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Seducida por el Jefe

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Una noche. Eso era todo lo que se suponía.

Sin compromisos. Sin nombres. Sin consecuencias.

Hasta que dos líneas rosas cambiaron mi mundo para siempre.

Pensé que una prueba de embarazo positiva ya era bastante…

Pero entonces apareció *él*: el hombre imposible de olvidar.

Mi aventura de una noche resultó ser Noah Hudson, el CEO dominante que ahora… es mi jefe.

Este trabajo es mi oportunidad soñada, mi única vía para construir el futuro que anhelo.

Pero cuando Noah me mira con esos intensos ojos azules y esa voz grave me hace temblar... resistirme se vuelve una batalla perdida.

Él es arrogante, atractivo, y está acostumbrado a tenerlo todo a sus pies.

Pero no esperaba que la mujer que una vez tuvo entre sus brazos… ahora llevara a sus TRILLIZOS.

No puedo permitir que nada derrumbe lo que apenas empiezo a construir.

Pero ¿cómo se resiste una al hombre que podría tener el mundo, y aún así decide arrodillarse… por ti?

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Capítulo 1
Un tiempo atrás... Me duele la cabeza. ¿Dónde diablos estoy? La luz se filtra en la habitación, haciendo que el dolor en mi cabeza pase de un seis a un diez en cuanto abro los ojos. —Oh, Dios —gimo. El alcohol de anoche aún persiste en mi aliento. Asqueroso. Las Vegas. Todavía estoy en Las Vegas. En mi habitación de hotel. Aunque no sé cómo volví aquí anoche. La habitación, lujosa hasta el punto de ser cursi, está decorada con tonos rojos, satén y el tipo de arte en las paredes que uno esperaría en una suite del Viejo Las Vegas. La idea de alguien sobre lo que es "con clase", pero no la mía. Cuando la reservé, me pareció una buena broma. Se oye un ronquido a mi lado. Me quedo congelada y giro la cabeza para mirar la figura dormida junto a mí. A través del espesor de mi resaca, me doy cuenta de que el peso sobre mi pecho es el brazo muerto de él. Puedo oler el alcohol en su aliento con la misma claridad con la que lo huelo en el mío. Oh, por Dios. ¿Cómo demonios llegamos hasta aquí? La niebla de mi resaca empieza a disiparse y la noche anterior comienza a regresar a mi memoria, poco a poco. Estudio al hombre en la cama junto a mí. ¿Cómo se llama? Algo con N. ¿Nick? ¿Noel? ¿Adrián? Tengo tanto miedo de despertarlo que apenas me atrevo a respirar, aunque me muero por suspirar al verlo. Es guapísimo. Nada de lo que bebí anoche exageró ese hecho. Y no solo es guapo, también hizo cosas deliciosas bajo las sábanas tan pronto como me sacó del vestido de novia. ¿Me arrepiento de haberme acostado con él por eso? No. ¿Cómo podría? Me sonrojo hasta los dedos de los pies. Si no me sintiera tan nauseabunda y hecha polvo, podría despertarlo para una segunda ronda. Es absolutamente precioso. Me encontró sentada sola en el bar del hotel anoche y estuvo más que feliz de consolarme mientras lloraba sobre mi copa de chardonnay, tratando de no derramarla sobre mi vestido de novia—un vestido que terminó siendo para nada. Dios, qué vergüenza. Aunque no se diera cuenta de lo ridícula que fui anoche, lo hará hoy. Solo pensar en lo tonta que me comporté y las cosas que dije ya es humillante. Tengo que salir de aquí antes de que despierte y me vea así—una desastrosa y triste ruina. Ayer era una novia triste abandonada en el altar que él encontró en el bar. Ahora soy una novia colgada, con resaca, hecha un desastre. No voy a quedarme para la incómoda conversación matutina con un desconocido que recogí en un bar de Las Vegas después de que mi maldito prometido huyera y me dejara plantada. Respiro hondo y empiezo a moverme lentamente para salir de debajo de su brazo. Gracias a Dios que no hay nadie aquí para verme retorciéndome como una anguila medio sedada. Libero una pierna y la bajo hacia el suelo para estabilizarme. Por desgracia, la cama está tan alta que por más que estiro los dedos