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2502 Words
Emma Pellizqué mi brazo y me quejé del dolor. Una enfermera que pasaba me observó como si estuviese loca y puede que lo estuviera, pero no, no era un sueño. Estaba despierta y estaba pasando, esto estaba sucediendo. ¿Cómo pasó? Maldición, sabía cómo había pasado, pero quería el por qué, nos cuidábamos. ¿Cómo se supone que haré? No quiero estar con Nicolás y jugar a la casita feliz, no quiero dejar mi vida y formar un falso cuento de hadas. No, yo quería amor de verdad, ese que te llena el cuerpo de adrenalina y pasión. Suponiendo que eso existía, esperaba que lo hiciera, porque en todos estos años no lo había sentido. Ni siquiera con el padre de mi futuro hijo o hija. ¡Joder! Camino al complejo de la facultad, vivo aquí desde que empecé a cursar hace tres años. Pertenece de alguna manera a la universidad, esta los maneja y administra, solo hay un número de edificios y cada uno tiene al menos veinte habitaciones compartidas. El lugar es enorme, está rodeado de pasto y caminos que desembocan en un edificio más grande en el centro: sección alumnos. Joder. La universidad, mis obligaciones, las clases, mis últimas materias. Hoy no fui, llevaba días sintiéndome mal, descompuesta y con un cansancio excesivo. Pensé que era estrés, siempre estoy acelerada, a mil revoluciones por minuto, pensando en todo, observando todo, nunca falto a clases, tengo todo al día, incluso adelantado, soy organizada, meticulosa, siempre tengo todo de la forma en que debe ser. “Pero no tu sistema reproductor.” La vocecita en mi cabeza volvió. — Bien, mi vida se acaba de convertir en un caos. Actualmente me encuentro cursando el último año de logística empresarial, ya tengo el título de marketing y tenía la leve esperanza de salir de Seattle y trabajar en alguna empresa importante en Europa. Siempre quise vivir allí, aprendí castellano y catalán solo para poder irme. Tenía algunos planes. Planes… no se puede hacer planes. — ¿Todo esto es porque fui promiscua? —miré al cielo —¿Es eso? — ¿Qué? Un chico que pasaba por mi lado ahora me observaba curioso, sus ojos no se despegaban de mi rostro, estaba analizando mis palabras y yo esperaba que no hubiese escuchado todo lo que dije, en verdad lo esperaba. — ¿Qué? —respondí fingiendo demencia. — Acabas de hablar —parpadeé. — ¿Yo? — Tú. — No, no creo. Seguí caminando, asegurándome de dejar mi boca cerrada, manteniendo mis ojos en el camino y evitando mirar a alguien, porque sentía que colapsaría. Entro en mi habitación con la cabeza dando vueltas, mis piernas responden lo básico como para dejarme caer boca abajo en la cama. Pensé que era estrés, tomo anticonceptivos y una sola vez no usamos preservativo. Supongo que ahí recae la efectividad de las pastillas. Claramente no tuve tanta suerte, era ese pequeño porcentaje de falla que detallan en los prospectos, no era culpa de mi bebé, lo sé, pero tenía planes, muchos planes. Los bebés cambiaban los planes. No es que sea una niña, tengo veintitrés años, puedo hacerme cargo y llevar esta responsabilidad adelante, solo esperaba estar casada, con trabajo y tener hijos con alguien que amara. Formar una familia y tener un ambiente sano. — ¿Qué te pasa? —la voz chillona de Margo suena en nuestra habitación —¿Nicolás sigue insistiendo? —despego mi rostro de la almohada y la observo. No tenía idea de cuando entró, no la había escuchado, estaba tan metida en mi shock que no pude procesar nada más. — No te ofusques tanto —movió la mano —, solo tienes que decir —carraspeó y supe que me imitaría —. Nicolás, lo nuestro no va más, ¿Por qué? Bueno, ni tú ni tu cosita me interesan. — No tiene una cosita. — Está en el límite de lo normal, no puede catalogarse de otra forma —me apunta con un dedo. — ¿Por qué te conté eso? —negué y apoyé de nuevo la cara en la almohada. — Porque soy tu mejor amiga, las mejores amigas tenemos material exclusivo —negué —, vamos, solo dile. —se calló —. Lo que no entiendo es como consigue tanta mujer —murmuró —, solo una idiota… —levanté mi rostro —¸ no lo vería —arregló el final. — Muy graciosa —me quejo —. Ojalá fuera eso —me siento y ella se acomoda a mi lado. Margo es mi amiga desde que llegamos, es de esas personas con las que conectas en segundos y con la que compartes pensamientos similares. Excepto cuando se mofaba de uno. Pero estábamos tan conectadas la una con la otra, que