Capitulo 4

1708 Words
Héctor y Jimie regresaron con Samuel una hora después, con aspecto destrozado y exhausto. Samuel no preguntó, porque sabía la respuesta. Había tenido suficiente experiencia en fiestas universitarias como para adivinarlo. Había llegado al punto de la noche en que la energía inicial de la bebida se había agotado y se sentía agotado, deseando que la visión borrosa se agudizara y volviera a sentirse más normal, más centrado. —Las fiestas universitarias son lo máximo, —dijo Héctor con entusiasmo, mientras Jimie reía disimuladamente. Se habían reunido con Samuel en la acera frente a la casa; dentro no había más que gente rezagada, parejas besándose y suficiente desorden como para darle escozor pensar en la limpieza del día siguiente, recogiendo las botellas, latas y colillas vacías, mientras esperaban un taxi que los rescatara del campus. Afuera, la calle estaba inquietantemente silenciosa, el cielo completamente n***o. Era un ambiente de paz, y era justo lo que Samuel necesitaba para despejarse. Al dejar a Joongwoo en lugar de buscar a Héctor y Jimie, sentado en el sofá, se dio cuenta de que estaba rodeado de desconocidos cuyas conversaciones se solapaban, que no sabían nada de Samuel y a quienes no les importaba que fuera uno más en la refriega, en la multitud. Se había vuelto sofocante, y Samuel tuvo que huir para respirar con más tranquilidad. Afuera, el aire era fresco y relajante. —¿Conociste a alguien interesante, Samu? —Héctor lo miraba como si llevara a Samuel a algún sitio. Probablemente quería que le dijera que él y Choi Joongwoo se habían llevado bien, que Héctor tenía razón, y que tendrían una cita mañana por la mañana. Como Joongwoo hacía citas. La mente de Samuel volvió a ese sillón, al chico en su regazo, la presión de los labios de Joongwoo contra su cuello en una exhibición inherentemente dominante, sus manos grandes y posesivas, a la vista de todos. No le importaba retorcerse con el público. No había forma de que Joongwoo tuviera citas. —Había un tipo que era un beta muy amargado, —respondió Samuel. —Vaya. Un beta amargado. Eso sí que suena bien. Jimie arrugó la nariz. —¿Fue él quien insistía en que los omegas lo tenían fácil porque todos querían follar con ellos? Samuel se rió. —Ese mismo, —dijo. —¿Tuviste la mala suerte de encontrarte con él también? —Dios, era el peor , —dijo Jimie. —Creo que me tenía catalogado como omega porque se me acercó y me preguntó si creía que todos los omegas eran superficiales y perseguían nudos. Como si Hochi no estuviera ahí. —Qué tipo tan raro —coincidió Héctor—. Además, Jimie tiene un novio beta muy sexy que puede satisfacer todas sus necesidades. Samuel no detuvo el sonido de asco que salió de su boca en respuesta. —Por favor, no vuelvas a decir eso delante de mí, jamás. —Ah, Sami, ¡pero es tan divertido molestarte! —se rió Héctor. Un coche se detuvo junto a la acera y Samuel entrecerró los ojos para verificar la app que le había pedido al conductor. Finalmente se dio por vencido y apuntó con su teléfono a Héctor y Jimie. —Dime que es el tipo correcto, —dijo, —porque no veo nada. —Sí, nos vamos a casa. —Héctor se puso de pie de un salto y le ofreció una mano a Jimie. Samuel, como era un soltero idiota, tuvo que levantarse. —¿Ah, Sami? Te vi hablando con Joongwoo esta noche y te llamó la atención. No puedes fingir. —No sé de qué estás hablando, —dijo Samuel, casualmente, y luego se dedicó a hablar con el taxista para confirmar que, de hecho, ese era su viaje y que no los iban a secuestrar. ••• A Samuel le gustaba pensar que odiaba las evaluaciones tanto como los alumnos del profesor Jim, porque a menudo le pedían que revisara trabajos, y era una tarea que consumía un par de horas. Lo que para ellos era trabajo, para él era trabajo, y al final del día, Jim lo devolvía con rotulador rojo, con altivez, como si hubiera participado en todo. Samuel intentó controlar la frustración que lo aquejaba y se levantó a preparar un café. Un café lo calmaría. Un café no le corregiría quince exámenes por arte de magia, pero sí lo calmaría. Encendió la tetera y esperó a que hirviera, golpeando el suelo con el pie con impaciencia. Debajo de él, se oyó el ruido de la puerta principal al cerrarse, y sonó música con bajos vibrantes. ¡Dios mío! Era lunes por la noche. Samuel no había visto ni rastro de su nuevo vecino desde que las cajas de cartón se apilaron hacía una semana aproximadamente, informando a todo el bloque de apartamentos de que alguien nuevo se había mudado, pero eso no le preocupaba. Prefería la relativa tranquilidad del edificio, la vida solitaria que llevaban, tan reservados. Su nuevo vecino, claramente, no seguía las mismas reglas. Samuel removió su café e hizo todo lo posible por ignorar la música, que lo distraía muchísimo, y al vecino desconsiderado que no tenía reparos en poner música escandalosa a las nueve de la