manos calma su enfermo corazón. Su plan inicial no pierde oportunidad; está enfermo y deseaba obtener el reino, procrear un heredero digno de ser el rey, sacando a su despiadado hermano fuera del reino, pero la guerra jamás terminaría. Elián no dudaría en matar a sus descendientes y eso no lo puede permitir. —Abran paso, abran paso. —Enrique toma su espada y espera a Felipe, quien se baja del caballo de espacio. — FORMACIÓN. —Dice Enrique y Felipe le hace una señal de paz dejando sus armas en el suelo. —No vengo a pelear más contigo, necesitamos hablar. —¿Cuál es tu plan? ¿Me matarás al darme la espalda? —No, vengo a entregarte esto. —Felipe le lanza a Enrique el rollo y Enrique lo lee de espacio. —ENTONCES DEBO IMAGINAR QUE VIENES A DISCULPARTE. —Responde Enrique sin perderlo de vista. —Te daré dos opciones: O te sientas y hablamos, o nos matamos y nadie reina, porque sé que tu hija morirá en cuanto tú mueras. Elián no dejará a nadie vivo; nos matamos y él ganará, está respaldado por los enemigos de Inglaterra. Mientras tú y yo nos matamos, él se hace más fuerte; no pienso morir y dejar el reino en manos de un traidor. —Te escucho. —No, a mí no, Erick, explícale. —Erick se adelanta entre ellos y los hace sentarse. —Señores, el comité exige una alianza entre las naciones; el Rey ha dejado expuesta la solicitud, la unión de las dos naciones en matrimonio. —Eso es absurdo, jamás casaré a mi hija con este viejo tirano, eso jamás. —Enrique se levanta enojado. —Yo tampoco deseo casarme con su hija, yo tengo esposa. —Lo sé, pero la ley no demanda a los actuales herederos. —¿Qué tonterías dices, Erick? Yo no tengo hijos, se lo estás poniendo fácil a Enrique. ¿De qué lado estás? — De ninguno, recuerden que mi lealtad es con la realeza, por ello ambos reinos deberán adquirir un nuevo heredero, si los herederos son una mujer y un hombre, las naciones se unirán en un compromiso matrimonial y crearemos un mismo reino, en caso de que los herederos sean varones, el heredero que nazca primero tomara el trono y de igual manera aplica para los descendientes hasta cumplir con la unión de las naciones, de manera que la paz reinará en ambas naciones hasta que haya un rey sobre el trono, esto debe cumplirse en un plazo no más de 1 año, un heredero de cualquier nación deberá tomar el trono bajo está ley al cumplir su mayoría de edad o en el momento en que alguno de los dos líderes fallezca, en caso de que una de las naciones no pueda obtener un heredero en ese plazo la nación que lo tenga liderará hasta su última descendencia. Enrique y Felipe se levantan ante el decreto del rey; cada decreto es ley y debe cumplirse o significaría el derrocamiento de la nación entera, significaría que Elian gana. Eso los deja en controversia; no tienen más opciones, es eso o matarse entre ellos y que Elian gane. Ninguno le entregará el reino a un hombre despiadado, eso nunca. Delante de todos, ambos gobernantes se acercan y se toman la mano. —Es un hecho, ambos gobernarán como un mismo reino hasta que cumplan el mandato; defenderán las naciones de cada rincón contra la tiranía. La firma de una alianza une a las naciones de cada rincón; esa tarde cada rincón hablaba de la alianza y las nuevas estrategias. Es un hecho, los soldados se estaban retirando y los planes de nuevos herederos estaban sobre la marcha. Para Felipe, hacer la tarea no era difícil; tenía una esposa a quien embarazar, solo que las dificultades de su salud lo obligaban a ir de espacio y eso no ayudaba, ya que los meses estaban pasando y su mujer aún no quedaba en cinta, mientras que para Enrique es una agonía: amaba a su mujer, tanto que no es capaz de estar con otra que no sea su amada; ver a los ojos a su hija es como ver el reflejo de su mujer en ella y eso lo abate con tristeza en su habitación. —¿Padre? —Raquel llega ante su padre, muy avergonzada. Raquel cayó en la trampa de Ricardo, el coronel a cargo de la guardia del gobierno de su padre, un hombre muy atractivo que no la ama, pero desea que sus hijos sean descendientes de la realeza. Con engaños y seducción, la llevó a cometer el mayor pecado ante el rey real. —¿Qué hiciste, qué? —Padre, yo solo quería ayudarte, quería solucionar tus problemas y acabar con tu angustia; lo siento mucho, papá. —Raquel se destroza sobre los pies de su padre. —¿Desde cuándo? —Hace cuatro meses. —¿Estás escuchando lo que has dicho? Raquel, acabas de deshonrar tu inocencia. —Papá, estoy embarazada. —Las lágrimas de Raquel llenan a Enrique de culpa; dejo sobre sus hombros un peso tan grande que podría acabar con su honra; nadie más querrá desposarla. Enrique no tiene más opción que casar a su hija con Ricardo, quien trataba de huir ante su locura; no se aman, pero son obligados a casarse por la honra de Raquel y el bebé que viene en camino. Cuando la marea está alta, el destino hace su jugada: dos embarazos, al mismo tiempo, con poco tiempo de diferencia, dos naciones en la espera de su heredero y la tensión se puede sentir de polo a polo; el destino del reino dependerá de los nacimientos más esperados en cada rincón.

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