La pantalla del móvil se encendió por cuarta vez esa semana. Dasha Novakova. El nombre parpadeó como una tentación… o una advertencia. Richard no contestó de inmediato. Se puso de pie, caminando por el ventanal de su oficina en Sevilla. El atardecer teñía de rojo los cristales, como si el mismo cielo presintiera lo que se estaba gestando en su mente. Apoyó la frente contra el vidrio. ¿Por qué había vuelto a llamar esa mujer? ¿Por qué no lograba ignorarla? —“No me conviene”, murmuró con los dientes apretados. Pero el eco de su propia voz no le creía. Cuando finalmente atendió, Dasha hablaba como si nunca hubieran dejado de conspirar. —Richard… tengo algo que te interesa. Algo que puede devolverte lo que es tuyo. Natalia. Tu esposa. Ese nombre bastó para avivar todo lo que había

