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Tom y su infierno

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Blurb

El misterioso y atractivo profesor Tom Kauz, reconocido CEO es un hombre torturado por su pasado y orgulloso del prestigio que ha conseguido, aunque también es consciente de que es un imán para el pecado y, especialmente, para la lujuria. Cuando la virtuosa Sarah Mitchell se matricula en el máster que Tom imparte en la Universidad de Toronto, la vida de éste cambia irrevocablemente. La relación que mantiene con su nueva alumna lo obligará a enfrentarse a sus demonios personales y lo conducirá a una fascinante exploración del sexo, el amor y la redención. Con ingenio y sarcasmo, deberá enfrentar su propio infierno carnal.

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Capitulo 1
dirigió una sonrisa deslumbrante, mientras respondía a su pregunta con todo detalle, gesticulando mucho con las manos mientras citaba a Dante en italiano. Al terminar, dedicó una sonrisa ácida a la recién llegada, se volvió de nuevo hacia el señor Kaulitz y suspiró. Lo único que le faltó fue rodar un poco por el suelo y frotarse contra su pierna para demostrarle que nada la haría más feliz que ser su mascota. (Aunque a él no le habría gustado nada que lo hiciera.) El profesor frunció el cejo de manera casi imperceptible a nadie en particular y se volvió para escribir en la pizarra. El conejito asustado parpadeó con fuerza varias veces mientras seguía tomando apuntes, pero gracias a Dios no lloró. Más tarde, mientras el señor Kaulitz seguía hablando sin parar sobre el conflicto entre güelfos y gibelinos, un trozo de papel doblado apareció sobre el diccionario de italiano del conejito asustado. Al principio ella no se dio cuenta, pero un nuevo «ejem» hizo que se volviera hacia el guapo joven sentado a su lado. Esta vez él le dedicó una sonrisa más amplia y le señaló la nota con los ojos. Al verla, ella parpadeó sorprendida. Vigilando la espalda del profesor, que no dejaba de rodear con círculos palabras italianas, se llevó la nota al regazo y la abrió discretamente. Kaulitz es un asno. Aunque nadie que no hubiera estado observándola se habría dado cuenta, al leer la nota se ruborizó de un modo distinto. Le aparecieron dos nubes de color rosa en las mejillas mientras sonreía. No fue una sonrisa de las que dejan los dientes al descubierto, ni de las que hacen aparecer arrugas de expresión ni hoyuelos, pero era una sonrisa. Se volvió hacia su vecino, que le sonrió a su vez, franco y amistoso. —¿Algo divertido que quiera compartir con nosotros, señorita Mitchell? Los ojos de la nueva alumna se abrieron aterrorizados y la sonrisa de su nuevo amigo desapareció de su cara al volverse para mirar al profesor. Sin atreverse a enfrentarse al señor Kaulitz, ella bajó la cabeza y se quedó inmóvil, mordisqueándose el labio inferior. —Ha sido culpa mía, profesor. Le estaba preguntando por qué página íbamos —dijo el chico, tratando de protegerla. —Una pregunta poco apropiada para un estudiante que está preparando el doctorado, Paul. Pero ya que lo preguntas, estamos empezando el primer canto. Espero que seas capaz de encontrarlo sin la ayuda de la señorita Mitchell. Ah, y ¿señorita Mitchell? La cola del conejito asustado tembló un poco al levantar la vista hacia él. —La espero en mi despacho después de clase. —Si estaba hablando por teléfono, hiciste bien en no interrumpirlo. Esperemos que así fuera. Si no, diría que te has metido en un lío. —Enderezó la espalda y cruzó los brazos—. Si la cosa va a peor, avísame y veré qué puedo hacer. A mí no me importa que me grite, pero no quiero que te grite a ti. «Porque, a juzgar por tu aspecto, te morirías del susto, conejito asustado.» Le pareció que ______ iba a decir algo, pero finalmente guardó silencio. Con una débil sonrisa, la joven asintió y se dirigió a los casilleros en busca del correo. Casi todo era propaganda. Había algunos comunicados internos del departamento, entre ellos, uno de una conferencia pública del profesor Tom Kaulitz titulada «La lujuria en el Infierno de Dante: el pecado capital contra el Yo». _____ leyó el título varias veces antes de ser capaz de