en ocasiones terminamos la frase de la otra o hablamos al mismo tiempo. — Lo siento —la observé —, pero bueno, el sujeto es un idiota. Sus ojos azules me miran, se le ha formado una pequeña uve entre las cejas, siempre pasaba cuando estaba desconcertada. Me concentro en su cabello rubio, ese que ahora cae en pequeños bucles por sus hombros descubiertos. Es toda una modelo de revista y la mujer más inteligente que conozco. — Me estás preocupando Emma —muerde su uña —. Llamaré a las chicas y hablaremos todas juntas, algo me dice que es importante —hago una pequeña mueca. Ella lo sabía, siempre era capaz de leer entre líneas, mis líneas, era buena en eso, como un sexto sentido, algo que conocíamos como la punzada Margo. Amaba su punzada, siempre nos sacaba de problemas. — Sí, mejor llama —hablo después de estar un rato en silencio. — Estás blanca como un papel —toca mi frente —. Dime qué pasa, sabes que puedes decirme lo que sea. Tomo aire y lo suelto. Las ganas de vomitar me están matando, la necesidad de sacar todo de mi cuerpo parece jodidamente atractiva en este momento, pero no puedo hacerlo, ya no tengo nada en mi estómago. He comido, lo hice después de mi primer paso por el consultorio, pero vomité todo antes de que confirmara que estaba embarazada. Ahora, es hora de hablar. — Estoy embarazada —mi voz es un susurro, pero sé que me oyó perfectamente. — Wow —se apoya contra la pared —, un bebé. — Un bebé —repito. — Esperaba otra cosa, no sé, un tercer pie, que te hubieran desaprobado, expulsión —la observé — ¿Qué? —arrugué mi nariz. — ¿Es broma? —negó. — Guardo la esperanza de que tú alma diabólica aparezca —suspiré — Es de Nicolás, ¿verdad? — Margo —era una pregunta absurda. — Alma diabólica —se defiende y gimoteo —¿Qué vas a hacer? Esa era una buena pregunta, pero yo sabía la respuesta, la tenía más que clara, porque había tomado la decisión apenas me dijeron. — Tenerlo —toco mi vientre —, decirle a Nico y ver qué pasa —la puerta se abre. — ¿Qué pasó? —Amy habla, mientras Clara y Hayley entran detrás de ella —¿Hay que esconder un cadáver? — Yo no puedo hacer eso —Clara negó —, la religión no nos permite. — La religión no lo permite —se burló Hayley —, siéntate ahí, ya eres cómplice —jadeó. — Hola, chicas — me miran —. Siéntense —les señalo la cama de Margo. — ¿Qué ocurre? — Clara nos observa a ambas. Su caballo castaño está suelto, los ojos marrones me analizan un rato, es la más maternal de todas, creo que me la imagino con su vientre abultado horneado pasteles. Clara es tranquila, ella va a la iglesia, viste en tonos claros y siempre ayuda a todos. Amy es más salvaje, hace locuras y suelta comentarios imprudentes a todo momento. Es audaz, valiente y hermosa. Hayley un poco más reservada, ella siempre escucha a todas, piensa y calma a Margo y Amy, es como la parte cuerda de nuestro quinteto. Aunque ahora hablaba de cadáveres como si nada. — Estoy embarazada. Lo dije así de rápido, sin anestesia, igual que como me lo hicieron a mí, las tres abren la boca y se quedan observando. Si nos vieran ahora mismo podríamos pasar tranquilamente por las Spice Girls. Margo es la rubia, Hayley es una morena de ojos marrones y pelo estilo afro, su madre es africana y su padre americano. Amy es colorada natural, sus ojos son verdes y la piel blanca como el algodón, desde aquí se pueden ver las pecas de su rostro. Clara al igual que yo, tiene la piel oliva y el pelo castaño, sus ojos son marrones como el chocolate, en cambio los míos son color avellana. Todas tienen el pelo largo a excepción mía, que lo llevo en un corte Bob. Me dio una crisis de no quiero peinarme y me lo corté. Observo una vez más a cada una, sus bocas permanecen abiertas, en un gran círculo, pero ninguna emite ni una sola palabra. Debo admitir que, aunque no tiene nada de gracioso, me resulta bastante cómico el momento, como sus ojos se abren y parecen formar la boca de un pez en este momento mientras pelean por oxígeno. Suelto una pequeña carcajada y tapo mi boca cuando me observan mal. Carraspeo, Margo me empuja un poco y trato de concentrarme. — Perdón —limpio una lagrima que cae por mi mejilla —. No es gracioso, pero sus caras. — ¿Es broma? —Hayley es la primera en cortar el silencio. — Para nada —carraspeé —, me acabo de enterar. A mi mente vino la imagen de mi bebé, esa que guardaba en mi bolso como un recuerdo de que estaba conmigo, porque estaba