Más tarde la oficina estaba en silencio. Las luces apagadas en casi todos los pisos. Solo una planta brillaba todavía, con dos sombras moviéndose en sincronía.
Natalia salió de su cubículo con el bolso al hombro, y Ales, que acababa de cerrar su despacho, caminó tras ella. No hablaron. No era necesario. El ascensor descendía lento, y aunque sus cuerpos todavía ardían por lo que acababa de pasar, mantuvieron una distancia profesional. Jefe y asistente. Dos ejecutivos más que cerraban el día.
Pero en el estacionamiento, al llegar a su auto, Natalia abrió la puerta del conductor y lo inesperado ocurrió: Ales se montó en el asiento del copiloto sin siquiera mirarla.
—Conduce —ordenó, con voz ronca, cargada de todo lo que había reprimido durante el día.
Ella lo miró un instante, sin pregunt