asimilarlo. Luego empezó a canturrear en voz baja. Lo siguió haciendo mientras leía una segunda circular que avisaba de que la conferencia del profesor Kaulitz había sido aplazada. Y no dejó su canturreo al ver una tercera nota, en la que se avisaba de que todos los seminarios, citas y reuniones del profesor Kaulitz quedaban cancelados hasta nuevo aviso. Finalmente, alargó la mano para alcanzar una nota doblada que estaba al final del casillero. La desdobló y leyó: Lo siento. ______ Mitchell Sin dejar de canturrear, se preguntó por qué el profesor le habría devuelto la nota que le dejó en la puerta del despacho. Pero su canturreo se detuvo en seco, igual que su corazón, al darle la vuelta al papel y ver lo siguiente: Kaulitz es un asno. ridícula abominación de mochila le estaba sirviendo para la noble tarea de tapar lo que la camiseta y el sujetador empapados no podían estar cubriendo ya. «Chúpate ésa, profesor Kaulitz.» Mientras caminaba, reflexionaba sobre lo que acababa de pasar. Se había preparado haciendo las maletas la noche anterior, pero, sinceramente, había esperado que él la recordara. Había esperado que volviera a mostrarse amable. Pero se había equivocado. No le había dado oportunidad de explicar su colosal metedura de pata con la nota. Y, para empeorar las cosas, había malinterpretado sus intenciones al ver las flores y la nota, y la había expulsado del curso. Todo había terminado. Ahora tendría que volver a la casita de John en Selinsgrove con el rabo entre las piernas. Y cuando él lo descubriera, se reiría de ella. Los dos se reirían de ella juntos. De la tonta de______. ¿Había creído que podía marcharse de Selinsgrove y convertirse en alguien? ¿Pensaba que podría llegar a ser profesora universitaria? ¿A quién quería engañar? Todo había terminado... al menos durante ese curso. _______ miró la destrozada y empapada mochila como si se tratara de un bebé y la abrazó con fuerza. Tras su despliegue de torpeza e ineptitud, ya no le quedaba nada, ni siquiera su dignidad. Y haberla perdido delante de él después de todos esos años era demasiado. No podía soportarlo. Se acordó del solitario tampón debajo del escritorio y supo que cuando él se agachara para recoger su cartera, la humillación de ella sería completa. Al menos, no estaría allí para presenciar su reacción de sorpresa y de asco. Se lo imaginó desmayándose del disgusto. Literalmente. Se lo imaginó tumbado sin sentido sobre la preciosa alfombra persa. A unas dos manzanas de su casa, tenía la larga melena castaña pegada a la cabeza y sus pies chapoteaban dentro de las zapatillas deportivas. Era como si estuviese debajo de un canalón de agua. Los coches y autobuses pasaban por su lado mojándola aún más, pero ella no se molestaba en apartarse de las olas que levantaban. Al igual que los disgustos que daba la vida, _____simplemente las aceptaba. En ese momento, otro coche se acercó a ella, pero al menos éste redujo la velocidad para no empaparla más. Vio que se trataba de un Jaguar n***o, que parecía nuevo. El coche siguió frenando hasta detenerse por completo. La portezuela del acompañante se abrió y una voz masculina gritó: —Suba. _____ dudó. No creía que el conductor se estuviera refiriendo a ella. Miró a su alrededor, pero era la única idiota que estaba caminando por la calle bajo aquel aguacero. Curiosa, se acercó. No tenía intenciones de montarse en el coche de un desconocido, ni siquiera en una tranquila ciudad canadiense, pero al agachar la cabeza se encontró con dos penetrantes ojos cafeces que la miraban desde el asiento del conductor y se acercó un poco más. —Pillará una pulmonía y se morirá. Suba, la llevaré a casa —dijo él con una voz mucho más suave. Era casi la voz que ______ recordaba. Así que, por los buenos tiempos y no por otra cosa, subió al vehículo y cerró la puerta, pidiendo disculpas en silencio a los dioses de los Jaguars por mojar su tapicería de cuero n***o y sus alfombrillas inmaculadas. Dejó de rezar al oír los acordes del Nocturno op. 9 núm. 2 de Chopin. Siempre le había gustado esa pieza, pensó sonriendo. Se volvió hacia el conductor. —Muchas gracias, profesor Kaulitz.

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