del pie, no consigo tocar la alfombra. Ni un experto en desactivación de bombas podría haberse movido con tanto cuidado como yo lo hago al lograr finalmente liberar su brazo. Mi breve momento de triunfo se esfuma cuando caigo de lado fuera de la cama y aterrizo de espaldas con un gruñido. La caída me deja sin aire y hace que la habitación gire tan rápido que me cuesta todo no vomitar. Pero no voy a vomitar. No, señor. No con un hombre sexy durmiendo justo encima de mí. Contengo la respiración tanto como puedo hasta que consigo dominar la oleada de náuseas. El mundo se inclina cuando me siento. Mi cabello, que antes estaba cuidadosamente rizado, cae sobre mis ojos apagados. Reúno fuerzas para ponerme de pie. Todo me da vueltas, y tengo que dar unos pasos tambaleantes hasta apoyarme contra la pared. Santo cielo, todavía estoy borracha. Pero no puedo detenerme. Tengo que salir de aquí. Recojo mis cosas y me pongo la ropa. Solo había empacado una bolsa pequeña, pero cada segundo que paso recogiendo todo y metiéndolo en mi mochila me hace temblar el corazón y revuelve el estómago. Mantengo un ojo en la cama mientras tropiezo por la habitación buscando pertenencias que haya podido olvidar. No hay manera de que recuerde todo. No con el cerebro encurtido en vodka. Mi corazón no deja de martillar hasta que abro la puerta, con los zapatos y la mochila en la mano. Suspiro y salgo despacio. Le echo una última mirada al desconocido, permitiéndome un último escalofrío de placer por la noche que pasamos juntos. Luego, cierro la puerta lentamente tras de mí. Gracias a Dios que no tengo que volver a verlo nunca más. En la actualidad Ariana —Y esta es la cocina. Sigo a la gerente de Recursos Humanos dentro de la cocina de las oficinas de Concept Media, haciendo todo lo posible por parecer atenta. Espero que la mujer no note la mancha de café en mi camisa ni el hecho de que no me he dirigido a ella por su nombre ni una sola vez. No puedo recordar cómo diablos se llama. De hecho, ni siquiera sé qué ha estado diciendo en los últimos diez minutos, porque he estado tan concentrada en intentar recordarlo. ¿Marsha? ¿Mary? ¿O tal vez Amelia? —Puedes usar el refrigerador —dice la mujer—. Pero pedimos que etiquetes tu comida, o la recepcionista tirará todo lo que no esté marcado el viernes. La gerente de RR. HH. sigue diciendo “la recepcionista” en lugar de usar su nombre. Tal vez ni siquiera ella lo sabe, la pobre chica. Solo la idea me deprime. Tal vez porque me veo reflejada en ella. Realmente esperaba conseguir el trabajo en el departamento de arte para el que me entrevisté. Pero en su lugar me ofrecieron un trabajo de asistente. Parece justo, considerando la suerte que he tenido este último año. En vez de trabajar en diseño gráfico o algo parecido —para lo cual estoy calificada—, voy a pasar mi tiempo trayendo cafés y haciendo fotocopias. Después de semanas buscando empleo y solo otra entrevista que nunca devolvió la llamada, no podía darme el lujo de decir que no cuando me ofrecieron el puesto. Así que aquí estoy. Debería estar agradecida, sinceramente. Al menos dejaron claro que podría ascender al departamento de arte… eventualmente. Una parte de mí cree que eso fue solo un gancho para hacerme entrar. Quizás eso debería hacerme sentir mejor, pero no lo hace. Este trabajo podría ser peor. Podría ser una recepcionista sin nombre. Ella se vuelve hacia mí con una sonrisa amable. —¿Quieres café? No, no quiero café, pero me siento obligada a aceptar. Ojalá no tuviera esta tendencia a complacer a todos. Pero ahora no es el momento para combatirla. No cuando estoy sudando a mares y tan nerviosa. Anoche no pude dormir, imaginando todas las cosas que podrían salir mal: que no sonara el despertador, llegar tarde, dejar mi billetera en casa… Olvidar el nombre de la mujer de Recursos Humanos. —Claro, aceptaré un poco de café —digo con una sonrisa. —Tenemos una estación de café aquí afuera —dice ella. Me