Mientras descendían las escaleras, Natalia iba adelante, sujetando suavemente el pasamanos. Ales la seguía en silencio, con las manos en los bolsillos y la mirada fija en lo que la ropa apenas permitía entrever: su figura delgada, su cabello suelto y brillante cayendo como seda sobre la espalda, sus manos delicadas con uñas bien cuidadas… Y cuando giró apenas el rostro, captó el perfil de sus labios carnosos, naturales, provocativos sin intención. Pero lo que más le llamó la atención no fue su apariencia, sino la forma en que bajaba la mirada cada vez que él se acercaba demasiado. Natalia era de esas mujeres que apenas sostenían la mirada a un hombre con autoridad. No por cobardía, sino por una especie de sumisión educada, respetuosa… o quizás por algo que la vida le había enseñado. Ya e

