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Boda por Venganza

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«Un Griego Millonario y un Italiano Mafioso se disputan por el amor de ella, ¿quién ganará?».

Melina Sandoval había viajado a más ciudades y países de los que podía recordar. Experimentó muchas cosas, incluso estuvo por casarse con un hombre musulmán que quería tomarla como su cuarta esposa. Ella tiene citas en cada país o ciudad que visita con la esperanza de encontrar ahí el verdadero amor: pero regresa a su país sola, sin haberlo encontrado. Es probable que lo que busca, esté ya en casa...

Alexei Vasilakis era un hombre que había luchado por hacerse de un nombre propio en los negocios, el amor nunca estuvo en sus prioridades. Es imponente, sensual y deseado; evoca los más oscuros deseos hasta en la más recatada mujer.

¿Qué lograría unir a éstas dos personas? Quizás, unas cuantas citas a ciegas, una traición y una venganza.

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Capítulo 1: Una cita a ciegas.
El color no me terminaba de convencer. Es decir, sí, mi plan era ser rubia. Pero ya traía un color rojizo antes de ponerme el tinte de farmacia y eso no ayudaba a que me quedase exactamente como a la rubia bonita de la caja. Como siempre, Melina Sandoval quedando como tonta. Suspiré, apartando un mechón de mi rostro mientras me observaba en el espejo de un baño público. Hoy se cumplían dos años de haber estado fuera viajando por el mundo. Había cambiado mucho durante aquél tiempo, incluso mi mirada cambio. Me fui de mi país como si me estuvieran persiguiendo por la policía, corriendo lejos, y cada vez que podía, más lejos. Solía creer en el amor antes de embarcarme en un viaje de auto descubrimiento... Claro, ahora sabía que fue estúpido creer que así como así iba a encontrarlo. Nadie me lleno el alma como imaginé que sentiría, nadie me levanto mi mundo y lo desmoronó al soltarlo. Mis ojos me regresaron la mirada con tristeza. Incluso mis ojos ya no tenían aquella chispa jovial, coqueta, aventurera. Aprendí muchas cosas durante aquellos viajes, me dí cuenta de muchas cosas que antes ignoraba. Yo era una persona que se ilusionaba con casi que cualquier muestra de interés o de afecto, porque precisamente durante mi infancia carecía de esto, así que mi yo adulto y muy maduro creía que si recibía un poco de atención esto ya era una declaración de amor para vivir felices por siempre. —Chica tonta. No sé qué hice con mi vida. Mis amigas ya habían logrado encontrar su camino, así mismas. Estaban cumpliendo sus sueños, eran felices. Ya no tenían que preocuparse por encontrar al hombre adecuado, por no estar solas; ya jamás lo estarían. Y además, me sentía un poco desplazada. Porque ellas además de vivir la experiencia del matrimonio, de tener sus trabajos soñados, eran madres. Sí, yo no tengo ninguna clase de conocimiento sobre bebés, pero aquello las había unido a las dos, algo en común, algo de qué hablar. Mientras yo era la loca que viajaba por el mundo sin un lugar fijo en donde estar, sin nadie esperando por mi, mi regreso. Ellas creían que la pasaba bomba, que vivía cosas extraordinarias y que nada me hacía falta. Pero era mentira, me hacían falta muchas cosas. Empezando por amor propio. Mi cuerpo era bastante normal. No soy pechugona y de curvas extravagantes como Esmeralda; ni de complexión delgada, fina y elegante como Lisa. Era una chica común. No tenía el cabello rubio como Lisa, o el cobrizo como Esmeralda. Lo tenía n***o azabache, y debía de pintarlo para dar la ilusión de ser alguien interesante. No tenía la personalidad tímida de Esme, ni la soltura de Lisa. Cosas que les gustaban a los hombres. Yo era más como la loca de la secundaria que todos trataban de rehuir. Un poco despistada, otro tanto avasallante... Y aburrida. Con un familiar disfuncional, que parecía perfecta pero era una porquería. No como las familias amorosas y completas de mis amigas. Yo era un chiste de mal gusto, la niña rica que lo tenía todo pero al mismo tiempo no tenía nada, ni siquiera mi familia quería verme en la casa. Tampoco me necesitaban con la empresa... Siempre desplazada, un cero a la izquierda. —Solamente soy una carta comodín. Me repetía eso constantemente en los últimos días, tras recibir la llamada de mi padre y decirme en exclusiva aquellas palabras nada más levanté el teléfono. «No eres necesaria. Solo eres un comodín, y no esperes más. Te mandaré la tranferencia pero por favor, no vengas aún». Yo era aquella carta que les permitiría remplazar a otra o que aplicarían para obtener algún tipo de beneficio. Y nada más. Respirando profundo, traté de apartar aquellos pensamientos deprimentes que tenía de vez en cuando. Peine un poco más mi cabello rubio cobrizo, dejándole las ondas naturales que se me hacían cuando el clima estaba caluroso. Estaba nerviosa. Ahora mismo se suponía que tendría mi última cita en Atenas. El vuelo de Italia fue cansado, sobretodo después de conocer a un hombre musulmán guapísimo que quiso tomarme como su cuarta esposa. Idiota. Eso fue la gota que derramó el vaso, motivo por el cual dejé de usar la anterior aplicación de citas a ciegas, y escogí una que Lisa me recomendó: "Nulua F&L" se suponía que realizaban exhaustivas investigaciones antes de permitir registrarse, los