Dasha regresó a la mansión con una sonrisa falsa y una caja de bocadillos dulces en las manos. Planeaba instalarse en la cena, compartir anécdotas incómodas, y sembrar pequeñas dosis de veneno entre cada bocado. Nada demasiado directo, solo lo justo para incomodar a Natalia: algún comentario malicioso sobre Lida, alguna historia íntima sobre Ales que la dejara temblando por dentro. Pero apenas cruzó el recibidor, la sonrisa se le congeló. Ahí estaba Ales. De pie, con expresión impenetrable, vestido con su abrigo n***o favorito y varias maletas a sus pies. Daba órdenes al chofer con la firmeza de quien ha tomado una decisión irreversible. —¿Vas a salir de viaje? —preguntó, intentando sonar casual. Él la miró sin emoción, apenas una chispa de cansancio brillando en sus ojos. —Tú dijiste

