Diecinueve años. Qué emoción. Nótese el sarcasmo.
Para mí, solo es otro año sin recordar nada de nada. Otro año de un vacío que nunca se llena, de recuerdos que no llegan. A veces me pregunto si realmente quiero que lo hagan.
No sé cómo estará la que solía ser mi familia. No sé si mi mate aún me espera o si ha seguido adelante. No sé cómo está mi manada, la que alguna vez consideré mi hogar. Pero tampoco me atrevo a buscar respuestas. No quiero que sepan dónde estoy. No quiero que sepan lo que soy. Ni lo que estoy a punto de convertirme.
Me levanto y me dirijo al baño. Una de las ventajas de ser vampira es que el sueño es apenas una necesidad menor. Al salir, me visto con algo cómodo pero elegante: una camisa color crema de mangas largas y cuello de tortuga, combinada con una falda de paletones negra que llega a la mitad de mis muslos. Meto la camisa dentro de la falda y termino el conjunto con unos botines negros largos que me llegan hasta arriba de la rodilla.
Estoy peinando mi cabello cuando llaman a la puerta.
—Pase —digo sin mucho entusiasmo.
Mi tío y Margarita entran, ambos sonrientes. Yo apenas puedo devolverles la sonrisa. No quiero hacer nada hoy. Solo quiero estar sola y tratar, aunque sea por un momento, de recordar quién era antes de todo esto.
—Hola, Paulina. Feliz cumpleaños —dice Margarita con dulzura, acercándose a abrazarme.
—Feliz cumpleaños, princesa —dice mi tío, besando mi coronilla.
Margarita se ve hermosa, como siempre. Su vestido celeste cielo cae con gracia hasta sus pies, con mangas caídas estilo pétalo de rosa y un cinturón con pequeñas perlas blancas en la cintura. En su pierna derecha, una abertura le da cierta movilidad. Su cabello blanco está recogido en una elegante moña con mechones sueltos y un flequillo que enmarca su rostro. Sobre su cabeza, una tiara con perlas blancas termina de completar su imagen impecable.
Mi tío, en cambio, mantiene su estilo más relajado. Lleva una camisa de vestir azul oscuro y jeans ceñidos que remarcan su musculatura. Sus tenis blancos contrastan con la formalidad de la camisa.
—Gracias —respondo, forzando una sonrisa—. Ahora empezaré los planes para la coronación. Espero que no te moleste, tío.
Él niega con la cabeza.
—No hay molestia, princesa. Estoy tan feliz… —Su voz se suaviza y su mirada se llena de una nostalgia que rara vez deja ver—. Ya no estoy solo gracias a ti. Te he tenido dos años… Los dos mejores años de mi existencia. Después de tanto tiempo en soledad, ahora puedo llamarlo vida.
Yo no estoy para nada feliz.
Dos años sin saber quién soy. Dos años en los que cada día ha sido un tormento silencioso. Pero sonrío apenas, para que no se note mi miseria.
—Jamás estarás solo de nuevo —le susurro, escondiendo mi cara en su pecho—. Además, tienes a Margarita.
Levanto la cabeza y lo miro con una sonrisa burlona.
—Y pensar que casi la matas con un zapato.
Ambos se quedan en silencio, con los ojos muy abiertos. Margarita me observa con sorpresa, y mi tío parece desconcertado.
—¿Qué? —pregunto, frunciendo el ceño.
—¿Estás recordando? —su voz es un hilo de incredulidad.
Pienso por un momento. ¿Lo estoy haciendo? Tal vez… Sonrío ampliamente y asiento, sintiendo un atisbo de emoción real por primera vez en mucho tiempo.
—¡Qué bueno! —dice mi tío, abrazándome de nuevo.
Pero entonces, una voz en mi mente rompe la felicidad del momento.
"¿De qué te servirá recordar todo?"
Mi loba, Star, habla con amargura.
"Si de todos modos no piensas regresar a casa."
Mi sonrisa desaparece. Porque tiene razón.
"No le hagas caso."
Ahora es mi vampira, Sitney, quien interviene.
"Solo está molesta porque han pasado dos años sin su pareja."
"Tal vez." —susurro en mi mente, sin separarme de los brazos de mi tío—. Pero de nada me servirá recordar…
Cierro el vínculo con ambas y me concentro en el presente.
—Nos vemos abajo —dice Margarita con entusiasmo—. Hay muchas cosas que planear…
—¿Mi coronación o tu boda? —pregunto con burla.
Ella se sonroja y aparta la mirada.
—Tranquila, ya bajo —le aseguro con una risa.
Margarita asiente y prácticamente huye del cuarto a toda velocidad.
—Gracias, tío —le digo de repente.
Él me mira con el ceño fruncido.
—¿Por qué?
Niego con la cabeza.
—Solo… gracias.
No digo nada más. Me separo completamente de él y salgo de la habitación.
Bajo a la cocina y encuentro a Margarita. Me sonríe, pero aún luce un poco apenada.
—Margarita, sabes que no lo dije con mala intención, ¿cierto?
Ella asiente.
—¿Entonces? —pregunto, tomando una manzana de la nevera.
—Es que… me da cierta pena —admite—. Después de rechazarlo tantas veces, ahora nos casaremos.
Sus ojos grises brillan con una emoción tan pura que no puedo evitar reír.
—No te agobies —le digo con diversión.
Nos sumergimos en la planificación. Hablamos de los invitados, el salón, el vestido y todos los detalles. Entonces, mi tío entra con una caja de cristal en las manos. Dentro, descansa una corona.
—Princesa —dice, con solemnidad—. Mira…
Me acerco y mis ojos se clavan en la corona. Es hermosa.
—Era de tu madre —susurra—. Y ahora será tuya.
Lo miro, incrédula.
—Es la que te pondré el día de tu coronación.
Sonrío con nostalgia y lo abrazo con cuidado.
—¿De qué hablaban? —pregunta él cuando nos separamos.
—Quiero hacer un trato con los licántropos —digo—. No quiero una guerra con la que una vez fue mi r**a.
Él asiente, comprensivo.
—Tu madre quería lo mismo —me cuenta—. Pero nunca le dijo a tu padre su puesto en el clan vampírico. Aun así, evitó muchas guerras entre nuestras razas.
Dudo antes de hablar.
—Quiero mantener lejos a Claro de Luna.
Mi tío frunce el ceño.
—¿Por qué?
Desvío la mirada.
—Es la manada de mi padre, ¿no?
Él asiente.
—Por eso.
Suspira.
—Está bien… Pero no podrás esquivarlos por toda la eternidad.
Lo sé. Pero al menos lo intentaré.
El resto del día transcurre entre planes, risas y estrategias. La coronación será en dos semanas, y los licántropos han sido invitados… excepto Claro de Luna.
Cuando la noche cae, siento una extraña pesadez en el cuerpo.
Es raro en mí, pero tengo sueño.
Así que me dirijo a mi habitación. Mañana será un día largo. Y, de alguna manera, siento que cada vez estoy más cerca de enfrentar lo que realmente he estado evitando.