Me adentré más en el bosque, mis pasos rápidos y resueltos, casi como si el aire mismo me impulsara. Cada árbol, cada rincón del terreno era familiar, un eco de mi pasado que resonaba en cada respiración. Pero, aunque conocía cada rincón, no podía evitar sentir un nudo en el estómago. La idea de la coronación, de la revelación, me estaba envolviendo cada vez más, y el peso de lo que eso significaba comenzaba a sentirse como una carga imposible de soportar.
Mis pensamientos vagaron a la figura de mi padre, ese hombre que había sido mi todo antes de que todo cambiara. Lo recordaba vagamente, como una sombra distante, una figura protectora en mis recuerdos más remotos. ¿Cómo habría cambiado en estos años? ¿Me buscaría? La idea de que pudiera estar buscando a una hija que ni siquiera sabía quién era me destrozaba. ¿Qué habría hecho, qué habría pensado, cuando me perdió en el abismo de la oscuridad que rodeaba mi memoria?
La pregunta que siempre me acechaba, la más dolorosa de todas, era si él me habría olvidado. Si las huellas que dejé en su vida se habrían borrado con el tiempo, si la sombra de mi ausencia lo habría aplastado al punto de arrodillarlo en desesperación. Y luego estaba él, mi mate, esa figura que había sido mi compañero, mi otra mitad, el que compartía mi alma y mi destino. Me preguntaba si todavía me buscaba, si seguía vagando por el mundo con la esperanza de encontrarme, aunque mis recuerdos se desvanecieran con cada día que pasaba.
¿Me habría olvidado también?
Un escalofrío recorrió mi espalda al pensar en ello. No quería creer que fuera posible. Pero el dolor que sentí al tocar la cadena me recordaba que había algo dentro de mí que todavía estaba profundamente conectado con todo lo que había perdido.
A lo lejos, entre los árboles, vi la figura imponente de mi tío. Estaba de pie, con su arco en las manos, observando el horizonte con una mirada que reflejaba toda la concentración de un cazador experimentado. Sus movimientos eran tan seguros y elegantes como siempre. Me acerqué rápidamente, sin detenerme, hasta que estuve a su lado.
—Tío —dije, entre jadeos por la carrera—, tengo una idea. Es sobre la coronación. Necesito que me escuches.
Él me miró, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de curiosidad y prudencia. Con un asentimiento, bajó el arco y me dio toda su atención.
—Dime —dijo, y su voz grave resonó en el aire frío del bosque.
Le expliqué la propuesta de Margarita con entusiasmo, describiendo cada detalle, desde el baile de máscaras hasta la gran revelación al final de la ceremonia. A medida que hablaba, vi cómo sus ojos se iluminaron, mostrando la misma emoción que yo sentía. Su mente estratégica había comenzado a trabajar, visualizando cómo podría implementar esta idea de manera perfecta.
—Es arriesgado —comentó al final, su tono pensativo—, pero podría funcionar. Nos aseguraría que nadie te reconozca hasta el último momento. Además, la revelación de tu identidad será aún más impactante para todos.
Sonreí, aliviada por su aprobación.
—Entonces, ¿lo haremos? —pregunté, mi voz temblorosa de emoción.
Él asintió con firmeza, su rostro serio pero lleno de determinación.
—Lo haremos, Paulina. Todo será como debe ser. Pero debes estar preparada. Cuando llegue el momento, no habrá vuelta atrás. El pasado vendrá a reclamarte, y no podrás esconderte de él.
La verdad de sus palabras me golpeó con fuerza, pero ya no había marcha atrás. Lo sabía. Sabía que la coronación no solo marcaría el comienzo de una nueva era, sino también el fin de la distancia que había puesto entre mí y mi verdadero ser. El momento de enfrentarme a mi pasado estaba cada vez más cerca.
Pero lo más importante de todo era que, por fin, sentía que tenía control. Estaba tomando las riendas de mi destino, no permitiendo que las sombras de lo que había sido se interpusieran en mi camino. La máscara que había usado durante tanto tiempo, ocultando mi verdadero ser, finalmente caería. Y entonces, el mundo conocería a la verdadera Paulina.
No sabía lo que me depararía el futuro, no sabía si mis padres, o incluso mi mate, estarían dispuestos a aceptarme tal como era ahora. Pero ya no tenía miedo. Por fin entendía que el destino no es algo que puedas evitar. Es algo que te busca, que te encuentra, no importa cuánto te escondas. Y al final, lo único que puedes hacer es aceptarlo y abrazarlo.
Cuando mi tío y yo terminamos de hablar, él me dio una última mirada antes de girarse para retomar su caza. Yo lo observé un momento más, absorbiendo la calma de su presencia, antes de girarme y regresar por el mismo camino. El aire fresco de la mañana ya no parecía tan pesado. Ahora, con cada paso, me sentía más ligera, más segura de lo que estaba por venir.
La coronación sería solo el principio. Un principio que, espero, me lleve a la reconciliación con lo que había sido, con lo que soy, y, quizás, con lo que aún me queda por vivir.