guía por otra puerta que da a la cocina y rodeamos una esquina. Efectivamente, hay una estación con una cafetera automática de dosis individuales. Cremas saborizadas, vasos y pajillas revolvedoras están organizados en pequeños compartimentos sobre el mostrador. Hay un par de personas agrupadas alrededor: dos hombres con las corbatas aflojadas y las mangas arremangadas. Concept Media parece un lugar formal, pero no demasiado. Eso me gusta mucho. —Él es Miles, y él es Gavin —dice la gerente de RR. HH., señalando a uno y luego al otro—. Miles trabaja en IT, y Gavin en el departamento de Arte. —Mucho gusto —digo con una leve inclinación de cabeza, con una sonrisa pegada en la cara. Espero parecer amable. Atenta. Lista para ser la mejor empleada del mundo. Todavía no conozco a mi nuevo jefe, y podría aparecer en cualquier momento. El señor Adrián Keller, Gerente de Marca. —Ella es Ariana Vance —dice la gerente, señalándome—. Estará trabajando con Adrián, por ahora. —Ah, muy bien —dice uno de los hombres. Miles, creo, pero no estoy segura. Ambos se parecen un poco. ¿Por qué estoy tan nerviosa? Pienso en mi hijo, Jeremy, y entrelazo fuertemente las manos. Respiro tan profundamente como puedo, sonriendo todo el tiempo. Jeremy es la razón por la que estoy aquí. Todo va a salir bien. Tiene que salir bien. Tengo que tragarme el orgullo y hacer este trabajo de asistente por un tiempo —solo hasta que pueda conseguir uno en mi campo—, ya sea aquí en el departamento de Arte o en otro lugar. Todos tenemos que empezar por algún lado, ¿cierto? —Tú primero —dice la gerente. Se hace a un lado para que yo pueda llegar a la cafetera. Tomo la primera cápsula que tocan mis dedos en el carrusel—sabor a avellana con chocolate—y la coloco en la máquina. —Escuché que Adrián consiguió otra cuenta enorme —dice Gavin. Mis oídos se agudizan de inmediato. Deben estar hablando de mi jefe. —No me digas —responde el otro—. Ese tipo las consigue todas. —Silba en voz baja y se ríe—. Me alegra estar en IT. Así no tengo que competir con ese tipo por nada. —En serio. Tiene todo bajo control. Solo lleva tres años aquí y ya lo han ascendido cuatro veces. Luego sonríe y se dirige a mí: —Te espera un buen desafío, Ariana. Diane carraspea. Parece una advertencia. —¿De dónde vienes? —pregunta el otro. —Ah, acabo de mudarme aquí —respondo, sonriendo por encima del hombro—. Antes trabajaba en una firma contable en Olympia, Washington. —¿Y qué te trajo a Las Vegas? —Necesitaba un cambio. Mi hermana vive aquí, así que decidí probar suerte. —Pues, bienvenida. Ahora que ya han cumplido con la cortesía, se alejan y vuelven al chisme de oficina. Ojalá hubieran seguido hablando de mi jefe para poder enterarme de algo más. Si la señora de RR. HH. no estuviera a mi lado, les habría pedido detalles sobre el señor Keller. Me hago a un lado para que ella pueda acceder a la cafetera, mientras revuelvo mi café con un par de cremas. —No está mal —comento. Rara vez tomo cafés saborizados. —Es bastante decente —dice ella—. Normalmente no me gusta el café instantáneo, yo soy de las que hace café con filtro, pero en una emergencia, esto sirve. Nuestra última oficina tenía una cafetería en el vestíbulo, y eso era tan conveniente… —Me lo imagino —respondo, manteniendo la sonrisa. Las conversaciones triviales son dolorosas. —Diane —dice una voz detrás de mí. ¡Ah! Diane. Así se llama. Estoy en mitad de un sorbo cuando giro para ver quién se acerca. Escupo el café justo sobre el hombre que está parado frente a mí. —¡¿Pero qué carajos?! —exclama él, mirando el café con sabor a avellana y chocolate derramado sobre su ropa carísima. Es él. El tipo de Las Vegas. La aventura de una noche que puso fin a todas las aventuras de una noche. El hombre más sexy que he visto en mi vida, y con quien además me acosté. El esquivo. El sin nombre. Durante los últimos siete años ha sido solo un sueño.

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