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Dulce Veneno

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Blurb

Iolita Kernel se casó enamorada, y con la intención de complacer a su abuelo Pieter, en sus últimos días de vida; sin embargo, el felices por siempre se convirtió en una pesadilla que pronto le demostró que el amor no es lo que creía, y que su príncipe azul no es más que un abusador.

Siete años después de abandonar el viñedo familiar, debe regresar para asumir su cargo dentro de la empresa de vinos, y recuperar algo de la herencia que le corresponde. No obstante, para poder conseguirlo debe primero ganarse la confianza de una adolescente que se crió al lado de Pieter, demostrarle al CEO de la vinícola Kernel, Estefan Pujol, el por qué es la nieta y digna heredera de El Edén, pero sobre todo, evitar que su abuelo se de cuenta que su vida es un completo infierno.

Todo sería más fácil, si no fuera porque cada vez que ve a Pujol su cuerpo se enciende, y más cuando él sabe como con una simple sonrisa seducirla.

—Déjate amar Lita —dijo Estefan besando su cuello.

Ella negó tratando de alejarlo.

—El amor es una mentira, un dulce veneno que te mata lentamente.

Pujol tomó sus labios tratando de demostrarle lo equivocada que estaba.

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Amor
Siete años atrás. Iolita durante meses se sintió como la mujer más dichosa del mundo. Al fin, después de años de ser amigos, Matías se fijó en ella como mujer, no cómo "el amigo con falda". Tantas jornadas acompañándolo, superando el dolor de haber sido abandonado, desechado por esa chica que significó tanto para él, todo por un mal entendido. Lo más triste y que hizo que Matías cayera en la depresión fue enterarse que Olivia espera a su hijo, un bebé que ahora cumpliría cuatro años. No obstante, hoy todo eso quedó atrás, ella era su novia, su pareja perfecta. Ambos poseían un buen capital, la madre de Matías, Carolina viuda de Cortés, logró hacerse una fortuna a través de su trabajo en el gobierno, era una de las más reconocidas constitucionalistas y formaba parte de la Corte Suprema de Justicia. Crió a su unigénito sola tras la muerte del padre del mismo en la cárcel a manos de un chico que se hallaba drogado, le enseñó a Matías la importancia del estudio, y a pesar de la crisis depresiva que sufrió, ahora era catalogado como uno de los corredores de bolsa más jóvenes y exitosos del país. Lita, como le llamaba su padre de pequeña, era la heredera de una vinícola fundada por su bisabuelo desde finales del siglo anterior cuando llegó como inmigrante desde Italia. El legado ya estaba en la cuarta generación, y esperaba que alguno de los hijos que pensaba tener se hiciera cargo de la esta, hasta ahora no había forma de decidir ya que la familia siempre tuvo un único descendiente, como lo era Pieter, Alejandro y ella; pero eso terminaría cuando se casara con el amor de su vida, aquel que sin saber la conquistó desde niña. Observó la hora dándose cuenta que le quedaba el tiempo exacto para llegar al aula de clase, ese día tendrían al fin la última tortura con Dennis Williams, el profesor de Inglés, un área obligatoria en todas las carreras, y que el docente manejaba desde la literatura, lo cual sería genial si él no se comportara como una urraca chillando cada vez que alguien cometía un pequeño error que no corregía, pero si ridiculizaba. Entró al salón sentándose en una de las sillas del centro, sacó el material de clase disponiéndose a atender y desarrollar los ejercicios, Williams hizo la explicación y dio el tiempo para resolver los ejercicios gramaticales, la voz monótona de la grabación que escuchaban recitar un monologo sobre una experiencia de viaje, paraba y se repetía hasta que todos fuesen capaces de responder las preguntas que él profesor realizaba sobre los tiempos verbales. Iolita después de la primera hora de clase sintió que sus ojos se cerraban siendo arrullada por lo que ahora sonaba en el reproductor, una ópera de Richard Rodney, The Mines of Sulphur. La sensación de tranquilidad en que se hallaba