usuarios ingresaban mucho papeleo, pero lo hacía fiable. Al menos esperaba con toda mi alma que fuera fiable; ya era la última cita del viaje de dos años. Acaricie un mechón suelto de mi cabello, con melancolía. Tanta gente, tantos hombres... Cuánto quise enamorarme como mis amigas, vivir un amor intenso y arrasador. Algo extraordinario. Pero viví muchas cosas ordinarias que no me encantaron. No olvidaba sus rostros, sus palabras. —Pero ninguno era el indicado, Melina —me dije frente al espejo. Terminé de colocarme el rímel n***o y labial rosado. Ya pronto se vencía mi hora para usar el baño de un spa-sauna. El top n***o era un poco escotado, con lazos en el cuello, y la falda rosada tableada con cuadros cafés. Las botas negras cubrían hasta los tobillos, de modo que mis piernas chocoflan eran muy notorias. Ah, la desventaja de viajar tanto. Habían partes morenas en mi cuerpo que era naturalmente claro de color. Las marcas de guerra, decía mi madre. Guardé todo en mi maleta, y dándome una última mirada en el espejo, salí bastante complacida con el resultado. Rápidamente me dirigí al lugar en donde sería la cita. Me coloque mi mascarilla de filigrana metálica plateada con tonos rosados. Los nervios me tensaban el vientre, tenía emociones disparejas. Sabía que ya era momento de dejar de jugar a encontrar el amor. Pero me prometí que tendría una cita en cada lugar que visitaba. Mi plan era experimentar tanto como pudiera. Y eso que no experimenté la parte más importante... Pero no tenía sentido pensar en eso. No había podido porque ninguno era el indicado, no porque sintiera miedo. Solo quería estar segura de que no fuera ningún estúpido que quisiera tomarme como la cuarta esposa antes de... eso. Tampoco esperaba que fuera un príncipe azul, mi amor eterno. Pero quería sentirme segura, decidida Mi primera vez debía ser con alguien que yo escogiera, que me embote tanto la mente que eso pase a segundo plano. Pero jamás había sucedido, ni una vez. Ni con ese inglés bien portado, era demasiado... frigído. Sonreí. Ya hablaba como mi mamá. Nadie era lo suficientemente bueno para mí. Así ella, siempre estaba indecisa para cualquier cosa: el chef no tenía sazón, esa casa era muy cerrada, la ropa carecía de un diseño innovador. Crucé la avenida a la par de un montón de ancianitos que hablaban sobre bingo y sus nietos. Cuando miré el hotel de lujo que tenía frente a mí, un temblor recorrió mi cuerpo. Nos veríamos en el restaurante del lugar, justo donde él se quedaba. Al día siguiente dijo que tenía una reunión importante en México. Casi le dije: "Mira qué coincidencia, ¡mañana vuelo allá! ¿nos vamos juntos? " Pero era estúpido. No haría algo así, sonaría como una locura, del tipo que yo cometía. Apenas nos estábamos conociendo, pero según su perfil de la aplicación y la forma de hablar conmigo, era un buen tipo. Se notaba refinado y agradable. Era un empresario. Yo tuve que poner que era una contadora. Aunque no ejercía la profesión, y sinceramente no me gustaba para nada. Solo estudié aquello por presión de mis padres, creían que así ayudaría con el negocio familiar. Pero era taaaaan aburrido. Cerré mis ojos y respire lo más hondo que pude. Entonces, entré. El lugar estaba concurrido, pero bastante cómodo. No había mucho bullicio como esperaba, todo estaba tranquilo. Mire alrededor, buscando, ansiando. No lograba dar con la persona. Noté que no era la única con una máscara, aunque recordé que la aplicación tenía los puntos de encuentro más seguros, lugares verificados y probablemente ese día más personas como yo escogieron ese hotel para verse. Sentí vibrar mi móvil, y leí el mensaje: Al fondo. Camisa azul. Miré en la dirección, y me encontré mirando directamente a los ojos detrás de esa máscara. Caminé lentamente, dudosa. Mis ojos viajaron de arriba hacia abajo, quedé encantada con el hombre. Metro ochenta, cabello n***o bien peinado, ojos grises y una barba recién rasurada. Cuerpo fibroso y atlético dentro de una camisa manga larga azul marino ceñida a sus hombros y pecho, usaba unos pantalones hechos a la medida. Zapatos de diseño. Y una mirada que quemaba cada célula de mi ser, el tiempo parecía ir más lento conforme me acercaba, los nervios estaban a flor de piel. El rostro lo tenía cubierto con una máscara, así como acordamos en el chat. Cuando estuve a su altura, lo saludé. —Hola, mucho gusto. Soy Mel —No sé porqué carajos le dí mi nombre, revelando una parte de mi que se suponía no debía conocer aún. La sonrisa que me dedico, probablemente debería de estar penada en algún país. Porque me enloqueció por completo, no pude perderle de vista. El simple hecho de pestañear ya era mucho. Me entrego su mano, la cual acepté cortésmente. Sus labios fueron a dejarme un beso en el dorso, justo en los nudillos. Sentí que un rastro de fuego se quedaba instalada en mi mano tras su beso, ¿eso era posible? Sus preciosos ojitos grises me devolvieron la mirada con humor. Entonces habló con una voz de seda aterciopelada. Era la voz de un Dios, tenía que serlo. ¿Verdad? Madre santísima. —El placer es mío, yo soy Alex. —Su voz definitivamente sonaba mejor en persona que en los audios que me enviaba por el chat. Rasposa, profunda y tan... seductura. Me tuvo hecha gelatina en un solo segundo.

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