Capítulo III

1910 Words
Me levanté temprano para alistarme y estar perfecta para empezar con el plan. Lachlan me había llamado anoche, no tenía idea de cómo se enteraba de las cosas pero el bastardo sabía que Zadquiel Michelakis me había dado el trabajo. Aderyn me abrazó junto con verme y sentí que todo lo que hacía estaba bien, esta niña es lo que más amo en el mundo. Le hice el desayuno y a medida que me deslizaba por la habitación de la cocina los chicos iban apareciendo. Sage entró sonriéndome pero fue Säde quien me habló. — ¿Lista para tu primer día de trabajo? —preguntó Säde curiosa. Siempre le mentía a los chicos respecto a lo que hacía, no era difícil hacerlo aunque me mataba a tener que ocultarlo. Säde siempre estaba dispuesta a ayudarme y Sage odiaba con todas sus fuerzas a Lachlan, siempre me lo había hecho saber y no quería meterlo en problemas. —Me muero por empezar. —Sabes qué cuentas conmigo para todo ¿Verdad? —me preguntó Sage y le sonreí adorándolo. Ojalá Sage pudiera protegerme, sin embargo nadie más que yo podía hacerlo y lamentablemente no era una cuestión sencilla. —Lo sé, Sage. En sus ojos vi algo pero él no hablo de nuevo. Había llegado la hora de enfrentarme a mi destino. —Cuida de Ady, Säde —le supliqué y ella entorno los ojos porque decía que todos los días era lo mismo pero no podía evitarlo—. Y tú pórtate bien. Señalé a mi princesa y ella corrió a mis brazos para dejar un beso en mi mejilla. —Siempre —susurró ella. —Te amo. —Yo más. Los chicos sonrieron ante nuestro intercambio y luego me despedí de ellos con un abrazo. —Volveré antes de que tengas que irte a la uni, Säde. —Está bien —contestó ella. Al llegar a la entrada me miré en el espejo de cuerpo completo que había allí percatándome de cada detalle que pudiera estar mal. Por suerte todo estaba en su lugar. Tomé un taxi que me dejó en la empresa y como ya lo había hecho antes mi corazón saltó en mi pecho aunque trate de no darle importancia a mí extraño comportamiento. La chica de la recepción pareció verdaderamente sorprendida al verme otra vez pero correspondió a mi saludo aún atontada. Presioné el botón para llamar al ascensor captando el aroma a café y pan que probablemente venía de la cafetería. En cuanto giré mi cabeza esta estaba a simple vista a la izquierda y pocas personas se encontraban allí. Casi pude saborear el pan de miel que olía divino pero el sonido del ascensor me trajo de vuelta a la realidad. Por suerte no se encontraba nadie en este por lo que subí rápido a mi destino. En el momento que las puertas se abrieron dejándome en el piso correspondiente no supe si reportarme primero con el jefe o dejar mi bolso sobre el escritorio. La noche pasada él no me había dado ninguna indicación así que di 15 pasos contados a su oficina y toque la puerta, enseguida su refrescante vos me llegó a los oídos ocasionando que involuntariamente suspirara. Sin embargo me encontraba nerviosa y me odiaba por ello. —Adelante —su voz con matices oscuros me golpeó y tuve que recomponerme para entrar y que él no notará lo que me hacía. Aunque ni yo aún lo entendiera. Su imagen recostado a la silla detrás de su escritorio con aspecto seductor, cabello levemente revuelto y enfundado con un traje caro me recibieron casi haciéndome salivar y me regañé en mi interior. Es tu misión Alenka, tu víctima. Pero al parecer mi cuerpo no lo entendía de ese modo. No sé dignó a mirarme, sus ojos estaban sobre unos papeles en el escritorio sin embargo sabía que había determinado mi presencia, sabía quién era y sus palabras me lo confirmaron un segundo después. —Entonces señorita Torres, llega tarde y se da el lujo de quedarse ahí de pie mirándome. No parece propio de una secretaria con tan buen currículum como usted. Al fin sus orbes conectaron con las mías creando una conexión palpable pero creo que solo para mí. —Lo siento —alcancé a decir dándome una cachetada mental avergonzada por como estaba actuando. La verdad nunca me había pasado esto, el sentirme así y me desconcertaba. —Voy a empezar de nuevo, buen día jefe ¿Qué quiere que haga por usted? Su lengua lamió su labio inferior de una forma abrumadoramente sexy que me dejó sin aliento por un segundo a la vez que captaba cuando su mirada oscura me recorrió tan rápido que creí imaginarlo, pero no lo había hecho ¿No? —Tarde, señorita Torres. Espero la puntualidad en mis empleados, no hay favoritismos mucho menos para la secretaría de presidencia. »Incluso antes de que yo esté aquí lo debe estar usted. Como dije en la entrevista, usted es mis ojos, oídos y manos en la empresa así que debe dar una buena impresión. Tome mi agenda y reprogramela, agregue una semana más a esta. Hallie, la secretaría de Sebastos Katsaros, te dará las indicaciones ¿Entendido? —Entendido jefe ¿Algo más? Mi mirada en él no vaciló tratando de no lucir intimidad Y aunque no tenía la más mínima idea de quién era Sebastos Katsaros, probablemente debía estar anotando en la carpeta de Lachlan me había dado. —Un café con leche, con una cucharada de azúcar. Asentí para después darme la vuelta y en cuanto lo hice él volvió a llamarme. —Señorita Torres, espero que no se repita. —No volverá a pasar señor Michelakis. Afirmé sin embargo él ya no me miraba, así que decepcionada volví