sumida era la misma que sentía cuando estaba en el viñedo, el olor a pastel recién horneado y a vino la inundó por completo. Oyó su nombre pronunciado por el hombre que prácticamente la crio, su abuelo Pieter sonreía mientras le decía que debía acercarse con la mano. Una vez más fue llamada, dio la vuelta para levantarse de la hamaca en la cual se encontraba sentada, al querer dar el paso cayó al vacío, aporreándose con dureza. El sonido del golpe retumbó en el salón seguido de varias carcajadas. —Me alegra que este con nosotros señorita Kernel. Abra el libro en el capítulo veinte y comience a leer. Acomodó la silla, procuró no mostrar su vergüenza, sentía la garganta seca y las mejillas calientes, anotó mentalmente jamás pasar tanto tiempo sin dormir, sacó el libro de la mochila y respiró profundo. Se dio la vuelta encarando al profesor y comenzó la lectura. —¡Entonación jovencita! —Kernel suspiró y con el acento inglés que al hombre le gustaba pasó a leer la historia de Lovecraft. Por un momento deseó hacer realidad la ficción en sus manos, se consideraba una buena lectora, pero estar en la clase de Dennis Williams era la antesala al homicidio de cualquier autor de habla inglesa, las sesiones eran horribles y él no se quedaba atrás. Cuando iba por la mitad de la segunda página la puerta fue abierta dejando ver a Natalia, la secretaria de la facultad que pidió permiso y se aproximó al docente para conversar. El gesto de desagrado por parte de Williams le indicó a Iolita —y el resto del salón— que tendría que hacer algo que detestaba. —Señorita Kernel recoja todo su material y vaya a la Rectoría, el Decano necesita de su presencia —Iolita asintió y no dudo en cumplir la orden, se despidió del docente que le indicó revisar su correo para el trabajo de fin de semestre y la fecha a entregarlo. Bien, eso era extraño, si iba sólo a la decanatura no entendía porque le hablaba como si no fuera a volver. Salió en compañía de Natalia, y podría jurar que tan pronto cerró la puerta alguien gritó en el interior del salón e incluso escuchó un “pobrecita” lastimero, lo que odiaba ya que nadie merecía ese sentimiento. Llegó a la oficina encontrando a su pareja Matías Castro, junto a su madre, Karina viuda de Kernel, lo que le hizo fruncir el ceño con curiosidad. Desde hacía un año oficializaron su relación con Matías, curiosamente para Karina la noticia fue fabulosa, no le reprochó su elección, sino que la felicitó porque al fin hacía algo de manera correcta. No obstante, con el pasar del tiempo, notó como la interacción yerno-suegra se volvió más fuerte que la de ella con Matías, a veces se sentía excluida, como ocurría en ese instante. Los ojos miel de Cortés se posaron en los azules de ella, lo vio caminar a su encuentro y besarla en la frente para abrazarla con fuerza. —Debes ser fuerte amor, hay que viajar, tu abuelo…tuvo un accidente en el viñedo, parece que está grave. Apartándose de Matías, Iolita se dirigió a su madre para pedir una explicación, la frase fue contundente. —Hugo, el administrador del viñedo llamó para informar que Pieter recibió un golpe en la cabeza, le indujeron a un coma para que se recuperara, pidió que fuéramos para organizar la hacienda, puede morir en cualquier momento. —N-no es verdad, el Tata no puede morir —Karina tomó el rostro de su hija e hizo que la mirara, sabía que, si no aprovechaba ese momento, nunca podría lograrlo. —Amor, sé que amas a tu abuelo, por eso es necesario que hagas algo para que él se ponga muy feliz cuando te vea. Iolita pronunció un "sí" casi imperceptible, cualquier deseo de su abuelo lo cumpliría sin lugar a duda. Él era su ser más preciado en la Tierra. Observó a la mujer que por años ignoró al anciano, llamar a Matías quien al acercarse colocó en su dedo anular una argolla. —Mañana viajaremos, pero ahora es imprescindible que te cases, eso es algo que Pieter ha querido como buen conservador, ya sabes, para los Kernel las mujeres son para la casa. Sus ojos se abrieron en clara muestra de sorpresa, Karina hablaba de su abuelo como si fueran grandes amigos, cuando ella sabía que no soportaban estar en la misma habitación más de una cena, y si podían esquivarla, lo hacían sin dudar. Al querer preguntar cuando conversaron, los labios de Cortés le taparon cualquier posibilidad de queja, para susurrar encima de estos lo que la hizo acceder. —Esto es por tu abuelo, pero también es la confirmación de nuestro amor.  