noche. Se bebió toda la taza y la música no había parado. Si acaso, pudo oír a una pareja charlando, con el tono de sus voces excitado. Un chico y una chica, si sus sentidos no se equivocaban, y rara vez lo hacían. Agachó la cabeza e intentó concentrarse en la comprensión de la expresión armónica del estudiante. Después de unos diez minutos, la música finalmente bajó de volumen y respiró aliviado. La niebla en su mente comenzó a despejarse, excepto por nuevos sonidos provenientes del piso de abajo. Se puso rígido al primer gemido. Suave, silencioso, pero inconfundible, acompañado del sonido de besos húmedos. La pareja debajo de él había renunciado a la música en favor de algo mucho más emocionante, evidentemente. Samuel llevaba doce exámenes cuando los tiró a un lado, sumamente irritado. No le gustaba la confrontación más que corregir exámenes, pero pensó que ahora era el momento perfecto para dejar claro que ese tipo de comportamiento no se toleraba, no un día laborable y, mucho menos, cuando la mayoría del edificio se levantaba temprano cada mañana para ir a trabajar. Con un escalofrío, Samuel se dio cuenta de que su nuevo vecino podía ser estudiante: no era habitual que los estudiantes salieran del campus para buscar alojamiento, ya que el traslado a la universidad era un rollo, pero algunos lo hacían por el alquiler más barato. Samuel lo sabía por experiencia propia. Bajó corriendo las escaleras, con el oído alerta mientras los gemidos se amplificaban, los del chico y la chica se entremezclaban mientras su pasión se intensificaba. Se aclaró la garganta, acallando cualquier inquietud que amenazara con perder el control, y llamó a la puerta. Hubo una notable pausa entre los gemidos y los besos. Samuel intentó no sentirse superior, pero se alegró. No hubo respuesta, así que Samuel volvió a tocar y señaló. Fue más un martillazo que un golpe, para ser sincero. Oyó pasos arrastrados, y entonces la puerta se abrió de golpe. Choi Joongwoo lucía un chupetón recién salido a la vista, sin camisa y el ceño arrugado. Samuel ignoró su torso duro y musculoso, su vientre definido y la ligera capa de sudor que decoraba su piel, como si se hubiera esforzado. Ese cuerpo de bailarín en plena exhibición. La sorpresa se apoderó de las expresiones de Joongwoo, pero la controló con cuidado. —¿Puedo ayudar?, —preguntó, mirando hacia atrás, donde presumiblemente se encontraba la chica que hasta entonces había sido receptiva a sus movimientos. Estaba fuera de la vista, algo por lo que Samuel, en retrospectiva, estaba agradecido. No le importaba estar solo frente a Joongwoo, cuya reputación se estaba consolidando rápidamente para Samuel; los detalles completaban la imagen de un tipo al que le gustaba acostarse con cualquiera. Samuel no tenía problema con eso. Simplemente prefería que no interfiriera con su trabajo. —Vivo arriba, —explicó Samuel, esperando que eso guiara a Joongwoo hacia el punto que intentaba transmitir. —¿Te mudaste hace poco? —Sí, hace una semana más o menos —respondió Joongwoo, mirando hacia atrás. Un músculo de su mandíbula se tensó—. Oye, amigo, tengo compañía, ¿puedes volver otro día? Como si Samuel hubiera venido a charlar. Retrocedió visiblemente. —Estoy aquí porque tienes compañía —dijo—. Yo vivo arriba. Tú vives abajo. Puedo oír todo lo que pasa. —Tienes sentidos agudos, —dijo Joongwoo, impresionado. —Sí, claro —dijo Samuel, desestimando el cumplido con un gesto—. En fin, ¿te importaría bajar la voz? Estoy corrigiendo exámenes arriba. —Cierto, no eres estudiante —recordó Joongwoo—. ¿Lunes solo por la noche? Samuel ignoró la pulla y se dejó llevar. —Estoy trabajando, y me cuesta concentrarme cuando estás aquí... liado. —Ocupándome, —repitió Joongwoo, desconcertado. —¿Así lo llaman los chicos ahora? —Parecía haber restado importancia a su comportamiento distraído para burlarse de Samuel, quien no lo agradeció. ¿Acaso Joongwoo no se tomaba nada en serio? —Bromas aparte, te agradecería que hablaras en voz baja, —dijo Samuel. —Ha sido una distracción increíble. Esperaba que eso le hiciera ver a Joongwoo la importancia de no besar tan fuerte ni gemir tan fuerte (o lo que fuera que hubiera planeado, a Samuel le daba miedo pensarlo), pero Joongwoo simplemente sonrió, recorriendo con la mirada todo el cuerpo de Samuel, y dijo: —Listo. Nada de sexo duro, lo prometo. Samuel balbuceó, desconcertado por el comentario. Levantó la vista con los ojos abiertos, y Joongwoo lo saludó antes de cerrarle la puerta en las narices. ••• El colchón de Joongwoo no chirriaba, afortunadamente, pero Samuel escuchó mucho después para formular una imagen en su cabeza, de Joongwoo en la cama, embistiendo a su invitado, y todo lo que pudo escuchar fueron los jadeos entrecortados de Joongwoo y el gemido ocasional que salía de él. Se hizo muy poco trabajo esa noche.
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