Después de aquellas horas intensas con Natalia, Ales intentó concentrarse en mil asuntos, pero su mente volvía a ella una y otra vez. Su cuerpo aún la recordaba, su aroma parecía haber quedado enredado en su camisa, y la forma en que se rindió entre sus brazos le provocaba una mezcla peligrosa de deseo y ternura. No quería admitirlo, pero la extrañaba. Fue entonces cuando su móvil sonó, y al ver en la pantalla el nombre de su hija, su expresión cambió. Contestó con suavidad, sin esperar la espontaneidad con la que Lidia, entusiasmada, le anunció: —¡Papá, estoy aburrida! Extraño a Natalia. Le voy a decir al chofer de la abuela que me lleve a su casa. Ya le pedí a la nana que prepare mi maleta. Esta noche dormiré con mi amiga. Ales sonrió al escuchar la determinación infantil que conocía