Hoy en día. La voz dulzona de la auxiliar de vuelo lo despertó, otra vez ella se hacía presente en sus sueños. Se preguntaba porque no podía sacarse de la cabeza la sonrisa de aquella mujer que vio brevemente el día del entierro de su esposa. Se sentía culpable cuando la recordaba, el saber que ese día acababa de enterrar a Sandra, su cónyuge, y ya estaba fijándose en otra mujer lo hacía sentir como el peor traidor del mundo. Sin embargo, cuando vio a su pequeña Solange sonreír después de meses de permanecer como una sombra dentro de la hacienda, escondiéndose de Sandra que poco a poco había perdido su lucidez con el cáncer que desarrolló el cerebro, el dolor constante, las convulsiones y el cansancio se mezclaban con los días, pero lo peor era el cambio de humor, esto asustaba a la niña que lloraba porque no comprendía que le pasaba a su mami. Por eso ese día, cuando la vio llegar de la mano de la azabache sintió que su fuerza por vivir se renovaba, por el amor que le tuvo a Sandra, pero en especial por el regalo que el amor que se tuvieron le dejó, su princesa Solange. Recogió el equipaje de mano y descendió. La cálida brisa lo hizo sentir que regresaba a sus orígenes, a ese lugar que lo reconfortaba por completo y del que prefería no alejarse, empero, los negocios no podían parar, y menos si eres el CEO de la empresa. Al salir de la zona de llegada, a lo lejos distinguió a Elías Santacoloma, su gusto por el buen vestir y el cuidado que le daba a su apariencia, lo caracterizaban desde pequeño. Las gafas italianas y el celular al oído le recordaron las fotografías de las revistas de moda. Llegó al Lamborghini del cual sólo habían producido sesenta y tres unidades, y por lo visto, Elías fue uno de los afortunados en tener el dinero y comprarlo. Abrió la puerta metiéndose en el puesto del copiloto y, sin importarle poner las ruedas de la maleta sobre el elegante tapizado, le dijo al propietario que se apurara. El gruñido de enojo de su amigo le importó poco. —Oye, lo mínimo hubiese sido un abrazo. —Hace un mes nos vimos, no veo porque pides tanta atención. Santacoloma sonrió, le encantaba el sarcasmo de su actual jefe y viejo amigo, Estefan Pujol. Entornando los ojos, descendió del coche para darle un rápido abrazo y preguntarle si ya podían irse. Elías Santacoloma asintió, ingresó al lado del piloto y pronto se encontraban en la carretera que los llevaría a los viñedos Kernel, a la hacienda que tras de la muerte de Sandra se convirtió en su refugio y luego en su hogar. El recorrido hasta su destino no tuvo mucha conversación, Santacoloma le entregó tan pronto salieron a la carretera una Tablet con los documentos que debía revisar, los puntos de venta en las ciudades reportaban buenas ganancias, pero el problema radicaba en la salida de capital que tenían por la vida de “niña rica” que se daba la nieta de Pieter, cada vez pedía más y no aportaba nada a la empresa. —¿Qué piensas hacer? El último cheque que se le giró equivalía a las ganancias del trimestre, es como si no entendiera que, si sigue de esa manera, no tendrá herencia en unos años. —Hablaré con Pieter, sé que va a ser duro —dijo con una mueca Estefan—, pero debe tomar decisiones, él es el dueño, yo hablaré como administrador, si no acepta poner un freno, renunciaré. Santacoloma afirmó, sabía que el ultimátum sería tenido en cuenta, la salida de Pujol llevaría consigo la deserción de Hugo Infante, Satine Coral y de él mismo; sintió pena por Pieter, pero la chica los estaba consumiendo. Miró hacía el puesto del copiloto, Estefan había cerrado los ojos, le esperaba una tarde dura, y más cuando viera a la bella Solange junto con los preparativos para su fiesta de quince años.

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