conmigo, crecía en mí y me gustaba. La saqué en silencio sintiendo sus miradas sobre mí. — Van a ser tías —tendí la imagen en su dirección. El grito de todas inundó la habitación sobresaltándome, sus cuerpos se movieron frenéticamente mientras comenzaban a caminar por el pequeño sector. Era igual que escuchar una bandada de pájaros haciendo ruido a la misma vez. Inclusive movían las manos de un lugar al otro. Solo les faltaban las plumas y volarían. — ¿Qué vas a hacer? —Clara. — ¿Lo vas a tener? —Hayley. — ¿Y la facultad? —Amy. — ¿Es de Nicolás? —Hayley. — ¿De cuánto estás? —Amy. Hablan todas a la misma vez. No escuchan, no me miran, ni siquiera se detienen mientras hablan sin parar en lo que parece una gran sinfonía. — ¡Paren! —grito y todas se callan —. Sí, es de Nicolás, lo voy a tener, parece que estoy de ocho semanas, terminaré la universidad, total solo faltan cuatro meses y no, todavía no lo saben mis padres —aclaro antes de que me pregunten. — Un bebé —susurra Clara. — ¡Perdió la apuesta! —Amy levantó las manos y todas abrieron la boca. — ¡PERDIÓ LA APUESTA! Apreté los labios y negué, mis amigas empezaron a bailar en el centro de la habitación y mis ojos fueron a Margo que seguía a mi lado. Desvió la vista a mi vientre antes de tomar aire y sonreír. Su mano se movió justo a la zona donde se encontraba mi nuevo acompañante, acarició despacio y se inclinó. — Hola ahí —las demás se callaron —, no tienes idea de lo que te espera acá afuera —mis amigas se acercaron —, están todas locas —Clara la golpeó en la nuca. — Tienes que pensar que ahora tienes muchas tías locas —Amy se unió. — Que te van a amar —Hayley se acomodó y sonreí. — Y serán siempre tu familia. Mis ojos se llenaron de lágrimas mientras llevaban las manos a mi pierna, cada una de ellas puso su mano encima de mi pierna. Sonreí entre sollozos antes de colocar mi mano con las de ellas. — Siempre seremos familia. Repetí y ellas sonrieron. Pasamos la siguiente hora hablando de la situación, luego se pelearon por ver quién sería la madrina y quedaron de acuerdo para mantenerme acompañada por si me descompensaba en el día. La verdad no creí nunca poder encontrar mejores amigas que ellas. Cada una son un rayo de luz en medio de la oscuridad. Pasó una hora más hasta que la puerta sonó y Nicolás se hizo presente, le había enviado un mensaje luego del shock inicial, mis amigas me recordaron el pequeño detalle y no iba a esperar más. — Hola —sonrió un poco. — Hola. Las chicas me observaron esperando mi aprobación para marcharse, asentí con la cabeza, se miraron de nuevo entre ellas y salieron. La última en irse fue Margo, ella solo movió el teléfono avisando que no se iría lejos y lo sabía. — ¿Todo bien? —consulté. Nicolás llevó las manos a sus bolsillos y afirmó despacio antes de moverse un poco por la habitación. — Sí —esto era incómodo —. Bueno, ¿Qué querías hablar? No me pasó desapercibido la cautela que implementaba al hablar. Sabía que lo había arruinado, él era consciente de todas las cosas malas que hizo y ahora actuaba con culpa. Mis ojos se detienen en él por un instante, no es nada feo. Sus ojos verdes brillan, el cabello castaño claro está perfectamente peinado en un look desarreglado, que solo él logra. Tiene el cuerpo trabajado y lleno de músculos, es carismático y todo un galán. Si no fuera porque es un completo imbécil, podría estar babeando ahora mismo por él. Había que ser un ciego para no ver lo fuerte que estaba. — Seré directa —juego con mis manos —. Estoy embarazada. Seguramente no era la mejor forma de decirlo, pero no encontraba otra. Nicolás permanece callado, sus ojos se posan en mi vientre y vuelven a mis ojos, una y otra vez. Sé que no hace falta decirle que es suyo, a final de cuentas fue él quien me engañó con la señorita curvas perfectas. Yo fui la perjudica, la que se vio envuelta en sus tretas. — Y… —tomó aire —¿Qué quieres hacer? —su pierna se mueve nerviosa. Solo da dos vueltas por la habitación antes de caminar hasta mi lado y sentarse. Su mano se mueve para tocar la mía, pero se detiene a medio camino. La mueve de nuevo en un intento de valor y niega antes de tomarla. — Tenerlo —dejé de observar su agarre para mirar su cara —. Estoy de ocho semanas y bueno —carraspeo —, creí que deberías saberlo. — Entiendo —suspiró. — Ahora lo que tú hagas, depende solamente de ti.
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