El eco de lo que no fue

1512 Words
Las paredes blancas del hospital no ofrecían consuelo. Eran frías, impersonales, como si quisieran borrar cualquier emoción. Natalia las miraba sin realmente verlas, tendida en aquella cama donde el tiempo parecía suspendido. La luz del día apenas entraba por la ventana, dibujando sombras en el suelo. Una enfermera le había tomado la mano y le había dicho con voz suave: —Lo siento, señorita. El embarazo no continuó. Eso fue todo. Ni una palabra más. Ni una menos. El corazón de Natalia se contrajo, pero sus labios permanecieron sellados. Había aprendido a no gritar, a no llorar frente a extraños. A dejar que el dolor habitara en silencio, como huésped eterno. Su madre fue la primera en hablar. Con el alma rota reflejada en los ojos. Corrió hacia su hija, abrazándola sin importar los tubos, el monitor, ni la herida invisible que sabía que ya se abría por dentro. —Ay, mi niña… —susurró, acariciándole el cabello—. Mi pobre niña… Natalia no respondió. Su mirada estaba clavada en un punto muerto de la pared. No era odio, ni rabia. Era vacío. Media hora después llegó Richard. Iba despeinado, ojeroso, con el rostro marcado por lágrimas fingidas o reales. Su teatro de redención comenzó apenas cruzó la puerta. —¡Mi amor! Dios, ¿estás bien? Fue un accidente, no quise… no vi… ¡yo no quería! Se lanzó hacia ella, pero la madre de Natalia se interpuso. —Ni un paso más. Si tienes vergüenza, no te acerques. —¡Yo la amo! ¡No sabía que estaba embarazada! —Y aunque no lo supieras, ¿acaso eso te da derecho a empujarla? ¿A controlarla como lo haces? Richard la ignoró. Avanzó hacia Natalia. —Perdón. Por favor… no me dejes solo. Podemos volver a empezar… Natalia lo miró por primera vez. Fue una mirada seca, como si ni siquiera lo reconociera. —Vete —fue lo único que dijo, con un hilo de voz que aún sangraba tristeza. Él abrió la boca, pero su suegra lo señaló hacia la puerta con una frialdad que no dejaba espacio a discusión. —Largo. Richard se fue. No dijo más. No intentó pelear. Bajó la cabeza y desapareció por el pasillo. Tal vez porque, por primera vez, sintió que no tenía el control. Las siguientes horas fueron densas. Su madre no se movió de la silla junto a la cama. Le humedecía los labios, le acariciaba las manos, le hablaba como cuando era niña. Pero Natalia seguía ausente. A ratos, parecía dormida. A ratos, despertaba y una lágrima le rodaba sola, sin gesto ni quejido. El médico entró al atardecer. —Físicamente, está estable. Pero emocionalmente... —hizo una pausa—. Necesita contención. Y tiempo. —¿Puede irse pronto a casa? —Sí. En uno o dos días. Pero no debe quedarse sola. Y necesita tomar una decisión… porque si vuelve con ese hombre, lo que ha vivido puede repetirse. Su madre asintió, mirando a Natalia con una mezcla de angustia y determinación. Cuando el doctor salió, la mujer se inclinó y le susurró al oído: —Nos vamos a ir, mi niña. Voy a sacarte de aquí. De todo esto. Lo juro. Natalia no respondió. No aún. Pero esa promesa, entre el dolor y la anestesia, fue la única que pareció calar en su alma devastada. El silencio dolía. Pero el eco de lo que no fue… dolía más. Durante seis meses, su madre se instaló en su departamento. La excusa era ayudarla, pero la verdad era otra: protegerla. La mujer, ya entrada en los sesenta, era astuta, intuitiva y profundamente maternal. Sabía que Richard era un peligro, y no entendía cómo su hija, una mujer inteligente y amorosa, seguía allí. —Ese hombre te va a destruir, Natalia —le decía mientras le preparaba infusiones de tilo por las noches—. Ya te quitó lo más hermoso que tenías. ¿Qué más vas a esperar? Natalia no respondía. Bajaba la mirada y contenía el llanto. No sabía cómo irse. Tenía miedo. Miedo de las amenazas, de su propia dependencia, de no saber quién era sin él. Un día, su madre se sentó con ella y le habló con firmeza. —Tu padre te dejó un apartamento en Praga. No es grande, pero es tuyo. Allí nadie te conoce, nadie te grita, nadie te va a empujar. Empieza de nuevo, hija. Hazlo por ti… y por ese bebé que perdiste. Él merece que su madre vuelva a vivir. Las palabras calaron. La