mi camino a la salida aunque no sé si era paranoica pero creí sentirlo mirarme fijamente. Cerrando la puerta detrás de mí me recriminé el ser tan débil. Detestaba comportarme como una colegiala frente a él, era una debilidad y yo no tenía ninguna... O eso aparentaba. —No más Alenka. — ¿Conociendo al jefe? —dijo una voz detrás de mí e inevitablemente di un respingo de susto al se atrapada pero una vez que me giré el rostro sonriente del hombre por alguna razón me tranquilizó. —Supongo que eres la nueva secretaria del ogro —dijo burlón y yo sonreí de inmediato—. Yo soy Sebastos Katsaros, vicepresidente de Michelakis Corp. Y mejor amigo de la bestia de allí adentro. Si te hizo enojar hoy que es tu primer día y a esta hora de la mañana te ruego paciencia, él no es nada fácil. —Dios, no. »Voy llegando, es un placer conocerlo señor Katsaros, soy Alina Torres —dije presentándome para estrechar su mano—. Me dijo que su secretaria me dará indicaciones. Él me sonrío aún más. —Hallie está cruzando el pasillo, no te dejes vencer por su mal humor Alina, él es así con todo el mundo. No miento. Me despedí de él por fin entendiendo que la actitud del jefe no era específicamente para mí sino para todo el mundo en general. Probablemente era uno de esos ricos obstinados pretenciosos lo que me hizo querer destruirlo aunque no lo conocía tan bien, además todo esto no lo hago por destruir a Michelakis sino para salvar a Aderyn. Caminé en dirección a donde Katsaros me había indicado pensando cómo dos personas tan distintas podrían tener una amistad. Sebastos parecía ser alegre, conversador además de vivaz. Cosa completamente distinta a Zadquiel Michelakis, duro como el granito, parecía que hablaba solo para mandar y por lo que sabía, vivía para trabajar. Pero planeaba conocer su más sucio secreto y destruirlo, amenazarlo para que me diera lo que yo más anhelaba. Salvar la vida de mi hermana. * Después de conocer a Hallie quien rápidamente me recomendó llevarle su café al jefe pues de no ser así se pondría de “mal humor”, como si ese hombre pudiera estar de buen humor alguna vez. Ya después de no recibir ninguna queja sobre el café lo dejé con Sebastos, mientras la mirada de ambos estuvo sobre mí hasta que salí de allí poniéndome incomoda pero me esforcé para que no lo notarán caminando como si la oficina fuera una especie de pasarela y yo fuera la modelo principal. Hal como era llamada por su hermana me indicó los cambios dentro de su agenda y me agregó una que otra cosa que me ayudaría con él. —Señorita Torres, a mi oficina —me llamó por el intercomunicador y de inmediato lo obedecí. Según la información de Lachlan al jefe le gustan las mujeres obedientes, sumisas y coquetas sin llegar a ser vulgar. Nunca se le había visto con una empleada pero obviamente yo iba a romper con eso. —Ya estoy aquí señor Michelakis. —Archiva estos documentos en tu computador —dijo entregándome los papeles a archivar—. necesito que consigas un vestido adecuado para la celebración de accionistas mañana, vas a acompañarme. Conocerás más sobre nuestro vino. Otra cosa, no me pases llamadas de Sabella Araya. »Puedes irte. Sabella Araya. Su nombre se repetía en mi cabeza tratando de memorizarlo. ¿Sería está la causante de algún sucio secreto de Michelakis? Cuando llegara a casa le preguntaría a Lachlan sobre ese nombre. Más tarde Hallie me invitó a almorzar alegando que la comida del restaurant frente a la empresa era el mejor así que la seguí pero mis ganas de comer pan de miel no murieron. Durante el almuerzo pude sacarle información a Hallie y a su gruñona hermana gemela Hana sobre Zadquiel sin embargo no me había nada interesante, solo tonterías que le gustaban aunque en mi cabeza las guardaba para sumar puntos. El resto de la tarde lo pasé recibiendo llamadas, archivando documentos y diciéndole al jefe qué tenía que hacer en una hora específica. Tan jodidamente aburrido. Comenzaba a detestar este trabajo pero solo pensar en Ady hacía que todo valiera la pena. Finalmente llegó la hora de ir a casa pasada las cinco, me despedí de Michelakis pero no siquiera se inmutó frustrándome en el acto. ¿Qué tenía que hacer para llamar la atención de ese tipo? Bufé por lo bajo esperando el autobús porque ya no me alcanzaba para el taxi. Tenía el dinero contado además necesitaba pagar las medicinas de Ady. Me crucé de brazos no sin antes mirar la hora, Säde debía estar en la universidad a las seis y media así que debía ser rápida. De repente la bocina de un auto sonó detrás de mí y al girarme encontré los ojos de mi jefe mirarme sin expresión. Él es oportuno. Pensé con sarcasmo pensando cómo deshacerme del tipo. Lentamente caminé hacia su auto mientras él bajaba el vidrio. —Sube —dijo sin más, como una orden. Él estaba muy acostumbrado a mandar y yo a obedecer a regañadientes pero estaba vez no tenía ni tiempo ni dinero. —No puedo, espero a alguien, jefe. Una vez más me miró de esa forma intimidante como si quisiera leer detrás de mis pensamientos. —Muy bien. Fue lo único que dijo y lo contemplé irse tan rápido como había llegado. Dejé escapar el aire retenido de mis pulmones deseando que el autobús llegara al fin y gracias a Dios cinco minutos después apareció.
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