El almuerzo llegó puntual, servido por la asistente de confianza de Ales. No era ostentoso, pero sí exquisito: una crema de vegetales, carne a la parrilla con salsa de vino y una copa de agua con limón. Natalia se sorprendió por la elección tan equilibrada, como si hasta eso estuviese calculado. Comieron en la misma oficina, sentados frente a frente. Ales hablaba poco, observaba mucho. Ella intentaba centrarse en el plato, en los documentos que quedaban por revisar… pero la presencia de él era demasiado intensa, demasiado cercana. Durante un momento de silencio, mientras Natalia giraba ligeramente el tenedor entre los dedos, Ales fijó su mirada en su mano izquierda. Había algo ahí. Una sombra, una marca leve, como el recuerdo de un anillo que ya no estaba. Él frunció levemente el ceño.