idea de Praga, al principio, parecía lejana, imposible. ¿Mudarse a otro país sola? ¿Renunciar a todo? ¿Empezar de cero? —Te vas a enfermar así —le dijo con ternura, colocando una tostada en su plato—. Hoy hace buen día, ¿por qué no salimos a dar una vuelta? —Richard no quiere que salga sin él. —¿Richard o tú? Natalia bajó la mirada. Su madre suspiró y se sentó a su lado. —Hija, no puedes seguir viviendo así. Esto no es amor. Esto es control, es violencia, aunque no te pegue todos los días. No te deja respirar. —No es tan malo… —murmuró, como quien intenta convencerse más a sí misma que al otro. —¡Te empujó estando embarazada, Natalia! ¡Perdiste a tu hijo por él! —Fue un accidente —respondió ella de inmediato, como un reflejo condicionado—. No fue su intención. —¡Claro que lo fue! —gritó la madre, con la voz quebrada—. ¿Y ahora qué, vas a esperar a que te mate? Un portazo las interrumpió. Richard había llegado antes de lo previsto. —¿Qué pasa aquí? —preguntó con una sonrisa tirante, escaneando la habitación con la mirada. La madre se levantó, tensa, pero firme. —Estábamos conversando. Natalia necesita aire, espacio. No puede vivir como una prisionera. —Ella no es prisionera de nadie —dijo Richard, caminando hacia Natalia—. ¿Verdad, amor? Natalia, atrapada entre ambos, asintió levemente. —Estoy bien —susurró, sin mirar a nadie. Richard sonrió, tomó su barbilla y la obligó a mirarlo. —¿Lo ves? Está bien. Solo necesita descansar. Mucha presión la ha puesto nerviosa. Luego miró a la madre con arrogancia. —Tal vez si no la llenaras de ideas... —Ideas como libertad, respeto o dignidad —interrumpió ella—. ¿Esas ideas? Richard contuvo una risa amarga. —Usted se va mañana. Este no es su hogar. No interfiera. —Mientras mi hija esté viva, yo voy a interferir. Esa noche, Natalia no habló. Solo lloró en silencio, boca abajo en la almohada, mientras Richard dormía como si nada ocurriera. Él le había dicho más tarde, en un tono cariñoso, que su madre era una mujer anticuada, manipuladora, que quería separarlos. Le juró que él era lo único bueno que ella tenía, que la amaba, que sin él no valía nada. Lo decía con una voz suave, pero sus manos la sostenían con fuerza por los brazos, dejándole marcas invisibles que dolían más que los moretones. Natalia no gritaba. No pedía ayuda. Guardaba todo dentro. Por miedo. Por vergüenza. Por la culpa que él le hacía sentir cuando lloraba. Pero algo dentro de ella comenzó a cansarse. Esa noche, frente al espejo del baño, con las luces apagadas y solo la luz del pasillo colándose por la puerta entreabierta, Natalia se miró a sí misma por primera vez en semanas. No se reconoció. Era solo una sombra. Pero esa sombra… estaba empezando a despertar. Porque a medida que los días pasaban, la idea se transformó en salvación. Comenzó a guardar ropa en maletas pequeñas, escondidas. Escaneó documentos, buscó vuelos económicos. Richard comenzó a notar su distancia, pero lo interpretó como sumisión. Nunca imaginó que la Natalia rota estaba planificando su fuga. Una noche, su madre le entregó un sobre con billetes en efectivo. —Te lo tenía guardado. Es tu pasaje a la libertad. Natalia lloró, aferrada a su madre. No dijo nada. No había palabras para tanto amor. La madrugada de su partida, empacó lo último. Dejó una nota simple: “Me voy. No me busques. No vuelvo.” Subió al taxi sin mirar atrás. El avión despegó al amanecer, y con él, se fue la mujer que durante tres años fue sombra de sí misma. El aeropuerto de Praga olía distinto. A vida. A posibilidades. Natalia respiró hondo, bajó la bufanda para dejar que el aire frío le rozara el rostro. Su padre había muerto, y nunca hablaba mucho de sus raíces checas. Solo dijo que, si algún día ella quería conocer el mundo, Praga sería un buen lugar para empezar. Nunca imaginó que lo haría escapando. Pero Natalia tampoco sabía, que la historia de su familia y la de un hombre llamado Alesso Dvorak estaban más entrelazadas de lo que jamás podría imaginar. Y en algún rincón de esa ciudad mágica, un reloj monumental marcaba el inicio de un nuevo destino.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD